La humildad y las virtudes.
XVI domingo después de Pentecostés
17 de septiembre de 2023
Se impone la brevedad en este domingo, pero no por ello hemos de dejar de considerar las enseñanzas que nuestro Señor Jesucristo nos da en el santo Evangelio, principalmente sus palabras finales que dan término al milagro de la curación del hidrópico, la enseñanza sobre la santificación del día del Señor y la práctica de la misericordia, como también la corrección que Cristo hace a los fariseos que observándole malévolamente son reprendidos por su hipocresía, vanagloria y soberbia.
El que se humille, será ensalzado; y el que se ensalce, será humillado.
Satanás quiso ponerse por encima de Dios, y bajo a lo más hondo del infierno.
Adán y Eva quisieron ser como Dios, y perdieron la gracia y la amistad con él.
Los hombres de Babel quisieron construir una torre para llegar al cielo y quedaron confundidos… y así, la Sagrada Escritura narra casos y casos de aquello que queriendo ser algo, terminaron mal.
La misma historia de la humanidad nos da ejemplo de hombres grandes y poderosos que por su ambición de poder, teniéndolo todo en su momento, pero queriendo todavía más, terminaron sus días desgraciadamente.
La soberbia no lleva a buen término. Dios rechaza a los soberbios y los mismos hombres detestan a los “engreídos”, pues se le presentan como odiosos.
“El que se humille, será ensalzado”, afirma el Salvador, presentándose él mismo como manso y humilde de Corazón.
Santo Tomás de Aquino afirma: "La humildad significa cierto laudable
rebajamiento de sí mismo, por convencimiento interior". La humildad, derivada
de la templanza, hace moderar el apetito
desordenado de la propia excelencia, porque comprenden su pequeñez y su
miseria, principalmente con relación a Dios. Por eso para santa Teresa "la
humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de
nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en
mentira".
Conociendo la grandeza de Dios y nuestra nada, no podemos más que no tener mucho aprecio de nosotros mismos y una gran admiración y confianza en el poder y amor de Dios.
La humildad no es la virtud más importante, antes están las teologales (fe, esperanza y caridad) y las cuatro cardinales (justicia, prudencia, templanza y fortaleza). Pero sin la humildad, parece que el resto de las virtudes no brillan en todo su esplendor, es más –todos los autores la llaman fundamento de todas las virtudes así como la soberbia es madre de todos los pecados- . La humildad, en la medida en que parece mantener la mente y el corazón sometidos a la razón y a Dios, dispone para vivir todas las virtudes.
Veamos como:
· La fe pide un entendimiento humilde y rendido, "cautivando nuestro entendimiento en servicio de Cristo". El entendimiento soberbio es impedimento para recibir la fe: "¿Cómo podéis vosotros creer en mí, pues buscáis ser honrados unos de otros, y no buscáis la honra que de sólo Dios viene? –dice Jesús a los fariseos. (Jn. 5,44) También es necesaria la humildad para conservar la fe. La soberbia es el principio de todas las herejías y aleja de la comunión de la Iglesia. Estima uno su inteligencia, juicio y parecer por encima del parecer de los Dogmas, del Magisterio y de las Iglesia. Los herejes son soberbios, aunque se disfracen con piel de oveja. Ved que actual es esto por parte de aquellos que con ocasión del Sínodo quieren cambiar la fe y moral de la Iglesia, con apariencia de fraternidad, acogida, misericordia… mostrándose como pastores que buscan el bien de las almas; pero esconden la soberbia de querer ser más que Dios, de pensar que saben más que el Evangelio, de creerse más “comprensivos y caritativos” que la misma Madre Iglesia. Dios les conceda luces para arrepentirse.
· La virtud de la esperanza se sustenta con la humildad. El humilde se sabe necesitado, que con sus fuerzas poco puede y así, movido por la humildad, se abandona con gran afecto en Dios y pone toda su esperanza en El.
· La humildad enciende y aviva la caridad y amor de Dios; porque el humilde conoce que todo lo que tiene le viene de la mano de Dios y que él está muy lejos de merecerlo. "¿Quién es el hombre, Señor, para que os acordéis de él, y pongáis vuestro corazón en él, y le hagáis tantos favores y mercedes?" Peregunta Job. (Job 7,17) Y decía los santos: ¿Yo porfiar a ofenderos cada día y Vos a hacerme mercedes cada hora? Y así, cuanto más consideraban su indignidad y miseria, más obligados se hallaban a amar a Dios, que puso los ojos en tan gran bajeza. A imitación de la Virgen el humilde no cesa en su Magnificat: "Glorifica mi alma al Señor, porque puso los ojos en la bajeza de su sierva." (Lc. 46-48).
· La humildad es necesaria también para el amor al prójimo. La soberbia nos lleva a juzgar, criticar, a tener a nuestros semejantes por imperfectos y defectuosos. El humilde tiene sus ojos puestos en las propias faltas y está acostumbrado a mirar en otros las virtudes.
“Si preguntáis de dónde nace el juzgar a mis hermanos, digo de falta de conocimiento propio; porque si anduviereis dentro de vos, tendríais tanto que mirar y llorar vuestros duelos, que no tendríais cuenta con los ajenos. “
· De la humildad nace también la paciencia. El humilde sabe callar, no quejarse, guardar silencio, no hablar de sí mismo, disculpar, esperar, mortificarse... Con el profeta Miqueas puede decir: “Sufriré de buena gana el castigo que Dios me envía, porque he pecado contra Él." (Miq. 7,9). El soberbio, por el contrario, de todo se queja y le parece que le injurian y marginan, aunque no sea así. No le tratan como merece, me marginan –suele decir- y cree que la razón es porque todos los envidian.
· Con la humildad viene la paz. "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. ¿Y cuál es el efecto de este aprendizaje? “Hallaréis descanso para vuestras almas." (Mt. 11,29). El que procura ser humilde, tiene gran paz consigo mismo y también con sus hermanos. El soberbio siempre anda en enfados, venganzas, líos, reyertas, conspiraciones, murmuraciones...
· Como la humildad nos lleva a considerar al prójimo como superior, el humilde se niega a sí mismo y en todo lo que no sea pecado, cede a su propio gusto y criterio, creciendo en él el amor e irradiando paz y alegría allí donde se encuentre. Obediencia y humildad, son hermanas inseparables.
· En la pobreza de espíritu puso Nuestro Señor la primera bienaventuranza. El humilde se conforma con lo que tiene, acepta gustoso lo que le dan, sea poco o mucho, se desprende de lo superfluo e innecesario, y no busca grandezas ni exquisiteces. A mayor pobreza, mayor libertad para hacer la voluntad de Dios.
· La humildad es necesaria para obtener y conservar la castidad del cuerpo y la pureza de corazón. Para ello, es necesario hacerse pequeño, como un niño. Es bien sabido que el fiarse de sí mismo es la razón de toda clase de caídas. El soberbio siempre buscará excusa para su pecado, incluso aparentemente bien razonadas en lo divino y en humano. El humilde camina en el amor y el temor de Dios, huyendo de toda ocasión de pecado y buscando en Dios su fortaleza.
· Finalmente, no se puede ser hombre de oración, sin humildad. La oración con humildad penetra los cielos, y no descansará hasta que llegue al trono del Altísimo. (Eccli. 35,21). La humildad nos sitúa debidamente ante Dios, nos ayuda a perseverar, nos hace pedir lo que más nos conviene y no tiene otro deseo que hacer la voluntad de Dios.
Comprendemos, queridos hermanos, la importancia de la humildad y cuan necesario es que la pidamos al cielo, por eso repitamos muchas veces al día la hermosa jaculatoria: Jesús, manso y humilde corazón, haz nuestro corazón semejante al vuestro. Esto es, haznos mansos y humildes como tú.