EL RELATO DE LA PASIÓN Y MUERTE
DE JESÚS
EN EL EVANGELIO DE MARCOS
(Mc 14,1-15,47)
(P. Silvio José Báez, ocd.)
De los cuatro evangelistas, Marcos es el que relata
con mayor crudeza los hechos desconcertantes de la pasión y muerte de Jesús en
la cruz. La riqueza de su teología está en el hecho de descubrir en el
escándalo de la cruz la máxima revelación de Jesús.
1. La
unción en Betania (Mc 14, 1-11). El relato inicia con la escena de
la unción en Betania, de parte de una mujer desconocida, de la cual afirma
Jesús: “les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se anuncie la buena
noticia será recordada esta mujer y lo que ha hecho” (Mc 14,9). Mientras los
sacerdotes y los escribas andan buscando el modo de arrestar a Jesús y darle
muerte (14,1), esta mujer descubre su identidad mesiánica, comprende el camino
y el destino del Maestro pobre (Mc 14,7) y proféticamente lo unge en la cabeza
con un perfume carísimo de nardo puro. Anticipa la unción de su sepultura y
prepara a Jesús para el sacrificio mesiánico (Mc 14,8). Esta mujer desconocida
es figura de la Iglesia creyente y profética, que vive indisolublemente unida a
la memoria de la evangelización, y que comparte con Jesús el camino de cruz y de
muerte por la salvación de los hombres.
2. La Cena de Jesús (Mc 14, 12-31). Esta
segunda escena de la pasión comienza como la primera, haciendo alusión a unos
“preparativos”. Mientras los jefes judíos se preparan para arrestar y dar
muerte a Jesús (14,1), Jesús y sus discípulos preparan la cena de pascua. La
antigua cena pascual judía se transforma en “la cena de Jesús”, expresión y
símbolo de su entrega y su amor por todos los hombres. La narración de la cena
(vv. 22-26) está enmarcada por dos anuncios proféticos: la traición de Judas
(vv. 17-21) y la predicción de las negaciones de Pedro (vv. 26-31). En el
centro de la cena no aparece ni el cordero, ni el relato de la liberación de
Egipto, sino las palabras y las acciones de Jesús sobre el pan y el vino, que
anticipan el banquete escatológico del reino y explican la vida y el destino de
Jesús. La Eucaristía encierra todo el misterio de la vida de Jesús como
donación de amor y plenitud de salvación para los hombres. El pan partido
representa su vida donada por todos, en el que se hará realidad la presencia
mesiánica de Jesús a lo largo de la historia futura de los hombres; el vino, es
su sangre derramada que sella la alianza gratuita, universal y eterna de Dios
con toda la humanidad.
3. La
oración en Getsemaní y el arresto de Jesús (Mc
14,32-52). El huerto de Getsemaní se encontraba en el monte de los
olivos (Mc 14,26), una pequeña colina situada al este de Jerusalén. En un
monte, el de la transfiguración, Jesús había mostrado su gloria (Mc 9,2-9); en
el monte de los olivos, muestra su humanidad sumida en el dolor y la angustia.
En la escena resaltan dos elementos de la humanidad de Jesús: su sufrimiento y
su oración. El evangelio no oculta el lado humano de Jesús, su incertidumbre,
la necesidad de estar acompañado de los suyos, su dolor y su miedo. Sin esta
dimensión de su persona, Jesús no sería humano, no habría podido realizar la
salvación de los hombres, y tampoco representaría el principio de una nueva
humanidad. Con su oración se revela como el Hijo, que sabe acoger la voluntad
del Padre y se abandona a él sin reservas. El, que había escuchado con tanta
certeza la voz del Padre en el Jordán y en el monte de la transfiguración,
ahora debe acoger y amar también su silencio.
4. El proceso ante el Sanedrín (Mc 14, 53-65).
Marcos ha colocado la escena del proceso ante las autoridades judías
(14,53.55-56) en paralelo con las negaciones de Pedro (14,54.66-72). El v. 53
sirve de introducción al proceso de Jesús ante el Sanedrín y el v. 54 anuncia
la escena de Pedro que niega al Maestro. Mientras Jesús declara, por primera y
única vez en todo el evangelio de Marcos que él es el Mesías, Pedro niega
conocerlo. El contraste es fuertísimo. A la fidelidad del Maestro se contrapone
la infidelidad del discípulo. La frase de Pedro (v. 71: “yo no conozco a ese
hombre del que me hablan”) es la última palabra que pronuncia un discípulo de
Jesús en el evangelio de Marcos. A continuación Pedro se echa a llorar
amargamente. Así termina el primero del grupo: infiel, entre lágrimas, negando
conocer al Maestro. Sólo la pascua podrá rehacer a Pedro y al grupo. Por ahora
todo es fracaso y miedo. El sanedrín judío, ante la declaración mesiánica de
Jesús que escandaliza a todos, lo declaran reo de muerte.
5. El proceso ante Pilato (Mc 15,1-20). Ante el
procurador romano cambia el motivo de la acusación contra Jesús, que es
presentado ante Pilato como “rey de los judíos”. Ante la pregunta de Pilato:
“¿eres tú el rey de los judíos?”, Jesús responde: “Tú lo dices”. No calla su identidad
y da testimonio solemne. Pero después, ante las falsas acusaciones, Jesús no
habla más, no vuelve a responder a Pilato, lo cual extraña mucho al procurador
romano (v. 5). Defenderse en un proceso jurídico sería probar que los otros
mienten, lo cual tendría como efecto el condenar a la parte adversa. Con su
silencio, Jesús renuncia al legítimo derecho de defenderse, acepta pasar por
uno que no puede responder, con tal de que su inocencia no sirva de condena
para ninguno. Voluntariamente va hacia la muerte: calla de frente a las
acusaciones y no huye de la condena, para que en el proceso quede claro que su
deseo no era vencer a costa de los otros, sino padecer incluso la muerte con
tal de no tratar a ninguno como enemigo. Las autoridades judías esperan que el
procurador ratifique la sentencia de muerte y la ejecute. Pilato, “queriendo
complacer a la gente” (v. 15), cae víctima de las intrigas de los sacerdotes
que han manipulado la voluntad del pueblo y decide dar muerte a Jesús (vv.
2-15). Marcos narra otro proceso, oscuro, burlesco, ofensivo, realizado como
una farsa jurídica de parte los soldados, en el calabozo del palacio del
procurador romano (vv. 16-20). Los soldados romanos convierten a
Jesús en objeto de su burla, simulando tributarle honores de rey. Se ensañan
contra Jesús con toda su carga de agresividad y vulgaridad, pero Jesús aquí
también calla. Su silencio prepara la victoria de la pascua: la victoria de la
palabra de la vida sobre el pecado y la muerte.
6. El camino de la cruz y la crucifixión (Mc
15,21-41). Para Marcos, Jesús se revela
plenamente como el “Hijo de Dios” sólo en el momento de la crucifixión (15,39).
Jesús muere dando un fuerte grito (15,37), invocando de Dios una palabra que no
escuchó (15,34), en medio de la burla y el sarcasmo de los sacerdotes y
maestros de la ley, de la gente que pasaba por allí y de los que habían sido
crucificados con él (15,29-33). Jesús hace suyo el destino de todos aquellos
que en el mundo viven y mueren marginados, aplastados y oprimidos, sin respuestas
de ningún tipo, abandonados de Dios y de los hombres. En aquel momento, “la
cortina del templo se rasgó en dos de arriba abajo” (Mc 15,38) y un centurión
romano que estaba frente a Jesús crucificado exclamó: “Verdaderamente este
hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39). Con la muerte de Jesús termina el templo y
toda la institución religiosa de Israel como medio de salvación, y se abre a
los gentiles el camino de la salvación. Es precisamente un pagano, aquel
centurión romano que estaba frente a la cruz, quien reconoce la plenitud de la
manifestación divina en Cristo crucificado, en quien se revela la fuerza
superior de un Dios que actúa en la debilidad y la impotencia. Al centurión
romano, que ha dirigido la crucifixión de Jesús, Dios se le revela en la muerte
del Crucificado. Esta es la paradoja que desde ahora en adelante marcará su
vida y la de todos los que descubran a Dios en Cristo. La fuerza de Dios brota
de la debilidad de la cruz; la salvación, de la impotencia de un hombre
aparentemente fracasado. El pecado se vuelve principio de gracia: Jesús se
revela y salva a los mismos hombres que le han dado muerte.