17 DE OCTUBRE
SANTA MARGARITA MARÍA
VIRGEN SALESA (1647-1690)
OTRA gran Santa se adelanta hoy a honrar las páginas de este Santoral: Margarita María Alacoque. Trae su nombre escrito en la frente con letras de oro: Regis superni núntia, Mensajera del Gran Rey. El Venerable Padre Bernardo Hoyos —paladín de la misma causa— la llamó «fuente y primera fundadora» de la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús, que es —en sentir de Pío XI— da forma de vida más perfecta»...
En la capilla de la Visitación de Paray-le-Monial, sobre el altar marmóreo que guarda las preciosas reliquias de la gran Evangelista del amor, cual sol que ilumina y descifra el secreto de su vida heroica, se ve el Corazón Divino rodeado de espinas y de rayos vivísimos. Es el emblema de una existencia consagrada totalmente al amor de Cristo, el símbolo de una víctima humilde y preciosa que —en íntimo holocausto— gustó el néctar y el acíbar de todas las flores del espíritu, hasta consumirse «como un cirio ante el altar de un cripta desnuda».
Dios enciende esta vida —escuela de amadores— en Vcrosvres de la Borgoña, un 22 de julio de 1647. Tres días después le da, con el beso del Bautismo, el primer impulso hacia un alto destino. Y lo renueva a los nueve años —el día de su primera Comunión —en el Colegio de las Clarisas de. Charolles. No le faltan a la hija del Notario real Claudio Alacoque ni lujos, ni comodidades, ni encantos, ni placeres. Pero con la gracia divina conserva nítida su inocencia bautismal. «Sin saber lo que hacía, me sentía continuamente impulsada a repetir: «Dios mío, os consagro mi pureza y hago voto de perpetua castidad».
Niña todavía, Cristo la introduce en las secretas vías del espíritu, en los misteriosos caminos del amor inmolado y de la comunicación con el cielo. En su adolescencia siente Margarita la delicia desfallecedora de los éxtasis y las negras crisis morales. Crucificada en el lecho del dolor durante cuatro años, promete a la Virgen — «su Guía» — que será, si la/ cura, una de sus hijas. Cesa la enfermedad, y empieza la lucha larga y descorazonadora por la vocación. «El diablo suscitaba muchos buenos partidos, según el mundo» —escribe en su inapreciable Autobiografía—. Pero ella pone su causa en manos de María y centra todos sus afectos en el «Gran Anonadado del Sagrario». Y triunfa, al fin. «Vos, Dios mío, único testigo del horrible combate trabado en mi alma, me hicisteis conocer que sería muy duro y difícil luchar contra el poderoso estímulo de vuestro amor...».
Entrádose ha la Esposa en el ameno huerto deseado... Este «ameno huerto», elegido por el mismo Jesús para escenario de la vida de su Evangelista, y por testigo del nuevo Evangelio de amor de su abrasado Corazón, fue el convento de la Visitación de Paray-le-Monial. El grandioso mensaje empieza a pergeñarse durante el noviciado —1671—, se define claramente en 1674; traspasa, en la década siguiente, la alta cerca de Patay, y, al abismarse la Santa para siempre en el Divino Corazón —1690—, se ha hecho ya universal.
¿Cómo prepara Cristo a su confidente para esta misión altísima? Plasmando en el alma de Margarita la imagen de su vida terrena, con sus negruras y claridades —«Yo seré tu suplicio y tu alegría»—, y santificándola dentro del sistema ascético que informará la nueva devoción. La actitud de la Santa es la que le sugiere su Maestra de Novicias: «Poneos delante de Dios como un lienzo delante del pintor». Y la obra sale perfecta, divina:
Amado con Amada.
Amada en el Amado transformada…, que diría San Juan de la Cruz. Vida de consagración y de reparación. Vida de fiel correspondencia: «amor por amor». La Santa insiste en esto en sus escritos. «Os suplico le hagáis entera donación espiritual y corporal». «Si deseáis vivir para Él, debéis hacer a su Corazón el sacrificio de vos misma». Vida de renuncia, de abandono; de amor. Para ella la cruz es «un tesoro inapreciable», «la única dulzura», «trono de los verdaderos amantes de Cristo». Se define a sí misma como «una pura cruz en el cuerpo y en el alma». A lo largo de su existencia —ya enfermera, ya Maestra de Novicias, ya Asistente— sufre pruebas terribles: tentaciones, persecuciones, abandono, pena de ver padecer a sus «grandes amigas», las almas del purgatorio. Pero ¿cómo reacciona? «Quiero sufrir sin queja en el dolor». «Soy una cloaca de miserias, un átomo feo y sucio»... En este clima de dura ascesis, en medio de las más puras alegrías espirituales, le descubre el Señor los secretos inefables de su amor. En junio de 1675 tiene lugar la revelación más trascendental. «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres...». Jesús se duele de la humana ingratitud y ordena el establecimiento de una —fiesta en honor de su Corazón Sacratísimo, que se celebrará el viernes siguiente a la octava del Corpus. «Yo te constituyo heredera de mi Corazón» —dice a su Sierva—. Y le da por auxiliar al Padre La Colombière, su «fiel siervo y perfecto amigo».
Pero la lámpara de esta vida no podía seguir ardiendo. El amor le quemó las alas, y —¡a los cuarenta y tres años!— se extinguió dulcemente a los pies del Amado. «No necesito nada más que a Dios», fue su último grito...
Dios la hizo «margarita» perenne de la gloria. Y Benedicto XV —en 1920— la colocó en los altares sobre el búcaro más diáfano y bello...