30 DE OCTUBRE
SAN MARCELO
CENTURIÓN Y MÁRTIR (+298)
EL Martirologio nos recuerda hoy otro mártir español, que lleva en el nombre el cuño de una estirpe gloriosa y secular tradición en los fastos del Imperio Romano: San Marcelo. Un nombre que en él llega a la cumbre, aureolado con la corona de trece rosas de martirio: sus doce hijos y su esposa Santa Nona —émula de la madre de los Macabeos, de Santas Felicidad y Sinforosa—, que, si no fue mártir en el cuerpo, lo fue también trece veces en el alma...
La iglesia de León reclama para sí esta gloria. Y la imperial Ciudad, que lo tiene por hijo —algunos creen que sólo fue Centurión de la Legión VII, allí acampada—, lo ha vinculado con orgullo a su historia y lo venera como Patrono. En realidad, no sabemos otra cosa que lo que nos dicen las Acta Marcelli —de gran autoridad ante la crítica —, publicadas por Sunio, Baronio y Ruinart, y estudiadas modernamente por Delehaye. Como no son largas las copiamos íntegras, tal cual las transcribió el insigne historiador Padre Zacarías G. Villada, del código A-76 de la Biblioteca Nacional de Madrid:
I.- Siendo cónsules Fausto y Galo, el día cinco antes de las calendas de agosto_ —28 de julio—, introducido ante el tribunal el centurión Marcelo, el presidente Astayano Fortunato dijo:
— ¿Qué te ha pasado por la cabeza para que, contra la disciplina militar, te desciñeras el cinto y la espada y arrojaras el sarmiento?
—Ya el doce de las calendas de agosto —21 de agosto—, cuando celebrasteis la fiesta de vuestro emperador, te respondí con voz clara que soy cristiano y no puedo seguir en la profesión de esta milicia, sino en la de Jesucristo, Hijo de Dios omnipotente.
—No es posible echar tierra sobre la temeridad que has cometido, y, por tanto, haré llegar el caso a conocimiento de nuestros señores, los Augustos Césares. Tú, sin remedio, habrás de pasar a la audiencia de mi señor Agricolano:
«Manilo Fortunato a su amigo Agricolano, Salud: Celebrando, en día felicísimo y para todo el orbe faustísimo, la fiesta del natalicio de nuestros señores los Augustos Césares, señor Aurelio Agricolano, Marcelo, centurión ordinario, arrebatado de no sé qué locura, se desciñó espontáneamente el cinto y la, espada, y se propasó a arrojar el sarmiento que llevaba ante las insignias mismas de nuestros señores. Hecho tal, he juzgado necesario ponerlo en conocimiento de tu Potestad y remitirte al sujeto mismo».
II.- Siendo Fausto y Galo cónsules, el tres antes de las calendas de noviembre —30 de octubre — en Tánger, introducido en el tribunal Marcelo, uno de los centuriones de Astayano, del offícium o audiencia se dijo:
—El presidente Fortunato ha transmitido a Marcelo a tu Potestad. Presente está. Sea traído ante tu Grandeza, así como una carta firmada por el presidente y a ti dirigida, la que, si lo mandas, será públicamente leída:
—Léase —dijo Agricolano.
Leído el informe, preguntó a Marcelo:
— ¿Has dicho tú lo que está insertado en esas actas? —Lo he dicho.
— ¿Todas y cada una de esas palabras has dicho?
— Las he dicho.
— ¿Militabas como centurión ordinario?
— Militaba.
—¿Qué locura se apoderó de ti para pisotear tus juramentos...?
—No hay locura alguna en el que teme a Dios.
— ¿Pero has dicho todas esas cosas que se confirman en el informe...?
— Todas.
— ¿Arrojaste las
armas?
— Sí; las arrojé, porque no conviene que un cristiano que teme a Cristo, milite en los trabajos de este siglo.
— Pues consta que los hechos de Marcelo deben ser castigados conforme a la disciplina.
Y dijo así:
— A Marcelo, que, siendo centurión ordinario, tras quebrantar el juramento bajo que militaba, lo ha deshonrado públicamente, y bajo la fe de las palabras del presidente ha dicho palabras llenas de furor, le condenamos a que sea pasado a filo de la espada.
Y al ser conducido al suplicio, San Marcelo dijo:
— Que el Señor te colme de beneficios, Agricolano.
Y tras estas palabras, muerto por la espada, alcanzó la corona del martirio que deseaba, reinando nuestro Señor Jesucristo, que recibió a su mártir en paz. A Él sea el honor y la gloria, la fuerza y el poder por los siglos de los siglos. Amén.»
Así, con sencillez y bravura de soldado, coronó su nombre de gloria San Marcelo, el 29 de octubre del año 298.
Los cristianos de Tánger le dieron honrosa sepultura, y en 1483, por la buena diligencia del clérigo Isla, fue trasladado a su Ciudad natal, cuyas miradas se atrajo un día lejano por su vivir de caballero sin tacha...
«Y cuando las campanas de la iglesia de San Marcelo —dice un escritor—, después de las de la Catedral, y de las de San Isidoro, anuncian fiestas y solemnidades, es todo León el que se acuerda de San Marcelo, para rezar y para decir que el santo Centurión sigue siendo imán de las almas enamoradas, orgullo del pueblo, honor de la patria chica, alegría y vida de los leoneses y una de las legítimas glorias de la España cristiana».