12 DE OCTUBRE
NUESTRA SEÑORA DEL PILAR
HÆC dies quam fecit Dóminus...! Este es el gran día que hizo el Señor. El día del Pilar. El día de Zaragoza. El día de España. El día de la Hispanidad. Efemérides gloriosas… Fiesta de la alegría y del amor. Epifanía de nuestro Cristianismo. Luz en la noche de los siglos. Nota de asombro en la historia patria. Emocionario fecundo. Gesto de entrega. Hervor impaciente de la sangre. Voz encendida. Ímpetu, latido. Lenguaje de amor, de gratitud, de fe. Día de la Madre. Día de la Reina. Día de la Perla de España. Día triunfal... ¡Las campanas litúrgicas del doce de octubre tienen ecos milenarios del gran día que hizo el Señor! ¡El Pilar!
Columnam ducem habemus... Una columna nos guía. Lo cantó el Profeta: Et ponam jáspidem propugnácula tua: pondré el jaspe como defensa tuya. Columna nubis, como la que guió al pueblo hebreo. Columna inconmovible. Cátedra viva. y perenne. Símbolo de fortaleza. Fundamento de la Verdad. Vigía en todos los caminos. Piedra de Horeb. Imán de los corazones. órgano de nuestra espiritualidad. Talismán precioso. Huella de María. Cetro de la fe. Vínculo de amor y tradición. Germen de héroes y misioneros. Faro esplendente. Trono de gloria. Recuerdo de -los beneficios y promesas de la Virgen. Non fecit táliter omni nationi... ¡Con ninguna otra nación hizo cosa igual!
¡Nuestra Señora del Pilar!
Evangelizadora, Madrina, Redentora, Capitana, celeste Estrella de España. «Senyora y Avogada de todos sus fechos» —Alfonso I—. Generalísimo de sus ejércitos. «La que más altares tiene». Sacro trilema: Vida, dulzura y Esperanza nuestra. Aliento y brío. Calor de Madre. Amparo y consuelo. Epónima de la Patria. Sostén en las terribles sacudidas históricas. Devoción clavada en la entraña viva de los españoles. Reina de la Hispanidad.
¡Basílica del Pilar!
Santuario de la Raza. «Templo primogénito de la Cristiandad monárquica» —Quevedo—. Altar de la Patria. Capilla Angélica. Arca de la alianza. Estuche de la mejor Joya, y de los exvotos nacidos del milagro. Álbum sagrado en el que firmaron reyes y santos. Huerto cerrado donde brotó la primera semilla de nuestra fe, regada por el sudor apostólico de Santiago. Prodigio único. «He elegido y santificado este lugar con mi presencia —dijo la Virgen— para que aquí esté mi nombre y aquí permanezcan siempre mis ojos y mi corazón». Sancta Sgnctorum de nuestra devoción mariana... Símbolo religioso y unificador de los pueblos hispánicos, como canta el himno:
Hispanidad es santuario
cimentado en un Pilar
que nadie podrá borrar...
¡Bendita y alabada sea la hora en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza!
El recuerdo y el corazón vuelan a aquella noche lúcida de las calendas de enero del año 40, que fue para nosotros la más radiante aurora. Zaragoza dormía. España yacía en tinieblas. A orillas del padre Ebro —nombre caudal, raíz de la Península— el Hijo del Trueno exhalaba su encendida queja por el exiguo fruto de sus predicaciones. A su lado, desfallecidos de cansancio y desaliento, los siete varones apostólicos: Torcuato, Cecilio, Eufrasio, Indalecio, Tesifonte, Hesiquio y Segundo. De pronto, se le aparece la Virgen, viviendo aún en carne mortal, le conforta y le anima para que en aquel mismo lugar erija un templo a Dios en honor suyo. Y entregándole un pilar de jaspe, le dice: ay este pilar permanecerá aquí hasta el fin del mundo».
La tradición escrita que recoge este hecho trascendental no se remonta más allá del siglo XIII. Pero en el corazón de España tiene acentos y raíz milenarios. Puede sonreír el hipercrítico escéptico que, dudando de los prodigios de la fe, cree en los pliegues de un manto, en el perfil de una imagen, en la actitud de una mano o en un pergamino apolillado. Un hecho es históricamente cierto: que aún antes de la invasión árabe, existía en el mismo emplazamiento del templo actual, un vetusto santuario de gran veneración, llamado Santa María la Mayor de Zaragoza. Y una verdad más plena y profunda: «Hay una realidad vital que tiene sus raíces en la tierra santa de España; hay un amor perenne que arde en millones de pechos españoles. Eso nos basta». La Virgen del Pilar es el foco donde convergen nuestras miradas y nuestros corazones en ascua. Por ella somos lo que somos. Ella nos enseñó a rezar y nos hizo maestros y señores del mundo. Ella fecundó milagrosamente la predicación de Santiago, como lo atestigua el Concilio de Ilíberis. Ella hizo el prodigio de Calanda, sin igual en los fastos de Lourdes y Fátima. Ella inspiró a nuestros artistas y alentó a nuestros mártires y misioneros. Ella hizo de nuestra historia una estela rutilante de proezas. Para ella levantó más de dos mil templos Jaime I. Por ella se lanzó España a la más genial aventura, y las carabelas de Colón llevaron al Nuevo Mundo —providencialmente un doce de octubre— los ecos del trueno de nuestro Apóstol. «Por ella fue España en el fragor de los siglos, la defensa firme y heroica, magna y gloriosa, perenne e invencible de Cristo y de su Iglesia».
Por eso, ¡Oh, Virgen Santa!:
Este pueblo que te adora,
de tu amor favor implora,
y te aclama y te bendice
abrazado a tu Pilar…