jueves, 6 de mayo de 2021

EN LA ADORACIÓN, SERVIMOS A JESÚS SACRAMENTADO (10) Hora santa con San Pedro Julián Eymard

 


CAPÍTULO SEGUNDO

Del servicio y culto eucarísticos

 

§ II

DEL SERVICIO DE LA ADORACIÓN

 

La adoración es la primera forma del servicio de Jesucristo.

 

Tratemos de comprender primero:

 

I. Su grandeza y su excelencia

 

1.º La adoración es el acto supremo de la virtud de religión, superior a todos los demás actos de piedad y de virtud.

La adoración de Jesucristo en el santísimo Sacramento es el fin de la Iglesia militante, como la adoración de Dios en la gloria es el fin de la Iglesia triunfante. Por eso debe haber santa porfía, religioso concierto, armonía de servicio entre el adorador y la Iglesia su madre, entre la corte celestial y la corte eucarística de acá en la tierra.

 

2.º La adoración eucarística es el mayor triunfo de la fe, porque es la sumisión entera de la razón del hombre a Dios. El ejercicio de la adoración comprende todas las verdades de la fe a un mismo tiempo y todos los misterios de la vida de Jesucristo, porque toda verdad y toda virtud de Jesucristo prepara, instituye o perpetúa el reinado de la divina Eucaristía. El santísimo Sacramento es la última gracia y la última perfección de la verdad, es Jesús en su última forma de amor, de donde no saldrá sino para juzgar a los hombres y manifestar su gloria.

 

3.º La adoración es acto excelentísimo de la santidad en la tierra. Es oración con arreglo a los cuatro fines del sacrificio y con ejercicio de todas las virtudes que la componen; es ofrenda perfecta del hombre, de su cuerpo y alma, de su libertad y de su corazón, de sus obras y de sus pensamientos al servicio eucarístico de Jesucristo; es holocausto de todo el hombre.

 

La adoración se compone de todas las virtudes.

Se compone de la humildad con que se adora a Dios como anonadado, queriendo también el alma humillarse y anonadarse para honrarle y bajar hasta donde se encuentra en su estado de anonadamiento.

De la gratitud con que se adora al soberano bienhechor, y tomando la voz y el amor de todas las criaturas, el hacimiento de gracias de la santa Iglesia, de la corte celestial y de María santísima, se ofrece a Jesucristo sacramentado un homenaje universal de amor y de agradecimiento.

Aún más lejos va la gratitud. Como quisiera que el acto de agradecimiento fuese infinito como el don recibido, toma la divina Eucaristía y la ofrece a Dios Padre, principio de todo don perfecto, como el obsequio más excelente que pueda recibir, ya que es Jesucristo mismo.

La penitencia, a su vez, adora a la divina víctima siempre inmolada para la redención de los hombres, la cual desde las cuatro partes del mundo y de dondequiera que haya un altar pide gracia y misericordia para los pecadores.

Pero como Jesús, hostia adorable, no puede ya sufrir ni morir, necesita de otra víctima que le complete, que sufra en su lugar y con este fin se une al alma penitente. Jesús será siempre el precio infinito y el alma penitente completará con su sufrimiento efectivo el nuevo calvario. El alma reparadora llora la ingratitud y los crímenes de los hombres para con Dios desconocido, menospreciado, ultrajado por la mayor parte de los hombres y aun de los amigos más íntimos y más favorecidos de su Corazón. Llora sus propios pecados que deben haber ofendido tanto a su Salvador, tan lleno de bondad y de amor.

Ni se contenta con desagraviar; quiere propiciación completa, triunfo absoluto de la misericordia sobre la justicia, la salvación de los pecadores, la conversión de los perseguidores y de los verdugos de Jesús. Quisiera ver de esta manera renovado el arrepentimiento y el perdón del calvario.

La caridad adora a Dios amoroso sobre su trono de gracia y le suplica derrame con abundancia los beneficios y dones de su infinita bondad. El adorador se vuelve mediador por todas las necesidades de sus hermanos. Expone con la elocuencia de la confianza todas las miserias de los hijos de la cruz de Jesús, presentándolas ante los ojos de su inagotable misericordia. Abre las llagas del Salvador para que de ellas salgan sobre cada uno de ellos tesoros de gracia. De esta manera da al Corazón de Jesús ocasión de ejercitar su vida de bondad y de misericordia.

Postrada al pie del trono eucarístico el alma caritativa, pide con piedad filial por su madre la santa Iglesia, para que Dios la sostenga en los combates, la proteja contra sus enemigos, la bendiga en sus obras y la santifique en todos sus hijos.

El celo por la gloria de Dios le hace orar sobre todo por el sacerdocio, por cuyo medio se da Jesucristo a los hombres; por los sacerdotes que deben ser luz del mundo, sal de la tierra y otros Jesucristos.

El alma adoradora gusta de orar por los institutos religiosos, por esta familia amada de la Iglesia, del todo consagrada a la vida de oración y de penitencia, y por lo mismo tan poderosa para el triunfo del bien. Porque un alma de oración vale más que un alma abrasada de celo; un alma interior da más gloria a Dios que la que trabaja exteriormente; un alma perfecta basta para lograr la conversión y la santificación de todo un pueblo.

Ruega por los príncipes de este mundo para que cumplan fielmente sus deberes para con Jesucristo y su santa Iglesia y hagan reinar ante todas cosas a aquel por quien reinan y mandan los reyes; para que sean soldados de su gloria y defensores de la Iglesia, madre divina de todas las patrias, celestial nodriza de todos los hijos de Dios.

Ruega por todos los patronos de este mundo para que se sirvan de su autoridad sobre su familia y dependientes, únicamente para hacer observar la ley de Dios y de la Iglesia, el amor de Dios y del prójimo.

La caridad del adorador no se limita a este mundo, sino que visita a las almas que sufren en el purgatorio, llevándoles el socorro de sus sufragios, de sus indulgencias y del santo sacrificio; va a aquellas almas para derramar gotas de sangre divina sobre sus dolores, sobre la expiación de sus pecados, para consolarlas y abrirles más pronto las puertas de la Patria bienaventurada.

Por manera que el adorador desempeña a los pies del santísimo Sacramento una función universal y perpetua de oración, continúa la obra divina de propiciación, ofrece a Dios vivas e incesantes acciones de gracias, le adora con todo su ser, con todos los seres, con todas las gracias, rindiéndole así el homenaje más perfecto que de una criatura pueda recibir.

 

 

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