MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO NOVENO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
"Al entrar Jesucristo en
el Templo de Jerusalén, encontró allí algunos que vendían y compraban,
profanando así el Templo del Dios vivo. El los arrojó fuera, mientras decía que
su casa era casa de oración, y ellos la habían convertido en cueva de ladrones
"(1).
Vosotros vivís aquí en casa de
oración, y orar ha de ser en ella vuestro quehacer principal. No residirá el
espíritu de Dios en vuestra casa, ni derramara en ella Dios sus bendiciones,
sino en cuanto sea casa de oración. Y tan pronto como perdáis el espíritu y
amor de la oración, os mirara Dios en ella con malos ojos, como a personas
indignas de un empleo que es obra propia suya, y que transforman la casa de
Dios en caverna de ladrones.
Pues, ¿no es ladrón quien se
atribuye a si mismo tales obras como convertir las almas, o preservar y
conservar su inocencia; obras que no pueden convertir mas que a Dios y a
quienes Él ocupa en ellas, los cuales se le han entregado del todo, y acuden de
continuo a E para estar en condiciones de procurar tan excelente bien?
Por consiguiente, si no sois
hombres de Dios, si no acudís con frecuencia a El en la oración, si no enseñáis
a los niños mas que las cosas conducentes a su bien temporal, si no ponéis todo
vuestro conato en inculcarles el espíritu de religión; ¿no debéis ser tenidos
por Dios como ladrones que os introducís en su casa y permanecéis en ella sin
su participación y que, en vez de inspirar, como es obligación vuestra, el
espíritu cristiano a los alumnos, les enseñáis cosas que han de serles
provechosas para este mundo?
No solo vivís en casa de
oración, sino que vuestros mismos cuerpos son también casas de oración: ¿No
sabéis, efectivamente, dice san Pablo, que vuestros cuerpos son templos del
Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por
tanto, no os pertenecéis, pues habéis sido comprados a mucho precio? De donde
concluye el Apóstol: Glorificad, pues, y llevad a Dios en vuestros cuerpos, si
es que vuestros cuerpos son casas de oración (2).
Con idéntica intención y
sentimiento, os conjura el mismo san Pablo en otro lugar a que, por la
misericordia de Dios, le ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa y
agradable a sus ojos (3).
¿Ponderáis algunas veces que
felicidad supone la residencia en vuestros cuerpos del Espíritu Santo como en
templo suyo, y asimismo que sea El quien ora en vosotros y por vosotros? (4).
Entregaos del todo al divino Espíritu para que pida a Dios por vosotros cuanto
con venga al provecho de vuestra alma y al de aquellas que tenéis a vuestro
cuidado. También para que no obréis en todo sino por Él.
El Espíritu Santo que reside en
vosotros, debe penetrar el fondo de vuestras almas: en ellas es donde más
particularmente tiene El que orar, y en lo íntimo del alma es donde este
Espíritu se comunica y une a ella, y " le da a conocer lo que Dios le pide
para llegar a ser toda suya " (5).
Allí le hace partícipe de su
divino amor, con el que distingue a las almas santas que del todo se
desinteresan por lo terreno; y a las cuales - por hallarse desasidas de toda
afición a las criaturas - convierte en santuario suyo y hace que se ocupen
siempre en Dios y que vivan exclusivamente de Dios y para Dios.
Ya que vuestro mediador es
Jesucristo y que no podéis llegaros a Dios sino por El, suplicadle viva siempre
de asiento en vuestra alma, para que sea El quien ore en ella y la lleve a
Dios; de modo que, estableciendo en vuestra alma Jesús su morada durante la
vida como en su templo, consiga ella luego residir en Dios por toda la eternidad.