ELOGIO A SAN MARTÍN DE TOURS.
Sulpicio Severo
¡Oh varón verdaderamente feliz en quien no existió falsedad alguna! A nadie
juzgaba, a nadie hacía daño, a nadie devolvía mal por mal. Era tanta su paciencia para soportar
todas las injurias que aunque lenía la plenitud del sacerdocio toleraba ser ultrajado hasta por los
últimos clérigos, sin castigarlos. Jamás destituyó a alguno por esta razón ni, en cuanto estuvo de su
parte, privó a nadie de su caridad. Nadie lo vio jamás airado, ni alterado, ni afligido, ni
entregándose a la risa. Fue siempre el mismo, con un rostro que denotaba una alegría celestial y que
parecía estar más allá de la naturaleza humana. No tenía en sus labios sino a Cristo, no tenía
en su corazón sino bondad, paz y misericordia. A menudo solía llorar los pecados de los que lo
difamaban, y permanecía sereno en la soledad mientras las lenguas venenosas y los labios viperinos
lo laceraban.