TODA SU PASIÓN TENÍA QUE SERVIR PARA PURIFICARNOS.
San Agustín
Dejó
sus vestiduras el que siendo Dios se anonadó a sí mismo. Se ciñó con una toalla
el que recibió forma de siervo. Echó agua en la jofaina para lavar los pies de
sus discípulos, el que derramó su sangre para lavar con ellas las manchas del
pecado. Limpió con el paño los pies que había lavado, el que confortó los pasos
de los evangelistas con la carne de que estaba revestido. Y, para ceñirse con
el paño, dejó primero las vestiduras que tenía. Mas para tomar la forma de
siervo, cuando se humilló hasta la nada, no dejó lo que tenía, sino que tomó lo
que no tenía. Para ser crucificado tenía que ser despojado de sus vestiduras;
después de muerto envuelto en sábanas, y toda su pasión tenía que servir para
purificarnos.