29 DE OCTUBRE
SAN NARCISO
OBISPO Y MÁRTIR (+307)
ERONA, la ciudad «pequeña y opulenta» de Prudencio, la ciudad mil veces invicta —vigía y baluarte— celebra hoy con rito mayor el dies natalis del mejor de sus héroes : de su Padre, Defensor, Abogado, Generalísimo y Patrono, San Narciso. Sería difícil tejer la historia de la vetusta Gerunda, sin contar con el Obispo santo que la engendró para Cristo con su doctrina y la fecundó con su sangre de mártir. En el ramillete de las virtudes cívicas y religiosas gerundenses, campará siempre este odorante Narciso, que es, no el narcissus poéticus consagrado por el politeísmo pagano a las divinidades infernales, sino flor de cielo...
No existen fuentes seguras para trazar una biografía ordenada del santo Patrono de Gerona. Su infancia y adolescencia están rodeadas de niebla. El obispo gerundense Berenguer Wifredo, en una carta escrita a Sigardo, abad del monasterio alemán de San Udalrico y Santa Afra, dejó una nota descorazonadora para cuantos investigadores han promovido estudios relacionados con la vida apostólica y cruento sacrificio del santo Prelado: «De San Narciso os decimos lo único que sabemos, ya que el libro de su martirio y el día exacto de su muerte, con la irrupción de los moros, que han devastado nuestras iglesias y despoblado nuestros lugares, los hemos perdido sin esperanza de recobrarlos. No obstante, celebramos anualmente con gran solemnidad la fiesta de su tránsito el día cuatro de las calendas de noviembre...».
En compensación de este vacío histórico, tenemos la greca sugestiva de una tradición y una leyenda en las que aletea un fondo de verdad indiscutible.
Nace el preclaro Mártir en la primera mitad del siglo II. Ciertos cronicones antiguos, no sólo afirman que Gerona es la patria chica de Narciso, sino que dan noticias precisas de su linaje. Sus padres se llaman Lucio y Serena. Son parientes cercanos de Pomponio Paulato, arzobispo de Toledo. Descienden de una familia patricia de Roma. Él estudia con maestros tan afamados como los oradores Rufo, Lucio y Cayo Paulato, llegando a convertirse, por su ciencia, virtud y doctrina, en oráculo para los fieles. Muy joven todavía es consagrado obispo.
Estamos en el 303. Arrecia en España la persecución de Diocleciano. Narciso, impulsado por el Cielo, se dirige a la ciudad alemana de Augsburgo, en compañía de su diácono Félix. Dios permite que se hospeden en casa de Afra —joven de la familia real de Chipre, consagrada desde su niñez al infame culto de Venus—, a la que convierten con toda su familia y servidumbre. Nueve meses permanece el Santo en Augsburgo, y una vez organizada aquella iglesia con la ordenación de presbíteros y la consagración de un obispo, retorna a Gerona. Las calles de la gloriosa Ciudad están aún salpicadas con la sangre de mártires recientes, entre ellos el intrépido diácono Félix, llamado «el Africano». El bárbaro Rufino se ha cebado en el pueblo gerundense como un lobo hambriento en rebaño de tímidas ovejas. Durante tres años puede desplegar libremente su celo apostólico, no sólo en Gerona y Ampurias, sino también en otras tierras del Principado. Los cristianos se multiplican rápidamente con alarma de los perseguidores. La sangre de los hermanos en la fe empieza a dar su fruto, de acuerdo con las palabras de Tertuliano: Sanguis mártyrum semen christianorum. Narciso, como cabeza de aquel renuevo espiritual, no tarda en ser señalado para el sacrificio. El edicto imperial puede perdonar en ocasiones a los simples fieles, pero con los duces factionum —los caudillos de la facción— es inflexible. Todos los obispos, presbíteros y diáconos que se nieguen a abjurar, serán inmediatamente decapitados. Epíscopi et presbyteri et diácones incontinenti animadvertantur — dice una cláusula...
Al obispo Narciso determinan darle muerte sin formación alguna de proceso legal. En la que fue Colegiata de San Félix, el buen Pastor celebra los sagrados Misterios, predica, confirma y prepara a los fieles para la lucha por la fe, ayudado siempre de su inseparable diácono. Los perseguidores le siguen bien todos los pasos. Una mañana, cuando el Obispo se dispone a ofrecer el santo Sacrificio, caen en tropel sobre él y sobre los cristianos asistentes. Todos son inmolados bárbaramente ante el altar como hostias vivas de Cristo. Con su muerte, la Gerunda pagana dejaba de serlo, para convertirse en la Gerona cristiana, gloriosa e inmortal, atalaya y blasón de la Patria.
Una vieja leyenda, divulgada por el siciliano Nicolás Speziale, y conocida con el nombre de «milagro de las moscas», atribuye a la protección del Santo la aparición de unas moscas venenosas que, en los diversos sitios que Gerona ha sufrido, sembraron siempre el pánico en el ejército invasor. Esta ha sido la causa de nombrarle Generalísimo y Protector de la Ciudad.
El cuerpo de San Narciso se conservó incorrupto durante dieciséis siglos, a pesar de las monstruosas profanaciones de los franceses. Las hordas rojas lo han hecho desaparecer en 1936. Pero la magnífica capilla del Santo —en la antigua Colegiata de San Félix— es y será relicario de fe y de patriotismo; porque a ambos lados de la misma están como centinelas perpetuos, el sepulcro del invicto Álvarez de Castro y el de las heroínas de Santa Bárbara, mártires todos de su propio honor y del honor de España.