domingo, 27 de marzo de 2016

LA MISERICORDIA VENCIÓ SOBRE EL PECADO Y LA MUERTE. Homilía del Sábado Santo 2016


LA MISERICORDIA VENCIÓ SOBRE EL PECADO Y LA MUERTE. Homilía del Sábado Santo 2016
Iglesia del Salvador de Toledo – ESPAÑA
Forma Extraordinaria del Rito Romano


Queridos hermanos:
“Jesús el Crucificado, no está aquí, ha resucitado, como lo había anunciado.”

Dios es fiel a sus palabras y cumple siempre sus promesas: su amor es eterno.  Así se ha manifestado a la largo de la historia de la salvación. Creó al hombre y a la mujer a imagen y semejanza suya, dotados de razón, libertad y voluntad, con capacidad para amar para compartir su misma vida divina y gozar de su amistad por toda la eternidad; pues su amor es eterno.
Nuestros primeros padres, Adán y Eva, con su desobediencia truncan el plan de Dios, pero a pesar de ello, Dios proyecta la historia de la salvación porque no quiere abandonar su deseo de estar con el hombre, pues su amor es eterno.
El fratricidio de Caín sobre su hermano Abel no ha sido capaz tampoco de hacer fracasar la voluntad divina, pues su amor es eterno.
Tampoco la soberbia y arrogancia de los constructores de la torre de Babel consiguen que Dios se canse de los hombres, pues su amor es eterno.
Y, a pesar de que el pecado Dios lo aborrece y lo detesta, su amor es  eterno: Dios elige a Noé para purificar la tierra infectada como en una pandemia por el pecado pues los hombres olvidados de Dios viven entregados a sus pasiones y malos deseos  tampoco en tiempos de Noé.
El amor de Dios es eterno y no tiene límites… y aunque los hombres pronto se olvidan de él, Dios insiste en su deseo de salvarlos, de otorgarle la vida de la gracia, de hacerlos sus amigos... Ni Sodoma y Gomorra entregados a los pecados de la carne, ni las infidelidades del pueblo de Israel, ni la idolatría del becerro de Oro, ni la rebelión y las protestas durante el camino por el desierto tras la salida de Egipto, ni el pecado de mezclarse con los pueblos vecinos y tomar sus costumbres paganas y idólatras… ni los deseos de Israel y de Judá de tener poder y dominio a costa de aliarse con reyes idólatras, ni las falsas seguridades de considerarse salvados y el culto vacío como un trato mercantil con Dios… ni la multitud ingente de los pecados personales de los hombres en el incumplimiento de los mandamientos a lo largo de la historia humana…. han sido capaces de vencer el amor de Dios, de hacerle desistir de sus deseo. Dios no abandona al hombre, no es capaz de olvidarse de él, ni quizás de hacerlo desaparecer de la faz de la tierra…  Su amor es eterno, pues aunque “nosotros somos infieles, El permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo.”
Sí, si Dios hubiese abandonado al hombre, si lo hubiese exterminado de la tierra, si lo hubiese condenado por toda la eternidad, Dios se hubiese negado a sí mismo, hubiese negado que él es amor, amor eterno y misericordioso.  
Admirados hemos de estar, pues Dios no actúo así con los ángeles caídos, con ellos la consecuencia de su pecado fue inmediata y para toda la eternidad: el infierno…  y, en cambio, con nosotros, con los hombres, que paciencia la Dios, que perseverancia en su amor hacia nosotros.
Dios, como el más testarudo y terco de los hombres, persiste en su deseo de salvar al hombre, y llega a lo inimaginable: en su Hijo Eterno Jesucristo el Señor se hace hombre y se entrega por nosotros en la cruz en expiación por el pecado… y era necesario esto porque solamente un sacrificio de valor infinito que solo Dios podría ofrecer expiaría la deuda infinita del pecado, pero al mismo tiempo era necesario que él mismo hecho hombre muriese en el patíbulo de cruz, porque solamente el hombre puede ofrecer sacrificios a Dios.
De la cruz ha brotado la salvación para los hombres: pues por ella hemos sido salvados… Pero no podemos separar el misterio de la cruz del misterio de la resurrección de Cristo… porque si Cristo solamente hubiese muerto ofreciéndose por sus hermanos los hombres, su sacrificio hubiese sido un acto de generosidad y de solidaridad con los pecadores… pero no hubiese sido no hubiese sido un triunfo definitivo sobre el pecado y la muerte, es decir, no hubiésemos sido salvados.
Pues como comenta san Agustín: "No es cosa grande creer que Jesucristo murió: en esta creencia convienen fácilmente paganos, judíos, pecadores y todos los hombres. Mas los cristianos creemos en la resurrección; ésta es nuestra fe: creemos que Cristo ha resucitado” y como enseña san Pablo ante aquellos que negaban la resurrección: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”.

“Jesús el Crucificado, no está aquí, ha resucitado, como lo había anunciado.” Su amor es eterno y ha cumplido su palabra. Cristo ha resucitado y por su resurrección recibimos los frutos preciosísimos de su Pasión, por la que se nos comunica la vida de la gracia, por la que se nos da acceso a la vida eterna y se nos abren las puertas del cielo.  

En esta noche, queridos hermanos, Cristo Resucitado es el Rey Victorioso que ha derrotado definitivamente a la muerte y al pecado y los hombres hemos vencido en él. Pero podemos preguntarnos cómo es esa victoria, pues “Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; ya la muerte no tiene dominio sobre El. Porque en cuanto El murió, murió al pecado de una vez para siempre; pero en cuanto vive, vive para Dios.” (Rom 6, 9-10) Pero nosotros: estamos irremediablemente destinados a morir, antes o después nuestros ojos  se cerrarán a este mundo, moriremos e iremos al sepulcro; ¿cómo es entonces que Cristo ha vencido a la muerte? Y ahora, en nuestra vida, ¿cuántas veces el pecado vence sobre nosotros y nos hacemos esclavos reos de la condenación? ¿Cómo es entonces que Cristo ha vencido a la muerte y al pecado, si aparentemente siguen presentes en nuestro mundo?
Cristo ha vencido a la muerte, pues está ya no tiene la palabra final y por tanto el sepulcro no es el destino final del hombre: porque Cristo en su santa humanidad ha resucitado, todos los hombres por la unión que hay entre él y todo el género humano tenemos la posibilidad de resucitar, pues “nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza hemos sido salvos.” Rom 8, 23
Cristo ha vencido al pecado porque también este ha perdido su poder definitivo y último en la vida del hombre, pues ahora por los méritos de su pasión y por su resurrección, hay perdón, misericordia, compasión… Si los pecados de nuestra vida son derrotas, cuando acudimos a Cristo en el sacramento de la Confesión, él, Rey Victorioso, vuelve a vencer al maligno y al pecado al darnos su perdón por su misericordia… Es en la misericordia de Dios, donde el pecado es vencido y derrotado para siempre…
Y esta victoria de Cristo y su misericordia no ha de hacernos insensibles o abandonados al pecado, como si fuese lo mismo pecar ya que Dios nos perdona, pues como acabamos de escuchar en la epístola: “Si habéis resucitado con Jesucristo, buscad las cosas que son de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre; saboread las cosas del cielo, no las de la tierra.”  
Pidamos con la Iglesia en este día a Dios para que conserve en nosotros la vida de la gracia para que, renovados en cuerpo y alma, le prestemos una verdadera adoración.

Cristo ha resucitado, resucitemos con él. Feliz Pascua a todos.