sábado, 23 de enero de 2016

LA CONDESCENDECIA. VIRTUDES DE NUESTRA MADRE


LA CONDESCENDECIA.
VIRTUDES DE NUESTRA MADRE
La solemnidad de San Ildefonso que tanto admiró y amó a la Virgen nos ayuda en este día a contemplar su virtud de la condescendencia: Ella, Virgen siempre amable, fue condescendiente en toda su vida y ahora como Reina del Cielo también con lo es con nosotros.
Condescender es bajar de un lugar elevado y poner al lado del otro. Y es lo que María hace al bajar al altar de la Catedral de Toledo para revestir a su fiel defensor Ildefonso con el ornamento traído del cielo. Ella la criatura más elevada en el cielo desciende, baja a nosotros, se hace cercana. Por eso, con esa fe y confianza, San Ildefonso rezaba: “Oh clementísima Virgen, que con mano piadosa repartes vida a los muertos, salud a los enfermos, luz a los ciegos, descanso a los desesperados y consuelo a los que lloran. Saca de los tesoros de tu misericordia refrigerio para mi ánimo quebrantado, alegría para mi entendimiento y llamas de caridad para mi durísimo pecho. Sé vida y salud de mi alma, dulzura y paz de mi corazón y suavidad y regocijo de mi espíritu.”
La condescendencia es una pequeña virtud, pero muy valiosa en nuestra vida de relación con el prójimo. Entendemos por condescendencia, el hábito por el cual uno se presta fácilmente a los deseos de los otros, se inclina fácilmente para complacer a los inferiores, escucha las observaciones y muestra apreciarlas aunque no siempre sean perfectamente fundadas o tengan mucho valor. “Ser condescendiente, dice San Francisco de Sales, es acomodarse a todo el mundo en cuanto lo permitan la ley de Dios y la recta razón. Es ser como una masa de blanda cera, susceptible de todas las formas, supuesto que sean buenas; es no buscar el propio interés, sino el del prójimo y la gloria de Dios. La condescendencia es hija de la caridad, y no hay que confundirla con cierta debilidad de carácter que impide reprender las faltas de otro cuando se está obligado a ello; esto no sería un acto de caridad, sino, al revés, cooperar al pecado del otro”. Condescender es ceder de buen grado y sin perder la alegría ante la opinión, la voluntad, el deseo o gusto del otro; renunciando a nuestro “derecho” en favor del prójimo. Su enemiga principal es la soberbia: que busca la entronización de nuestro “YO”.
Dice San Vicente de Paul  que era esta virtud la que más recomendaba San Vicente Ferrer pues – según decía – las personas que se ejercitan en condescender en todas las cosas que no sean pecado y que se muestran dóciles en seguir la voluntad de Dios, tal como se les manifiesta en los demás, llegarán pronto al estado de santidad.
¿Qué frutos produce en nosotros esta virtud? Aumenta la caridad en nosotros hacia Dios y hace el prójimo, nos ayuda en la práctica continúa de la mortificación interior, nos afianza firmemente en la humildad verdadera, enriquece la mansedumbre y la dulzura, y educa nuestro carácter. Esta virtud nos dispone sobre todo a la obediencia cuando está se nos presenta costosa y gravosa.
Contempla a la Virgen María en su vida cotidiana. ¿Cuántas veces condescendió con sus prójimos…  en su infancia, en su juventud, como madre y como esposa, como madre de los discípulos… siempre cediendo a la voluntad del otro, siempre dejando su criterio o su gusto por complacer a los otros, siempre renunciando a su opinión… Contémplala ahora en el cielo. Ella es condescendiente con sus hijos, por ello San Bernardo acude a ella: “Jamás se ha oído decir que ninguno de los que haya acudido a vos, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos.”

Pídele esta pequeña virtud pues quieres honrarla a ella imitándola, eliminado de tu vida todos los impulsos de la soberbia y siendo condescendiente con todos.