DISPOSICIONES PARA RECIBIR EL ESPÍRITU SANTO
San Juan de Ávila
1. «Lo primero que conviene para que el Espíritu Santo venga a nuestras almas, es que sintamos gran necesidad de Él y que creamos que puede hacer mucho bien en nuestros corazones. Por desconsolada que esté el alma, basta Él para consolarla; por pobre que esté, para enriquecerla; por tibia que esté, para encenderla; por indevota que esté, para inflamarla en ardentísima devoción.
2. Lo segundo, conviene mucho para que el Espíritu Santo tenga por bien de venir a nuestros corazones, y es tener deseo de recibirle y que sea nuestro convidadot, un cuidado muy grande, un deseo muy firme y ansioso. ¡Oh si viniese el Espíritu Santo! ¡Oh si viniese aquel consolador a visitar y consolar mi alma!
Porque aquella merced cuadra bien, que antes que venga es bien deseada; y el manjar que por sí es bueno, es mal empleado en quien no tiene gana de comer. No vendrá el Espíritu Santo a ti si no tienes hambre de Él, si no tienes deseo de Él. Y los deseos que tienes de Dios, aposentadores son de Dios, y señal es que si tienes deseos de Dios, presto vendrá a ti. No te canses de desearlo, que, aunque te parezca que lo esperas y no viene y aunque te parezca que lo llamas y no te responde, persevera siempre en el deseo y no te faltará.
3. Hermano, ten confianza en Él. Porque debes, hermano mío, asentar en tu corazón que, si estás desconsolado y llamas al Espíritu Santo y no viene, es porque aún no tienes el deseo que conviene para recibir tal Huésped. Y si no viene, no es porque no quiere venir, no es porque lo tiene olvidado, sino para que perseveres en el deseo, y perseverando hacerte capaz de Él, ensancharte ese corazón, hacer que crezca la confianza, que de su parte te certifico que nadie lo llama que se salga vacío de su consolación.
¡Y cómo dice esto el real profeta David! El deseo de los pobres no lo menospreció Dios, oyólo el Señor. (Sal 21,25) ¿Quién es pobre? Pobre es aquél que desconfía de sí mismo y confía sólo en Dios; pobre es aquel que desconfía de su parecer propio y fuerzas, de su hacienda, de su saber, de su poder; aquel es pobre que conoce su bajeza, su gran poquedad; que conoce ser un gusano, una podredumbre, y pone juntamente con esto su arrimo en sólo Dios y confía que es tanta Su Misericordia, que no le dejará vacío de su consolación. Los deseos de estos tales oye Dios.» (…)
4. “¿En qué estamos? ¿Qué es menester para que el Espíritu Santo venga a nuestras almas? No sólo lo hemos de desear, hemos de aderezar la casa limpia. Y esto hacéis cuando os ha de venir un huésped a vuestra casa, ¿cuánta más razón es que esté vuestra alma limpia, que no tengáis malos pensamientos, ni malas palabras, ni malas obras, y que estéis adornados de las virtudes, porque el huésped que esperáis es limpísimo en gran manera?
6. Mirad, más es menester que llamar al Espíritu Santo, más es menester que aderezar la posada; es necesario que aderecéis la comida. Habéis de echar mano a la bolsa, no os ha de doler el gastar mucho, habéis de ser largo y muy liberal. Cuando tenéis un huésped, no os duele comprar sólo lo que a él basta, pero aún compráis para que le sobre; así es menester, hermano… Echad mano a la bolsa, y no deis poquedades, dad de comer al hambriento, vestid al huérfano y a la viuda, haced oficio de padre con todos los necesitados.”
(Del sermón 27 de San Juan de Ávila sobre el Espíritu Santo).