MODELOS DE ADORACIÓN. San P... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...
Modelos de la adoración
CAPÍTULO SEGUNDO
Del servicio y culto eucarísticos
La adoración eucarística tiene por fin tributar a Jesucristo en el santísimo Sacramento los mismos homenajes que recibió en la tierra durante los días de su vida humana y que ahora recibe en la gloria del cielo.
Los santos Evangelios nos refieren los homenajes que se le tributaron durante su vida y San Juan nos refiere los de la corte celestial. Meditemos unos y otros para ver en ellos modelos de nuestras propias adoraciones.
1.º Los homenajes tributados a Jesús durante su vida mortal siguen su estado.
En la tierra Jesús recibió los homenajes de su santísima Madre. ¡Cuán grande fue la santidad y la perfección de las adoraciones de María cuando adoró al Verbo encarnado en su seno virginal, en su primera entrada en el mundo, y en el palacio de la pobreza, en el trono de amor del pesebre, cubierto de pobres pañales y recostado sobre la paja! Nunca se mostró el Verbo tan magnífico en el amor; pero nunca recibió tampoco homenajes tan dulces y cariñosos.
¡Cuán piadosas y humildes debieron ser las adoraciones de san José, guardián y primer servidor de Jesús! ¡Con qué fe servía a nuestro Señor! ¡Con qué humildad le prestaba los servicios propios de su edad! ¡Con qué fervor le adoraba! ¡Con qué amor sufría por Él todos los sacrificios, el destierro en Egipto, la pobreza de Nazaret!
Por eso es san José el primero de los adoradores y dechado de los mismos. Durante mucho tiempo el Verbo encarnado no tuvo más adoradores que san José y la Virgen santísima, pero se complacía en sus adoraciones más que en las de todas las criaturas juntas.
Dignas de nuestra admiración son también las adoraciones de los magos y resultan modelos perfectos de visitas al Santísimo. Vienen de lejos y alegres dejándolo todo a impulsos de su corazón. Buscan a Jesús, y así que lo encuentran, le rodean de honores, confiesan su excelencia y le adoran con profunda humildad y reverencia suma. Con admiración henchida de cariño contemplan los sacrificios de su amor, y se hacen discípulos suyos ofreciéndose a servirle. Le rinden homenaje con sus coronas y con todo lo que poseen de más precioso. Vuelven al fin a sus estados para ser apóstoles del Dios humanado que se ha hecho pequeñuelo, pobre y doliente por amor de los hombres.
Viva es asimismo la fe del ciego de nacimiento, cuando se postra a los pies de Jesús su bienhechor al oír estas palabras: “El que te habla es el mismo Cristo” (Jn 9, 37).
¡Qué humilde y penitente la adoración de Magdalena a los pies del Salvador!
Qué conmovedora es la fe del centurión que dice a Jesús: ¡Señor, yo no soy digno de que entréis en mi casa; decid tan sólo una palabra y mi criado quedará curado! (Mt 8, 8).
Ni es menos grande y elocuente la fe de la Cananea pidiendo de hinojos las migas de pan caídas de la mesa del Señor.
Pero una de las adoraciones más hermosas es la del calvario. Allí Jesús es adorado en todos sus títulos, en todas sus virtudes, en la realeza de su amor. Adórale el buen ladrón como a su rey salvador; Magdalena, como a su amado Señor; Juan, como a Dios amantísimo, y María, en todas sus cualidades y en todos sus estados. Finalmente hasta los mismos verdugos convertidos le adoran, le proclaman Hijo de Dios y postrándose al pie de la cruz le ofrecen el primer desagravio público y solemne en el mismo lugar del deicidio.
Tales son las adoraciones de la tierra. El adorador debe continuarlas delante del santísimo Sacramento, perpetuo Nazaret de la vida oculta de Jesús, calvario incesantemente renovado y cenáculo permanente, siguiendo la piedad y las virtudes de estos primeros adoradores.
2.º Los homenajes del cielo son todavía más magníficos. Escuchemos a san Juan que nos describe en el Apocalipsis las adoradores de los ángeles y santos (Ap 4, 4-11; 5, 6-14).
“Alrededor del solio había veinticuatro ancianos –eran los profetas de la antigua ley– revestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas, y ante el trono cuatro animales alados – símbolos de los cuatro evangelistas–. Los cuatro animales no reposaban de día ni de noche, diciendo: Santo, santo, santo es el señor Dios todopoderoso, el cual era, el cual es y el cual ha de venir.
Y mientras aquellos animales tributaban gloria y honor y bendición al que está sentado en el solio y que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postraban ante el solio y adoraban al que vive eternamente, y ponían sus coronas a sus pies, diciendo: Digno eres, ¡oh Señor Dios nuestro!, de recibir la gloria y el honor y el poderío; porque tú criaste todas las cosas, y por tu querer subsisten y fueron criadas.
Miré y vi, dice también san Juan, que en medio del solio y de los cuatro animales, y en medio de los ancianos, estaba un cordero como inmolado. El cual vino, y recibió el libro de los siete sellos de la mano de aquel que está sentado en el solio. Y cuando hubo abierto el libro, los cuatro animales y los veinticuatro ancianos se postraron ante el cordero, teniendo todos cítaras y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos.
Y cantaban un cántico nuevo, diciendo: Digno eres, Señor, de recibir el libro y de abrir sus sellos, porque tú has sido entregado a la muerte y con tu sangre nos has rescatado para Dios de todas las tribus y lenguas y pueblos y naciones, y nos has hecho para Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.
Vi también, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del solio y de los animales y ancianos; y su número era millares de millares, los cuales decían en alta voz: Digno es el cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor, y la gloria y la bendición.
Y a todas las criaturas que hay en el cielo y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y las que hay en el mar; a cuantas hay, a todas les oí decir: Al que está sentado en el trono y al Cordero, bendición y honra y gloria y potestad por los siglos de los siglos.
A lo que los cuatro animales respondieron: Amén. Y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros, y adoraron a aquel que vive por los siglos de los siglos”.
Tal es la adoración del cielo, tales los homenajes de los santos, sus alabanzas y su gratitud. Modelos son también éstos que debemos meditar e imitar. Procuremos que a los pies de la Hostia haya esa majestad y grandeza del culto, esa adoración generosa y anonadada de la corte celestial.
Señor, Dios mío, me acerco a tu Sacramento
para ofrecerte la adoración de mi alma,
las aspiraciones de mi corazón.
Te aclamo Hijo del Padre, Dios como El,
sabio, bueno, poderoso y Salvador.
Tú, mi Rey divino, me conoces, me amas;
eres mi amigo que se me confía,
mi guía que me dirige,
mi padre que me sonríe,
mi protector que me guarda,
mi maestro que me enseña.
Tú eres mi Dios-Verdad que irradias luz
sobre mi inteligencia;
mi Dios-Amor
que haces amar a mi corazón.
Te adoro con María, tu Madre Inmaculada,
Reina y Señora mía,
con todos los santos y ángeles
y te pido
que remedies todas nuestras necesidades,
aumentes el número de adoradores
y des la paz verdadera al mundo.