viernes, 31 de octubre de 2025

1. EXISTENCIA DEL PURGATORIO. MES POR LAS BENDITAS #almasdelpurgatorio

MES DE NOVIEMBRE

EN SUFRAGIO DE

LAS BENDITAS ALMAS

DEL PURGATORIO

Francisco Vitali

 Por la señal…

ORACIÓN INICIAL

Oh María, Madre de misericordia: acuérdate de los hijos que tienes en el purgatorio y, presentando nuestros sufragios y tus méritos a tu Hijo, intercede para que les perdone sus deudas y los saque de aquellas tinieblas a la admirable luz de su gloria, donde gocen de tu vista dulcísima y de la de tu Hijo bendito.

Oh glorioso Patriarca San José, intercede juntamente con tu Esposa ante tu Hijo por las almas del purgatorio. Amén.

 

Se lee lo propio de cada día.

DÍA 1

MEDITACIÓN

EXISTENCIA DEL PURGATORIO

La muerte es cierta. Está ya dado el gran decreto en virtud del cual todos los hombres han de morir. Cualquiera otra desgracia podrá evitarse, pero la muerte jamás, no hay estado que libre de ella, ni edad, ni condición, ni sexo, ni ninguna otra defensa humana. Desde el primero hasta el último de los hombres tienen que ver su ocaso, y ya muchos llegaron a él, otros los siguen, y todos, como el agua que se desliza, caeremos finalmente en el sepulcro sin remedio, y entre tanto ¿qué es lo que hacemos nosotros ¡oh cristianos! preparémonos al inevitable fin que nos espera; ¡oh cuán amarga no será la muerte si no nos disponemos con tiempo a recibirla! Con la muerte se sale de este mundo y se va a la otra vida, ¿y qué cosa hay en la otra vida? La fe nos enseña que hay un Paraíso. Un Infierno, un Purgatorio.

Las almas perfectas, no reas de culpa, no deudoras de pena, libres de los lazos del cuerpo, al punto, vuelan a gozar en el Paraíso. Las almas manchadas con culpa grave, son arrastradas por el peso de sus iniquidades al Infierno para recibir el merecido castigo de la Divina Justicia. ¡Oh, que diversidad entre las unas y las otras! Aquellas eternamente bienaventuradas, con Dios; estas condenadas para siempre, con los demonios. ¿Cuál de estas dos suertes queremos nosotros?, en nuestra mano está la elección: si queremos el Paraíso con los justos, vivamos como viven los justos; si nos horroriza el Infierno, huyamos del pecado que conduce al Infierno. Pero si el alma sorprendida de la muerte se hallase no en pecado mortal, ni en la más perfecta justicia, sino en un estado medio, por decirlo así, y por lo cual ni pudiera ser condenada al Infierno por no ser digna de tanta pena, ni ser introducida luego al Paraíso por no ser digna aún de tanta gloria, ¿a dónde irá? He aquí la necesidad de establecer un lugar intermedio entre el Cielo y el Infierno, lugar no de término sino de tránsito, donde las almas de los fieles difuntos, como el oro se purifica de la escoria, se purifican también ellas y se perfeccionan para la gloria. Ahora bien, en este lugar caen la mayor parte de las almas que se salvan, y pocas se libran de él, porque son pocas las que no quedan contaminadas del polvo mundano; ¿deseamos nosotros evitarle? Purifiquémonos perfectamente en esta vida, supuesto que quien sale purificado de ella vuela directamente al Cielo.

 

ORACIÓN

¡Oh, Cielo, Cielo, tú nos atraes poderosamente con tus premios! ¡Infierno, Infierno, tú nos espantas horriblemente con tus castigos! ¡Purgatorio, Purgatorio, tú nos llenas de compasión y de piedad por tus penas! Oíd, oh gran Dios, nuestras súplicas: cerrad para todos los fieles las puertas del horroroso abismo, abrid para ellos los de la gloria bienaventurada y librad, ¡oh Señor!, de sus penas a cuantas almas se encuentran en el Purgatorio, llamadlas a gozar con vos de la inmarcesible corona de la eterna felicidad.

 

JACULATORIA

Eterno Padre, por la preciosísima sangre de Jesús, misericordia.

(x3)

V. No te acuerdes, Señor, de mis pecados.

R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

V. Dirige, Señor Dios mío, a tu presencia mis pasos.

R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

V. Dales, Señor, el descanso eterno y luzca para ellos la luz eterna.

R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

 

Padre nuestro… (se recita en silencio)

 

V. Libra, Señor, sus almas.

R. De las penas del infierno.

V. Descansen en paz.

R. Amén.

V. Señor, escucha nuestra oración.

R. Y llegue a ti nuestro clamor.

 

Oremos. Oh Dios mío, de quien es propio compadecerse y perdonar: te rogamos suplicantes por las almas de tus siervos que has mandado emigrar de este mundo, especialmente por las almas de nuestros familiares, amigos y bienhechores (pueden nombrarse por su nombre  propio), para que no las dejes en el purgatorio, sino que mandes que tus santos ángeles las tomen y las lleven a la patria del paraíso, para que, pues esperaron y creyeron en ti, no padezcan las penas del purgatorio, sino que posean los gozos eternos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

V. Dales, Señor, el descanso eterno.

R. Y brille para ellos luz perpetua.

V. Descansen en paz.

R. Amén.

1. EJEMPLOS DE DEVOCIÓN A LAS BENDITAS #almasdelpurgatorio


EJEMPLOS DE DEVOCIÓN 

A LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO 

Murió en la diócesis de Nocera un jovencito que había profesado una devoción singularísima a San Bernardino de Sena, y este Santo para recompensarle de esta, obtuvo del Señor el poder de restituirle la vida. Más antes quiso informarle bien de las cosas del otro mundo; por lo cual, haciéndose su guía, le condujo a las regiones infernales, donde entre torbellinos de densísimo humo y de inquieto fuego, le mostró una multitud casi infinita de réprobos, devorados por una eterna desesperación.


Después lo trasportó al cielo, donde dispuestos en bello orden los coros de los ángeles y los ejércitos de los Santos, se gozaban de una felicidad superior a todo pensamiento. Y, por último, le hizo observar la prisión del Purgatorio, donde entre ardorosísimas llamas se purifican las almas de los difuntos hasta que se hacen dignas de la gloria celestial.

Fue para él un espectáculo que le movió a gran compasión el ver como aquellas almas afligidas con sus penas y despidiendo desgarradores suspiros, volaron en torno suyo y le: rogaban que cuando volviese al mundo, contase a los mortales sus crueles tormentos, y los moviese a socorrerlas con copiosos sufragios, lo que él hizo con grandísimo fruto de aquellas infelices. Luego que volvió a la vida, hablaba a cuantos encontraba, del Purgatorio: Tu padre, decía a uno, está en aquellas abrazadoras llamas esperando los efectos de tu piedad filial; tu hijo, decía a otro, se encomienda a tu paternal cariño; tu bienhechor, reprochaba al heredero, te recuerda la ejecución de sus piadosos legados: todas aquellas almas, en fin, recurren a vuestra fe, a vuestra caridad para un generoso y pronto socorro.

Imaginemos que hoy se repite otro tanto a cada uno de nosotros, y cada una de las pruebas más significativas de su devoción al purgatorio.

1 DE NOVIEMBRE.- FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

 


01 DE NOVIEMBRE

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

HOY, dilectísimos —nos dice San Beda desde las alturas del siglo VIII—, celebramos en la alegría una sola fiesta, la solemnidad de Todos los Santos, cuya sociedad hace que el cielo tiemble de gozo, cuyo patrocinio alegra la tierra, cuyos triunfos son la corona de la Iglesia...».

Sí. La Iglesia eleva hoy un himno de triunfo en honor de sus hijos —de sus héroes— más caros: de esa falange inmortal, de ese tropel glorioso que a lo largo del año litúrgico hemos visto desfilar por las páginas del Santoral, de los héroes anónimos. que no conocen la gloria de los altares y de cuantos en el cielo o en la tierra están «señalados con el sello de Dios».

Día de júbilo, de comunión, de fraternidad. Día de la luz, de la esperanza, del amor. Día de la universalidad de la Iglesia, de la Humanidad gloriosa y triunfante, de los justos «que viven en el Señor». Día de la única victoria y de la única paz sempiternas. Exaltación de los eternos valores, de todo lo grande y bello. i Vuelo encendido del corazón y de la esperanza a los palacios encantados de Dios!

La sociedad pagana fue egoísta y cruel. El precepto de hermandad y solidaridad entre los hombres es típica, esencialmente cristiano. Constituye uno de los dogmas más consoladores de nuestra Fe. «Creo en la Comunión de los Santos» —decimos en el símbolo— Jesucristo nos enseñó que esta sociedad terrena cimentada en el amor, en la comunidad de origen y de destino, tiene su prolongación más allá del mundo visible, de las fronteras del tiempo y del espacio. Los santos del cielo, las almas del purgatorio forman esta familia en la que los hombres de todos los siglos permanecen unidos como miembros del cuerpo místico de la Iglesia, participando todos de la misma vida sobrenatural: auxiliando los vencedores a los luchadores, y éstos a los pacientes. Es la unión sublime, santa, divina y eterna de todos los «santos» en Cristo, que solemnizamos con esta hermosa festividad, broche de oro del ciclo litúrgico. La Iglesia abre hoy alborozada sus brazos maternales, para dar cabida en el abrazo de su amor a sus hijos «santos», en el verdadero sentido teológico del vocablo, esto es: a todos los que se hallan en estado de gracia santificante, ya se encuentren en el purgatorio, ya vivan en la tierra, ya estén en el cielo gozando de Dios. Separados por la distancia nos unimos todos en el espíritu para aclamar a Cristo, nuestro Capitán, para —como dice el Oficio del día— «adorar al Rey de reyes, corona de Todos los Santos». Gaudeamus.... ¡Alegrémonos todos en el Señor...!

Aunque es triple el objeto de esta solemnidad triunfal —conmemoración de los santos del cielo, exaltación del cuerpo místico y exaltación del alma de los justos— la liturgia jubilar de las vísperas y de la misa se desarrolla en la gloria. «Se alborozarán los santos en el cielo, se alegrarán en sus moradas; de su boca brotarán cantos de alabanza». Nosotros asistimos en espíritu a aquellas solemnidades, y vemos, con San Juan, desfilar el magnífico cortejo de cuantos tienen escrito su nombre en el Libro de la Vida. «Vi una gran muchedumbre que nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y lenguas, que estaban junto al trono y delante del Cordero, revestidos de un ropaje blanco, con palmas en las manos...». Su sola evocación despierta en nosotros alegrías divinas y nostalgias consoladoras. Son nuestros hermanos bienaventurados que han llegado ya a la meta feliz, «al inmortal seguro», a «la Ciudad permanente» de la gloria, «al descanso eterno», «al refrigerio inacabable de la luz y de la paz». En este día en que los santos del cielo comparten su honor con nosotros, quisiéramos escudriñar su mundo maravilloso; pero ni siquiera nos es dado imaginarlo, porque —como dice San Juan— «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al hombre le pasó jamás por la mente lo que Dios tiene preparado para sus elegidos». Jesucristo no habla del «Reino» por antonomasia, del «Paraíso», de «la Casa del Padre con muchas moradas», de la «Bendición de Dios», de la «Vida eterna», del «Gozo del Señor», de la «Bienaventuranza». San Agustín llama al cielo «fuente de la sabiduría y de la felicidad, donde el alma se embriaga, bebiendo del agua viva, que es Dios». El Catecismo lo define como «el conjunto de todos los bienes, sin mezcla de mal alguno». ¿Qué más puede desear nuestra alma, sedienta de felicidad? «¡Dichosos los que son convidados a las bodas del Cordero..!»

La fiesta de Todos los Santos es antiquísima, si bien en un principio el culto se reducía exclusivamente a los mártires. Baronio, en sus Notas al Martirologio Romano, dice que fue el papa Bonifacio IV, a comienzos del siglo VII, quien la instituyó, con motivo de haber consagrado a la Santísima Virgen y a los mártires el Panteón pagano del Campo de Marte. En el siglo VIII, Gregorio III la extiende a la Iglesia universal, y en el IX, Gregorio IV la fija definitivamente en el día primero de noviembre. Es, pues, esta fiesta símbolo del triunfo de Cristo sobre el paganismo. ¡Día de inmenso júbilo, de universal regocijo, en que «cielo y tierra se abrazan en un abrazo de confraternidad, en un abrazo de felicidad, en un abrazo de amor»! ¡Qué bien canta el himno de vísperas!: «...éxules vocate nos in patriam: Vosotros los que habéis triunfado y gozáis del premio en la Patria, llamadnos a ella a nosotros, desterrados en este oscuro valle de la vida».