Homilía de maitines
MARTES DE LA I SEMANA DE PASIÓN
Forma Extraordinaria del Rito Romano
HOMILIA
DE SAN AGUSTIN, OBISPO
Tratado 28 sobre San Juan.
En
este capítulo del Evangelio, hermanos, nuestro Señor Jesucristo se manifiesta
particularmente a nuestra fe bajo el aspecto de su humildad. Con sus palabras y
obras, siempre se propuso que se le tuviese como Dios y Hombre. Como Dios que
nos hizo; como hombre que nos buscó; Dios siempre con el Padre, hombre con
nosotros en el tiempo. No hubiera buscado al hombre que había hecho, de no
haberse convertido él mismo en este hombre que había hecho. Pero tened
presente, y que no se borre jamás este pensamiento de vuestro espíritu: que de
tal manera Cristo se hizo hombre, que no dejo de ser Dios, el que hizo al
hombre, se hizo hombre.
Cuando
se ocultó como hombre, no hemos de pensar que perdiese el poder, sino que dio
un ejemplo a nuestra debilidad. Pues, ciertamente, fue detenido cuando quiso;
cuando quiso recibió la muerte. Mas porque había de tener algunos de sus
miembros, esto es los fieles, que no poseerían aquel poder que tenía nuestro
Dios, al ocultarse, al esconderse como para evitar que le diesen muerte,
manifestaba lo que habían de hacer aquellos miembros suyos, en los cuales está
verdaderamente él mismo.
A la
verdad que sería un error si dijésemos que Cristo estaba en la cabeza, y no en
el cuerpo; sino que debemos confesar que Cristo esta todo en la cabeza, y
también en el cuerpo. Lo que se atribuye a los miembros, es preciso, pues,
atribuírselo también a Él; mas no todo lo que a Él conviene, conviene a sus
miembros. Pues si Él no se identificara con sus miembros, no hubiera dicha a
Saulo: ¿Por qué me persigues? Ya que Saulo no le perseguía a él mismo, sino a
sus miembros, que estaban en la tierra. Con todo, no quiso decir a mis santos,
a mis siervos, ni tampoco lo que es más honroso, a mis hermanos; sino a mí,
esto es, a mis miembros de los cuales soy cabeza.
Transcripto por gentileza de Dña. Ana María Galvez