VI domingo después de Epifanía
transferido
XXV domingo después de
Pentecostés
Iglesia del Salvador de Toledo,
15 de noviembre de 2015
El
Reino de Dios es una realidad misteriosa de la que Jesús nos habla muy
frecuentemente en los Santos Evangelios. Realidad misteriosa que Jesús revela a través de parábolas y
comparaciones cumpliéndose así el oráculo del profeta: “Hablaré en parábolas,
anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.” Pero a pesar de que las parábolas toman
ejemplos y elementos muy sencillos de la realidad, muchas veces no llegamos a
una comprensión clara y completa de lo que Jesús no está diciendo.
¿Qué
es el Reino de Dios, el reino de los cielos? ¿Qué quiere decir Jesús con esta
expresión?
“El
Reino de Dios ha llegado ya” (Lc 11, 20), “El Reino de Dios está en medio de
vosotros,” (Lc 17, 21) porque el Reino de los cielos es la misma persona de
Jesucristo. Él, el Hijo eterno de Dios, la Palabra que existía desde el
Principio se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ha puesto su morada entre nosotros. Cuando Jesús habla del Reino de Dios está
hablando de sí mismo, del misterio de su persona.
A
la luz del Evangelio que hemos proclamado y lo que acabamos de decir:
Jesús es el grano de mostaza y esa pequeña
porción levadura.
Grano
de mostaza y porción de levadura son realidades pequeñas, inapreciables, de
poco valor; pero encierran en sí una potencia magnífica y un poder maravilloso:
se convertirá en un árbol frondoso, fermentará toda la masa.
Aparentemente
podemos pensar ¿quién es Jesús? ¿su vida? ¿su mensaje? Los mismos que
convivieron y fueron contemporáneos de él lo rechazan, lo ven con sospecha y
tienen prejuicios contra él. “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46) pregunta
Natanael cuando Felipe le dice que ha encontrado al Mesías. Cuando Jesús va a su ciudad de Nazaret la
reacción de sus conciudadanos no es mejor: “¿De dónde saca este esa sabiduría y
esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus
hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas?
Entonces ¿de dónde saca todo eso?” Y se escandalizaban a causa de él.” (Mt 13,
54-57)
La
persecución, insidia, traición y entrega al poder romano para que lo ejecutasen
a muerte crucificándolo es también la constatación de que el Reino de Dios
encarnado en la persona de Nuestro Señor Jesucristo es rechazado porque no
cumple las expectativas de grandiosidad y magnificencia que el pueblo de Israel
esperaba.
Esta
misma actitud se da nuestro mundo: se desprecia lo pequeño, lo humilde, lo poco
valioso… se ama por el contrario lo grande y vistoso, lo que llama la atención…
Por eso, Jesús, la Iglesia, la vida cristiana no es valorada porque no tiene
los medios de los grandes de la tierra y no ofrece a primera vista atractiva
alguno. A la vista de muchos, ser cristiano hoy es sinónimo de poco listos, incluso
de ser desequilibrios mentales…
El
grano de mostaza ha de ser sembrado y la levadura mezclada con la harina. Las
dos parábolas hablan sin parecerlo de la Pasión y muerte del Señor. Misterio de
la cruz que “escándalo para los judíos y
necedad para los gentiles; mas para los llamados, tanto judíos como griegos, es
poder de Dios y sabiduría de Dios.” (1Cor 1, 23)
La
muerte de Cristo desde una visión mundana es una desgracia y un fracaso. “Tú que destruyes el templo y en tres días lo
reedificas, sálvate a ti mismo, si eres el Hijo de Dios, y desciende de la cruz”
(Mt 27, 40) –decían las gentes al pasar delante del Crucificado.
Pero
Jesús nos enseña a interpretar el misterio de su Pasión y muerte: “Ha llegado
la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. En verdad, en verdad os
digo que si el grano de trigo –en este
caso, el de mostaza- no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si
muere, produce mucho fruto.” (Jn 12, 23-24) Y lo mismo podemos decir de la
levadura que si no se pierde y mezcla con la harina, se estropea y no sirva ya
para nada.
Así
también la Iglesia y nosotros hemos de entender que vida cristiana no es la
búsqueda de éxito y relevancia, no es la búsqueda del aplauso y el
reconocimiento, no es la comodidad y el descanso… es seguir a Cristo haciéndose
grano de mostaza y levadura, perdiendo la vida para hallarla en toda su
plenitud.
El
grano de mostaza germina, crece y se convierte en un árbol frondoso donde las
aves se cobijan. La levadura mezclada y disuelta hace fermentar la harina. El fruto de la Pasión de nuestro Señor es la redención
de todos los hombres. La deuda infinita del pecado queda satisfecha por los
méritos infinitos de la Pasión de Cristo. Con su glorificación en la
Resurrección y Ascensión, Jesús nos abre las puertas del Paraíso, nos da
potencia de resurrección y nos posibilita ir al cielo por toda la eternidad. Él
es el árbol frondoso donde poder habitar todos nosotros. Él, con su gracia,
fermenta y hace crecer la harina de nuestra naturaleza humana dándonos la misma
vida divina. Esto es el Reino de Dios, esto es Jesús.
Pero
el Reino que ha llegado y ya está en medio de nosotros ha de ser acogido y
recibido por cada uno, porque el Reino de los cielos todavía está aumentando,
creciendo, desarrollándose… ¿Cómo entonces saber acoger este Reino? ¿Cómo saber
que el reino de los cielos está en nosotros?
San
Pablo en la epístola nos da una pista. El apóstol da gracias a Dios y felicita
a los tesalonicenses por el testimonio de su vida cristiana, por la forma tan
espléndida que han tenido de acoger la predicación del Evangelio, el anuncio
del reino que el apóstol les ha llevado. “Siempre damos gracias a Dios por
todos vosotros, cuando los recordamos en nuestras oraciones, y sin cesar
tenemos presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo habéis manifestado
vuestra fe con obras, vuestro amor con fatigas y vuestra esperanza en nuestro
Señor Jesucristo con una firme constancia.” (1Tes 2, 3)
Así
como la comunidad de tesalónica, la Iglesia y cada uno de nosotros manifestamos la acogida de este reino si
nuestra fe va acompañada de obras, si nuestra caridad va acompañada de trabajos
y fatigas, si nuestra esperanza va acompañada de constancia.
No
podemos separar nuestra fe de nuestra obras, no podemos ser personas distintas
en la iglesia y en la calle, no puede haber incoherencia entre la fe que
profesamos con los labios y nuestra vida.
La
caridad, el amor a Dios y al prójimo, ha de manifestarse en obras de
misericordia, en darse a los demás, en la preocupación y ayuda a los hermanos.
La
esperanza ha de ser acompañada de la constancia: constancia en el bien obrar,
constancia en la vida de gracia, constancia en la oración.
En
este día que se hace memoria de San Alberto Magno recogemos todo esto que hemos
meditado y lo expresamos en la oración que el mismo compuso, para que estas
verdades se conviertan en vida y así el reino de Dios crezca en cada uno de
nosotros
“Señor mío,
Jesús.
puesto que Tú eres
la verdadera luz, la unción,
la palabra y toda
virtud,
ilumina mi
entendimiento, cura mis afectos,
dirige mi lengua
y fórmame para el
misterio.
Que tu gracia,
viniendo a mi,
pase a mi
inteligencia, de mi inteligencia a mi voluntad,
de mi voluntad a
mi corazón, de mi corazón a mis labios,
de mis labios a
mis obras y que crezca siempre en mí. Amén.”