JUEVES DE LA II DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Hubo cierto hombre rico, que se vestía
de púrpura y de lino finísimo: y tenía cada día espléndidos banquetes. Al mismo tiempo vivía un mendigo llamado
Lázaro, el cual, cubierto de llagas, yacía a la puerta de éste, deseando
saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico; mas nadie se las daba;
pero los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió dicho mendigo, y fue
llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico, y fue
sepultado en el infierno. Y cuando
estaba en los tormentos, levantando los ojos vio a lo lejos a Abrahán y a
Lázaro en su seno, y exclamó diciendo: ¡Padre mío Abrahán!, compadécete de mí y
envíame a Lázaro, para que mojando la punta de su dedo en agua, me refresque la
lengua, pues me abraso en estas llamas.
Le respondió Abrahán: Hijo, acuérdate
que recibiste bienes durante tu vida, y Lázaro al contrario males; y así éste
ahora es consolado, y tú atormentado; fuera de que, entre nosotros y vosotros,
está de por medio un abismo insondable: de suerte que los que de aquí quisieran
pasar a vosotros, no podrían, ni tampoco de ahí pasar acá. Ruégote, pues, ¡oh padre!, replicó el rico,
que lo envíes a casa de mi padre, donde
tengo cinco hermanos, a fin de que los advierta, y no les suceda a ellos, por
seguir mi mal ejemplo, venir también a este lugar de tormentos.
Le replicó Abrahán: Tienen a Moisés y
a los profetas: escúchenlos. No basta
esto, dijo él, ¡oh padre Abrahán!, pero si alguno de los muertos fuere a ellos,
harán penitencia. Le respondió Abrahán:
Si a Moisés y a los profetas no los escuchan, aun cuando uno de los muertos
resucite, tampoco le darán crédito.
Lucas 16,19-31.