LA COMUNIÓN
«Mens impletur gratia». La comunión sea completa, unión de cuerpo y de corazón, unión de voluntad y de mente: pensar como Jesús, razonar inspirados por la fe, juzgar según la mente divina, sea en lo natural, sea en lo sobrenatural. «La acción del don celeste, Señor, tome posesión de nuestras mentes y de nuestros cuerpos».
La fe es unificante y transformante. Nos une a Dios, verdad infinita, haciéndonos entrar en comunión con el pensamiento divino, en vistas de conocer a Dios como él se ha revelado en la creación y en la encarnación del Hijo. «Por la fe, la luz de Dios se hace luz nuestra; la sabiduría de Dios, sabiduría nuestra; la ciencia de Dios ciencia nuestra; la mente de Dios mente nuestra; la vida de Dios vida nuestra» (Gay).114
Hay una virginidad de mente y de fe, que se guarda como la pureza de los sentidos.
No basta una comunión sólo de cuerpo o sólo de corazón o sólo de voluntad, sino en primer lugar de mente; hemos de unirnos con nuestra más noble facultad a la mente de Jesús, para tener con él una sola mentalidad. «Es el ser superior el que asimila al inferior». «Señor, llénanos de tu luz», pide la Liturgia.
La primera parte de la redención obrada por Jesucristo concierne a la mente: predicó su Evangelio. Esta redención se aplica a cada uno que, detestando toda falsedad, se hace semejante a Jesucristo en la mentalidad. Ello es fruto de nuestra comunicación con él. En la comunión Jesús sana también las enfermedades de la mente: «Surga resanada la mente», para vencer la ignorancia, la irreflexión, la negligencia, la torpeza, la superstición, el prejuicio, etc. Jesús pensará dentro de nosotros: «Cristo vive en mí» [Gál 2,20]. Y bien, la vida intelectual es la primera y más necesaria.
Los actos de preparación y agradecimiento son:- Adorar a Jesús, Verdad, Camino y Vida, presente en el altar; por tanto el acto de fe y la aceptación del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia, con la condena de toda doctrina contraria;
- detestar cualquier pensamiento y acto contra la fe, las virtudes cristianas y religiosas, haciendo también propósitos de imitar a Jesucristo;
- confianza y esperanza en obtener un amor más vivo a Jesucristo, al Evangelio, a la Iglesia; esperanza de obtener el verdadero celo por la gloria de Dios y por las almas.
Hay que inculcar la comunión integral, para que, como ruega la Iglesia, «aproveche para defensa de alma y cuerpo».