SAN JOSÉ, MODELO Y MAESTRO DE HUMILDAD. (11) Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.
Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
Oración a san José
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
MEDITACIÓN
San Enrique de Ossó
SAN JOSÉ, MODELO Y MAESTRO DE HUMILDAD.
Composición de lugar. Contempla a san José que te dice: Aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón.
Petición. Humildísimo san José, alcánzame la verdadera humildad.
Punto primero. ¿Qué es la humildad? La humildad, dicen los santos, es una virtud por la cual el hombre, conociéndose a sí mismo, se desprecia y tiene por vil. La humildad es una virtud que nos inclina a reconocer interior y exteriormente nuestra propia miseria y vileza. Humildad es el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo. O como enseña nuestro serafín santa Teresa de José, la humildad es la verdad. Verdad en los pensamientos, juzgando rectamente, atribuyendo a Dios todo lo bueno y a nosotros todo lo malo. Verdad en las palabras, no exagerando cosa alguna propia de vicios ni virtudes; verdad en las obras, llenas de buena intención, de gracia y modo de hacerlas. Si el soberbio se llama así, según el doctor insigne san Isidoro, porque quiere parecer sobre lo que es, claro está que el humilde será humilde porque quiere parecer lo que es, y como tal se tiene y estima: pecador, ingrato, ruin.
Humildad es fundamento y guarda de todas las virtudes, porque arroja del alma todo lo movedizo de nuestra miseria y nada para asentarse sobre la verdad de la fe y de la recta razón. –Tiene tres escalones o grados, como enseñan los santos. 1°. Despreciarse a sí mismo. 2°. Admitir ser despreciado por los demás. 3°. Alegrarse, desear y gozarse en los desprecios.
¡Oh Dios mío!, nada hay que más repugne a nuestra flaca naturaleza que la humildad, nada más difícil a nuestro orgullo que el abrazar la humillación; no obstante, nada más necesario. La humillación es el remedio único e infalible por donde la verdadera humildad se alcanza. Busca, ama, solicita humillaciones, desprecios y cruz, devoto josefino, si quieres ser eternamente de Jesús.
Punto segundo. Humildad de san José. –Como no hay Santo igual en virtud a san José, tampoco lo hay que le aventaje ni iguale en humildad. Por su humildad mereció ser elegido esposo de María; por su humildad resolvió dejarla al conocer el misterio de la Encarnación, por creerse indigno de morar en compañía de criatura tan santa (Orígenes); por su humildad fue elegido cabeza de la Sagrada Familia (San Agustín); por su humildad ocultó los tesoros divinos de Jesús y de María, apareciendo a los ojos del pueblo como un humilde y modesto carpintero: Fabri filius (Matth. XIII, 55). Porque era vigilantísimo en guardar sus brillantes prendas debajo de la llave de su profundísima humildad, por esto tenía particularísimo cuidado en esconder la preciosa perla de su voto virginal; y por lo mismo consintió en casarse, con el fin de que persona ninguna pudiese admirarla, y de que debajo del santo velo del matrimonio pudiera vivir escondido a las alabanzas mundanas. (San Francisco de Sales). Sufrió los desaires y menosprecios de sus parientes en Belén al ir a empadronarse con María su esposa, y no hallar un rinconcito siquiera para albergarse. Gustábale a nuestro Santo tratar con pobres, y raras veces llegaba donde veía mucha gente, porque todo su deseo era servir al Señor (santa Brígida, 1, VI, c. 25). Los ejemplos de humildad divina que Jesús y María le ofrecían a todas horas obedeciéndole y ayudándole y sirviéndole, cuanto más le encumbraban, más el santo José se sentía profundamente humillado. Y como la humildad es la verdad, reconocía el Santo, admiraba y daba gracias al eterno Padre por todos los carismas y gracias que le había dispensado, y con nobleza de ánimo, reconociendo los dones singularísimos que recibía, se movía, humillándose generosamente, a amar más y más a Jesús y a María. ¿De dónde a mí, decía, que hayan venido a visitarme y servirme y obedecerme el Hijo y la Madre de Dios? ¡Señor, Tú, criador de cielos y tierra, no solo me lavas los pies, sino que me obedeces, me ayudas, me consuelas! ¿De dónde a mí tanta dicha? ¡Oh Señor! Si no fuera faltar a vuestros mandatos os diría mejor que san Pedro: “Apartaos de mí, Señor, que soy un gran pecador”. ¡Qué humildad tan profunda!
Punto tercero. ¿Cuál es nuestra humildad? –¿No es verdad que solo de nombre conocemos tan celestial virtud? Somos tan humildes que no queremos parecer soberbios: bellacamente nos humillamos, procurando con nuestra humildad de garabato, sacar alabanzas de nuestra fingida humillación. Decimos que queremos ser humildes, pero sin sufrir humillaciones. Queremos en la humildad satisfacer nuestra soberbia, y sacamos más confusión de nuestras obras y palabras.
La nobleza, las riquezas, el talento, la posición social y aún las mismas gracias con que el Señor en su misericordia nos previene, las hacemos servir casi siempre para enorgullecernos, y mirando con desprecio a nuestros hermanos, como el fariseo del Evangelio, clamamos allá en nuestro interior: Yo no soy como los demás hombres, como esos pecadores que a cada paso ofenden a Dios.
¡Oh gloriosísimo y humildísimo san José! Concedednos la gracia de la verdadera humildad, pues si escrito está que Dios exalta a los humildes y abate los soberbios; que Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia, no podremos ser exaltados ni de Dios alcanzar gracia sin humildad. Devoto josefino, humíllate, pues sin la humildad ni agradarás al Señor, ni tendrá paz tu alma, y a cada paso te dejará el Señor.
Obsequio. Callaré y sufriré sin replicar cuando me culpen sin culpa.
Jaculatoria. Humildísimo san José, alcanzadme la humildad.
Oración final para todos los días