Homilía de maitines
JUEVES DE LA III SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
HOMILIA DE SAN AMBROSIO, OBISPO
Libro 4 sobre San Lucas, cap. 4, cerca del fin
Considera la clemencia del Divino Salvador: no deja
la Judea porque se sienta conmovido por la indignación, ni por las ofensas que
ha recibido, ni por las misma injurias. Antes al contrario, olvidando las
injurias, y guiado por la clemencia, con sus enseñanzas, con sus beneficios y
bondades dulcifica los corazones del pueblo ingrato. Con mucha oportunidad, San
Lucas, antes de hacer mención de la mujer curada, nos recuerda la curación del
hombre que estaba poseído por el maligno espíritu. Pues el Señor había venido
para curar ambos sexos, y primeramente debió ser curado el que fue creado primero,
pero no debía ser olvidada aquella que mas pecó por inconstancia de ánimo que
por su perversidad.
Al realizar el Señor esta curación en sábado, nos
recuerda el principio de sus obras; comienza su nueva creación por el día en
que dejo la primera. Esto nos demuestra también que el Hijo de Dios, no está
obligado a la observancia de la ley, sino por encima de ella y que no vino a
derogarla, sino a cumplirla. Tengamos presente que el mundo no se hizo por
medio de la ley sino por el Verbo, según leemos: “Por el Verbo de Dios, fueron
hechos los cielos”. De consiguiente la ley no se viola sino que se cumple, al
regenerar el Hijo de Dios el hombre caído. Por lo mismo nos dice el apóstol:
“Despojándoos del hombre viejo, revestíos del nuevo que fue creado según Dios”.
Muy
oportunamente empezó por el sábado, a fin de que se demostrara ser el mismo
Creador el que enlazada unas obras con otras, prosiguiendo la otra que él había
empezado; no de otra suerte de artífice que se prepara para renovar un
edificio, empieza la demolición de lo viejo, no por los cimientos, sino por los
que está más elevado. Por lo tanto, allí primero pone las manos, en donde había
terminado antes. Comienza por las cosas más pequeñas para llagar a las mayores.
Ciertamente que los hombres, con la palabra de Dios pueden liberar al demonio, más
la resurrección de los muertos, es obra reservada a la sola divina potestad.
Quizá en aquella mujer, suegra de Simón y de Andrés, se nos represente el tipo
de las diversas enfermedades que experimenta nuestra naturaleza y las diversas
pasiones que la combaten. Y ciertamente no podemos decir que sea menor la
fiebre de las pasiones que la del calor corporal. La primera abrasa el alma; la
segunda el cuerpo. Nuestra fiebre es la sensualidad; nuestra fiebre es la lujuria;
nuestra fiebre es la ambición; nuestra fiebre es la ira.