HOMILÍA DEL OFICIO DE MAITINES SOBRE EL
EVANGELIO DEL DOMINGO
XX DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Homilía de San Gregorio, Papa.
La
lectura del Santo Evangelio que acabáis de oír, hermanos míos, no tiene
necesidad de explicación, pero a fin de que no parezca que la pasamos en
silencio, diremos algo de ella, más como exhortación que como comentario. Sólo
veo en ella un extremo que exige aclaración, a saber: ¿por qué el que fue a
solicitar la curación de su hijo, oyó esta respuesta: “¿si no veis milagros y
prodigios no creéis?” Seguramente, el que imploraba la curación de su hijo,
creía, porque no habría pedido a Jesucristo esta
curación si no hubiera creído que era el Salvador. ¿Por qué, pues, se le
respondió: “¿si no veis milagros y prodigios no creéis?”, siendo así que él
había creído ya antes de ver el milagro.
Pero
recordad los términos de su plegaria y veréis claramente que su fe era
imperfecta, ya que pidió al Señor que bajara a su casa y curase a su hijo.
Reclamaba, pues, la presencia corporal de aquel Señor cuyo espíritu nunca está
ausente de ningún sitio. Menguaba fe la del que no creía que Jesús pudiese
devolver la salud a su hijo sin estar corporalmente junto a el. Si su fe
hubiese sido perfecta, habría sabido, sin duda, que no hay lugar alguno en que
Dios no esté presente.
Tuvo, pues, poca confianza,
ya que no atribuyó el poder a la majestad soberana de Dios, sino a su presencia
corporal. Pidió, sí, la cura pero con fe vacilante, puesto que creyó que aquel
a quien acudía tenía poder bastante para curar, pero juzgó que estaba lejos de
su hijo moribundo. Sin embargo, al Señor, al rogarle él que vaya, le da a
entender que ya esta presente allí donde se le invita: aquel que con su sola
voluntad creó todas las cosas, con su solo mandato cura al enfermo.