viernes, 1 de julio de 2022

LA VIRTUD DE LA SANGRE DE CRISTO. San Juan Crisóstomo

 


LA VIRTUD DE LA SANGRE DE CRISTO. San Juan Crisóstomo

 

De las lecturas del II Noctuno de maitines

 

Sermón de San Juan Crisóstomo.

Homilía de los Neófitos.

¿Deseáis conocer la virtud de la sangre de Cristo? Remontémonos a su figura, y recordemos su primera imagen, según la narración de las antiguas Escrituras. En Egipto, a media noche, Dios amenazaba a los Egipcios con una décima plaga, decretando la muerte de sus primogénitos, porque retenían cautivo a su pueblo. Mas para que su amado pueblo no se expusiera a perecer con ellos, pues habitaba en el mismo país, indicole el Señor un remedio para distinguir a los Israelitas de los Gentiles. Fue una figura admirable, y la más a propósito para conocer con toda verdad la virtud de la sangre de Jesucristo. Ya la indignación divina había comenzado su obra, y el mensajero de la muerte iba de puerta en puerta. ¿Qué hará, Moisés? Matad, dice, un cordero y marcad con su sangre vuestras puertas. ¿Mas que estás diciendo, Moisés? ¿La sangre de un cordero puede preservar al hombre? Sí, puede hacerlo, responde; no por ser sangre, sino porque representa la sangre del Señor.

Como las estatuas de reyes, aunque inertes, protegen a veces a los hombres dotados que se refugian cerca de ellas, no por ser de bronce, sino porque representan la imagen del rey, también aquella sangre privada de razón libró a unos hombres racionales, no por ser sangre, sino porque figuraba la sangre de Jesucristo. Y así, el Ángel exterminador, viendo teñidas las puertas, pasó adelante sin atreverse a entrar: Si hoy, pues, en lugar de ver puertas teñidas con sangre simbólica, el enemigo ve en los labios de los fieles, puertas de los templos de Jesucristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá aún más lejos. Porque si se apartó en presencia de la figura, ¿cuánto más huirá espantado el enemien presencia de la realidad? ¿Deseáis saber otra virtud de esta sangre? Considera dónde empezó a derramarse y de qué fuente manó. Empezó a brotar en la cruz; y tuvo su fuente en el costado del Señor. Porque habiendo muerto el Señor, y mientras pendía aún de la cruz, un soldado le hirió en el costado, del cual salió agua y sangre, símbolo una del bautismo y la otra del Sacramento. El Evangelio no dice: Salió sangre y agua, sino primero el agua y después la sangre; porque nosotros somos primero lavados con el agua bautismal, y consagrados luego con el Santísimo Misterio.

Un soldado le abrió el costado: abrió una brecha en el muro del templo santo, dándome ocasión de hallar un tesoro precioso y de gozarme por el descubrimiento de grandes riquezas. Esto ocurrió con este Cordero. Los judíos mataron al Cordero, y yo he gozado del fruto del Sacramento. Del costado brotó sangre y agua. No quiero pasar tan ligero por los secretos de tan gran misterio, pues me falta aún manifestaros muchas cosas místicas y profundas. Aquella agua y aquella sangre, pues, simbolizaban el bautismo y los Misterios. Con ellas se fundó la Iglesia, por la regeneración del agua y la renovación del Espíritu Santo: por el bautismo repito, y los Misterios que parecen haber salido de aquel costado. Del costado de Jesucristo se formó la Iglesia, así como del costado de Adán se formó Eva, su esposa. San Pablo da testimonio de este origen, cuando dice: “Nosotros somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos”, aludiendo al costado de Jesucristo. Así como Dios hizo a la mujer del costado de Adán, así Jesucristo nos dio el agua y la sangre salidos de su costado, destinados a la Iglesia, como elementos reparadores. Con motivo de la celebración del décimonono centenario de la Redención del género humano, y en memoria de tan inefable beneficio, quiso el Sumo Pontífice Pío XI celebrar un Jubileo extraordinario para que manasen más abundantes frutos en favor de los hombres de la preciosa sangre del Cordero inmaculado, Jesucristo, con la cual hemos sido redimidos; y para que su recuerdo se grabara más en los fieles, el mismo Papa elevó la fiesta de la Preciosísima Sangre, que todos los años debe celebrar la Iglesia, al rito de primera clase.