COMENTARIO AL EVANGELIO
III domingo de Cuaresma
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En aquel tiempo, estos espíritus
estaban en la sinagoga y no podían soportar la presencia del Salvador. ¿Qué
tienen en común Cristo y Belial? 45 Imposible que habiten los dos en la misma
comunidad. Se hallaba en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro,
que comenzó a gritar diciendo: ¿qué hay entre tú y nosotros?46 ¿Quién es el que
dice: qué hay entre ti y nosotros? Es uno solo y habla en nombre de muchos. Por
ser él vencido, comprendió que habían sido vencidos también sus compañeros «y
comenzó a gritar». Comenzó a gritar como quien está inmerso en el dolor, como
quien no puede soportar la flagelación.
Y comenzó a gritar, diciendo: ¿qué
hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Sé quien
eres, el Santo de Dios 47. Inmerso en los tormentos y manifestando con sus
gritos la magnitud de los mismos, no pone, sin embargo, fin a sus mentiras. Se
ve obligado a decir la verdad, le obligan los tormentos, pero se lo impide la
malicia. «Qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno?» ¿Por qué no confiesas
que es el Hijo de Dios? ¿Te atormenta el Nazareno y no el Hijo de Dios?
¿Sientes sus castigos y no confiesas su nombre? Esto respecto a Jesús Nazareno.
«¿Has venido a perdernos?» Es cierto esto que dices: Has venido a perdernos.
«Sé quien eres». Veamos lo que añades: «el Santo de Dios». ¿No fue Moisés el
santo de Dios? ¿No lo fue Isaías? ¿No lo fue Jeremías? «Antes, dice el Señor,
de que nacieras, en el seno materno te santifiqué» 48. Esto se le dice a
Jeremías y ¿no fue el santo de Dios? Luego ni siquiera quienes fueron santos lo
fueron. Mas ¿por qué no les dices a cada uno de ellos: sé quien eres, el Santo
de Dios? ¡Oh, qué mente tan perversa: inmerso en la tortura y los tormentos, a
pesar de conocer la verdad, no quiere confesarla! «Sé quien eres, el Santo de
Dios». No digas el Santo de Dios, sino el Dios santo. Finges saber quién es,
pero no lo sabes. Porque una de dos: o lo sabes e hipócritamente te lo callas,
o simplemente no lo sabes. Pues él no es el Santo de Dios, sino el Dios santo.
¿Por qué he dicho todo esto? Para que
no demos crédito a lo que testifican los demonios. El diablo nunca dice la
verdad, puesto que es mentiroso como su padre. «Vuestro padre —dice Jesús a los
judíos— es mentiroso, y lo es desde el principio, como su propio padre» 49.
Dice que su padre es mentiroso y que no dice la verdad, así como su propio
padre, que es el padre de los judíos. Ciertamente el diablo es mentiroso desde
el principio, Pero, ¿quién es el padre del diablo? Fíjate bien en lo que dice:
«Vuestro padre es mentiroso, desde el principio habla mentira, como su padre».
Lo cual significa esto: que el diablo es mentiroso, y habla mentira, y es el
padre de la mentira misma 50. No quiere decir que el diablo tenga otro padre,
sino que el padre de la mentira es el diablo. Por ello dice que es mentiroso y
que desde el principio del mundo no dice la verdad, o sea, habla mentira y es
su padre, esto es, padre de la mentira misma.
Hemos dicho todo esto de pasada, para
que nos percatemos de que no debemos aceptar lo que testifican los demonios.
Dice el Señor y Salvador: «Esta raza no sale más que con muchos ayunos y
oraciones» 51. Y he aquí que veo muchos que se entregan a las borracheras, que
eruptan vino, y que en medio de los banquetes exorcizan e increpan a los
demonios. Parece que Cristo nos haya mentido, pues dijo: «Esta raza no sale más
que con muchos ayunos y oraciones». Así, pues, insisto en todo esto, para que
no aceptemos fácilmente lo que testifican los demonios.
En definitiva, ¿qué dice el Salvador?
Y Jesús le conminó: Cállate y sal de este hombre 52. La verdad no necesita del
testimonio de la mentira. No he venido para ser reconocido por tu testimonio,
sino para arrojarte de mi criatura. «No es hermosa la alabanza en boca del
pecador» 53. No necesito el testimonio de aquel, al que quiero atormentar.
«Cállate». Tu silencio sea mi alabanza. No quiero que me alabe tu voz sino tus
tormentos: tu pena es mi alabanza. No me resulta agradable que me alabes, sino
que salgas. «Cállate y sal de este hombre». Como si dijera: sal de mi casa,
¿qué haces en mi morada? Yo deseo entrar: «Cállate y sal de este hombre». De
este hombre, es decir, de este animal racional. Sal de este hombre: abandona
esta morada preparada para mí. El Señor desea su casa: sal de este hombre, de
este animal racional.
«Sal de este hombre», dijo también en
otro lugar a una legión de demonios, para que saliera de un hombre y entrara en
los puercos 54. Mira cuán preciosa es el alma humana. Esto contradice a
aquellos que creen que nosotros y los animales tenemos una misma alma y
arrastramos un mismo espíritu. De un solo hombre es arrojada la legión y
enviada a dos mil puercos, lo cual nos hace ver que es precioso lo que se salva
y de poco valor lo que se pierde. Sal de este hombre y vete a los puercos, vete
a los animales, vete donde quieras, vete a los abismos. Abandona al hombre, es
decir, abandona una propiedad particularmente mía. «Sal de este hombre»: no
quiero que tú poseas al hombre; es para mí una injuria que habites tú en el
hombre, siendo yo el que habita en él. Yo asumí el cuerpo humano, yo habito en
el hombre. Esa carne que posees es parte de mi carne, por tanto, sal del
hombre.
Y el espíritu inmundo, agitándolo
violentamente...55. Con estos signos mostró su dolor. «Agitándolo violentamente».
Aquel demonio, al salir, como no podía hacer daño al alma lo hizo al cuerpo y,
como de otro medio no podía hacer comprender, manifiesta con signos corporales
que ha salido. «Y el espíritu inmundo, agitándolo violentamente...». Porque
allí estaba el espíritu puro que huye del espíritu impuro.
Y, dando un grito, salió de el 56.
Con el clamor de la voz y la agitación del cuerpo puso de manifiesto que salía.
Todos quedaron pasmados de tal manera
que se preguntaban unos a otros... etc. 57. Leamos los Hechos de los Apóstoles,
leamos los signos, que hicieron los antiguos profetas. Moisés hace signos y
¿qué dicen los magos del faraón? «Es el dedo de Dios» 58. Es Moisés el que los
hace y ellos reconocen el poder de otro. Hacen después signos los apóstoles: «En
el nombre de Jesús, levántate y anda» 59. «En el espíritu de Jesús, sal» 60.
Siempre es nombrado Jesús. Aquí, sin embargo, ¿qué dice el señor? «Sal de este
hombre». No nombra otro, sino que es él mismo el que les obliga a los demonios
a salir. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros:
¿Qué es esto? ¿Qué es esta enseñanza nueva? 61. Que el demonio hubiera sido
arrojado no era nada nuevo, pues también solían hacerlo los exorcistas
hebreos62. Mas, ¿qué es lo que dice? «¿Qué es esta enseñanza nueva»? ¿Por qué
nueva? Porque manda con autoridad a los espíritus inmundos 63. No invoca a
ningún otro, sino que él mismo ordena: no habla en nombre de otro, sino con su
propia autoridad.