MEDITACIÓN PARA LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES
5
de agosto
MEDITACIÓN SOBRE
De
la devoción a la Virgen Santísima (*).
La
festividad que hoy celebra la Iglesia tuvo su origen en la particularísima
devoción que profesaban a la Virgen Santísima un patricio romano y su esposa.
No teniendo hijos, le consagraron todos sus bienes, y la rogaron con insistencia
que les diese a conocer en qué desearía los emplearan.Ella se lo declaró por un milagro muy sorprendente y extraordinario: el 5 de agosto, época en que los calores son excesivos en Roma, se halló cubierto de nieve aquel lugar de la urbe, en que la Santísima Virgen deseaba se erigiese un templo en su honor.
El papa se trasladó allí procesionalmente con todo el pueblo, y señaló el emplazamiento preciso de la iglesia, que fue levantándose en seguida, con los caudales de esta noble y generosa familia.
La especial devoción de estas dos ilustres personas; la gratitud que les demostró la Santísima Virgen, y la plena confianza que debemos tener en María, han de movernos a tomar hoy este asunto como tema de nuestras oraciones.
No estamos en condición nosotros de ofrecer bienes temporales a la Santísima Virgen, pues hemos renunciado al mundo, y lo hemos dejado todo para consagrarnos al servicio de Dios.
Lo único que Ella nos pide, y la razón, al parecer, de que la Iglesia haya establecido la presente festividad en honra de la santa Madre de Dios, es determinarnos a tener devoción particularísima para con Ella, e inculcársela a aquellos cuya educación Dios nos ha encomendado.
Al atraer nuestra atención la Iglesia sobre la gracia insigne que, en el día de hoy, concedió María a este matrimonio, tan interesado en honrarla; desea que se los recuerde a ellos y su devoción en la Iglesia, y que se publique en su loor - entre todos los fieles y hasta el fin de los siglos - lo que ellos hicieron por María y los favores que de María alcanzaron.
Persuadámonos de que todo cuanto hiciéremos por honrar o porque otros honren a la Santísima Virgen, será recompensado abundantísimamente de Dios por su medio. Y reconozcámosla siempre como nuestra bondadosa Madre, ya que por tal se la dio Jesucristo a todos los que sean sus devotos, en la persona de san Juan, cuando le dijo, próximo a morir: Hijo mío, ahí tienes a tu madre (1).
Lo que, de modo muy particular, debe obligarnos a tener mucha devoción a la Virgen Santísima es el honor incomparable que el Padre Eterno la otorgó al colocarla por encima de todas las puras criaturas, puesto que María llevó en su seno al que es igual al Padre y tiene con El la misma naturaleza.
María, además, ha sido elevada, sobre las restantes criaturas, merced a la abundancia de los dones que recibió, en lo que nadie puede comparársele; y a la pureza de su vida, por nadie igualada. Eso obliga a decir a san Anselmo que era muy justo brillase con extraordinario esplendor, y ocupase la cumbre de todo lo creado la que, después de Dios, no tiene nadie que la supere.
En verdad, ¿no es elevarse incomparablemente por en cima de todas las criaturas haberse transformado en templo del Dios vivo, al concebir al Hijo de Dios. Por eso se le aplican aquellas palabras del salmo 131: Dios la eligió para establecer en ella su morada (2), y estas otras del mismo salmo (**): Tu templo es santo.
Aún dice mucho más el abad Ruperto: que por el hecho de descender el Espíritu divino sobre la Santísima Virgen, para que concibiera al Hijo de Dios, se tornó toda hermosa, con belleza divina. Lo cual mueve a decir a san Bernardo que debemos honrar a la Virgen Santísima con grandísima ternura de devoción, puesto que Dios puso en Ella la plenitud de todo bien, al encarnarse en su seno el Verbo divino.
Pero lo que más particularmente ha de estimularnos a honrarla es el mucho provecho que de hacerlo ha de venirnos: " Veneremos especialmente, dice el mismo Santo, y profesemos tierna devoción a la Santísima Virgen, pues Ella es el canal por donde nos llegan los bienes que Dios quiere comunicarnos ".
Y, declarando en otro lugar, de modo más explícito, todos esos bienes, se expresa así: " El Espíritu Santo distribuye todos sus dones, todas sus gracias y todas las virtudes a quien quiere y cuando le place, del modo y en la medida que los juzga oportunos, por el ministerio de la Santísima Virgen ".
San Anselmo, con el fin de avivar nuestra confianza en Ella, asegura a su vez que " al invocar el nombre de la Madre de Dios, aun cuando no merezca ser escuchado quien recurre a Ella, bastarán los méritos de la que es santa Madre de Dios para inclinar a la bondad divina a concederle lo que le pide ".
Confiemos, pues, como dice también san Bernardo, que nada nos faltará de cuanto sea neesario para nuestra salvación, si profesamos verdadera devoción a la Santísima Virgen.
Poco aprovecharía estar convencidos de la obligación que tenemos de profesar devoción especial a la Santísima Virgen, si desconociéramos en qué consiste, o si, de hecho, no la tuviéramos, y aun si no lo demostrásemos cuando las circunstancias lo exijan.
Por ser Ella superior a todas las criaturas, debemos profesarle mayor veneración que a cualquier otro santo, sea el que fuere. Damos pruebas de nuestra devoción a los santos en ciertas épocas y días del año; pero la que debemos profesar a la Virgen Santísima ha de ser incesante. Por lo cual, es de regla en nuestro Instituto:
1.- No dejar día alguno de rezar el rosario, y rezarlo siempre al andar por las calles.
2.- Celebrar todas sus fiestas con grande solemnidad.
3.- Descubrirnos e inclinarnos siempre que se la nombra, o al pasar delante de su imagen: así lo exige de nosotros esta devoción.
4.- Considerarla como principal protectora de nuestra Sociedad: por eso nos ponemos todos los días debajo de su amparo, desde por la mañana; al atardecer, cuando finaliza la oración mental, y después de cada ejercicio. Recurrimos a Ella porque en María ponemos toda nuestra confianza, después de Dios.
5.- Invocarla en nuestras más apremiantes necesidades, como nuestra primera abogada cerca de Dios, después de Jesucristo.
¿Somos fieles a todas esas prácticas de devoción con la Santísima Virgen? ¿Con qué disposiciones las cumplimos? ¿Con las propuestas más arriba?
No omitamos ninguna de ellas, si queremos recibir gracias abundantes, por los merecimientos de la Santísima Virgen María.