Homilía de maitines
XIII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO
Homilía
de San Agustín, Obispo.
Libro 2, cuestiones sobre los Evangelios, capítulo 40
Acerca de los diez leprosos que
el Señor curó, diciéndoles: “Id, mostraos a los sacerdotes”, puede uno
preguntarse porque habiéndoles enviado él a los sacerdotes, quiso que quedasen
curados en el camino. Con excepción de los leprosos, no vemos que enviase jamás
a los sacerdotes a ninguno de los que le debieran la curación corporal. Porque
también había limpiado de la lepra a aquel a quien dijo: “Anda, preséntate a
los sacerdotes y ofrece por ti el sacrificio que ordenó Moisés, para que les
sirva de testimonio”. Preciso es, pues, investigar lo que significa en sí la
lepra. El Evangelio no dice de los que de ella fueron libertados, que fueran
curados, sino purificados; es que, en efecto, la lepra altera el color de la
piel sin privar ordinariamente de la salud o de la integridad de las sentidos y
de los miembros.
Así pues, no sin razón pueden
considerarse leprosos, aquellos que, privados de la ciencia de la
verdadera fe, profesan las doctrinas
variadas y cambiantes del error. Porque no ocultan su ignorancia, sino que la
manifiestan a la luz del día, como si fuera una ciencia superior, y la exponen
en discursos llenos de jactancia. Ahora
bien, no hay falsa doctrina que no contenga alguna mezcla de verdad. Pues esa
mezcla confusa de verdades y errores que se puede observar en una misma
controversia o relación humana, como matices diversos en la coloración del
mismo cuerpo, es representada por la lepra, que macula por modo desigual los
cuerpos humanos como tintes de verdaderos y falsos colores.
La Iglesia, de tal manera
debe de apartar de sí esta especie de leprosos que, a ser posible, al verse
apartados por ella de los demás, se sientan movidos a llamar con grandes voces
a Jesucristo, como aquellos diez leprosos “que manteniéndose alejados de él; le
gritaron, diciendo: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros”. El mismo nombre de
“Maestro”, que no consta lo hubiese dado
al Señor ningún otro de los que le pidieron la salud corporal, demuestra
suficientemente que la lepra es figura de la falsa doctrina, de cuya mancha
corresponde sólo a un buen maestro el purificarnos.