Meditación XIX
Una noche en el desierto con Jesús, María y José.
VIVA JESÚS!
Ó SEA
MEDITACIONES
SOBRE
LA INFANCIA Y VIDA OCULTA DE JESUCRISTO
San Enrique de Ossó, presbítero
Oración preparatoria
para antes de la meditación.
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en quien creo y espero, a quien adoro y amo con todo mi corazón y me pesa de haberos ofendido, por ser bondad infinita, a Vos consagro este cuarto de hora de oración para que me deis gracia eficaz para conocerme y conoceros, amaros siempre más que todos los corazones, y haceros amar por todos. ¡Oh Padre eterno, oh María Inmaculada! dadme a conocer a vuestro Hijo Jesús, señor san José y santa Teresa de Jesús, descubrid a mi alma los encantos y perfecciones de vuestro Jesús, para enamorarme de sus bondades y hermosura, y ser toda de Jesús ahora y siempre. Amén.
Composición de lugar.
Imagina que se te presenta el divino Niño Jesús bajo la forma agraciada de pastorcillo de las almas, que tiene en su mano la marca que dice: ¡Viva Jesús! Imagínate tú, su ovejuela, hasta hoy descarriada, postrada a sus pies, convertida y desengañada, y que le pides que te marque por suya y grabe en tu exterior, y en lo más íntimo del corazón: Viva Jesús mi amor: soy toda de Jesús mi Redentor.
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Meditación XIX
Una noche en el desierto con Jesús, María y José.
Punto primero. Deja hoy, hija o hijo mío, los pasatiempos del mundo, y trasládate en espíritu al desierto. Contempla a estos tres viajeros sufriendo calor y frío, hambre y sed, temores y sobresaltos de muerte... Unas veces contémplalos sentados descansando bajo la palmera del desierto... o ya pasando la noche en la cueva de Dimas, capitán de ladrones, que después en pago de este beneficio se convirtió en la cruz... Contempla otras veces a san José extendiendo su pobre manto para hacer como una tienda donde guarecerse puedan María y Jesús de la intemperie de la noche...
¡Cuántos milagros obró Dios en favor de esta sagrada Familia! Una vez que padecía mucha hambre pasando por un bosque, María levantó a su hijito para coger el fruto de la palma, y esta se lo ofreció recogiendo su racimo de dátiles. El árbol de María, que es un sicómoro, inclinó sus hojas hasta el suelo para dar sombra a la sagrada Familia... No tenían agua para beber, y con sus ruegos hicieron brotar una rica fuente que mana hoy día... Escucha sus palabras, todas son de vida eterna... No se quejan de la divina Providencia, antes al contrario, la adoran, la bendicen y alaban... ¿Lo haces tú así, hija mía?
Punto segundo. Pregunta a estos tres viajeros en especial a tu amado Niño Jesús, Rey del cielo, al verlos andando errantes por el desierto en la oscuridad de la noche: ¿Qué andáis buscando?, ¿por qué huís?... Busco corazones agradecidos, replicará el buen Jesús, huyo de los hombres ingratos... Ofrécele tu corazón, hija mía, por si quiere en él descansar, y consuélale. Tú también, hija o hijo mío, en este mundo eres viajero y caminas a la eternidad, y mientras atraviesas el desierto de este mundo, ¡cuántos peligros te cercan!, ¡cuántas tribulaciones te oprimen!, ¡cuántas privaciones habrás de sufrir! quieras que no, hija o hijo mío, has de llevar la cruz mientras atraviesas el desierto de la vida... ¡Feliz tú si sabes aprovecharte de ella! Unas veces los hombres, otras tú misma, y siempre el Señor, Dios, te enviarán cruces y trabajos. No desmayes por ello... Con la consideración trasládate al desierto de Egipto, y contemplando a Jesús, María y José, las criaturas más inocentes de este mundo, perseguidos de Herodes...fugitivos de su patria..., abandonados de los hombres..., solos..., sin otro socorro más que el del cielo, te animarás a sufrir con este ejemplo toda clase de trabajos. En la noche de la tribulación, en el desierto de la vida, en compañía de Jesús, José y María, bien podrás conmigo exclamar: O morir, o padecer; o padecer, o morir.
Fruto. No me quejaré nunca de los trabajos que me envíe la divina Providencia. En las tribulaciones de la vida diré siempre: hágase, Señor, tu santísima voluntad así en la tierra como en el cielo. Todo por Jesús y a su mayor gloria.
Padre nuestro y la oración final.
Oración final para todos los días.
Os doy gracias, Jesús de mi corazón, por el conocimiento y amor de Vos que me habéis comunicado en este cuarto de hora de oración, y por los santos propósitos que me habéis inspirado para conoceros y amaros y haceros conocer y amar de otros corazones… Os lo ofrezco todo a vuestra mayor honra y gloria… ¡Oh Padre eterno! Por María, por José y Teresa de Jesús, dadme gracia para decir siempre con toda verdad: Viva Jesús mi amor; soy toda de Jesús en vida, en muerte y por toda la eternidad. Amén.
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
San Enrique de Ossó, ruega por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.