CAPÍTULO SEGUNDO
Del servicio y culto eucarísticos
El ejercicio de la adoración
El ejercicio de la adoración debe hacerse como una verdadera meditación.
Para seguir el orden natural de las ideas y de los sentimientos, hay que figurarse que se va a hacer una visita al rey, visita que comprende tres cosas: preparación, asunto que tratar y conclusión.
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Preparación. –El primer deber es prepararse. Hay dos suertes de preparación: remota y próxima. Consiste la primera en preparar el asunto y el orden de las ideas que uno se propone exponer al Rey, y luego en tomar las vestiduras que convienen para comparecer en su presencia. La preparación próxima es la entrada en la cámara regia.
Llegada la hora de la audiencia, el rey no tiene que esperar. Una vez ante Él, primero hay que saludarle profundamente, dándole luego gracias en pocas palabras por su bondad en concedernos audiencia, siendo tan pobres e indignos como somos. Si se tuviera algún obsequio que ofrecerle, hay que hacerlo ahora. Antes de entrar en el asunto que se va a tratar, está bien que el adorador se excuse por su inexperiencia e incapacidad, pero dando pruebas de buena voluntad.
Tiene que interesar por su causa a los ministros y a la madre del rey.
Y a esto se reduce todo el preámbulo de la adoración.
La preparación remota consiste, por tanto, en preparar la materia, el asunto de oración para la adoración, en determinar dos o tres puntos, dos o tres verdades o pensamientos madres. En cuanto a los sentimientos, no pueden preverse, porque son fruto espontáneo de la verdad, de la bondad de Dios, en suma, del trabajo propio de la meditación. Lo que sí hay que prever es el obsequio final, lo que uno se propone ofrecer o prometer, a nuestro Señor, así como las peticiones que deban hacérsele antes de salir de su presencia.
Preparado el asunto hay que preparar la propia persona para presentarse de manera digna y cual conviene. La santa Iglesia no exige elegancia ni lujo en los adoradores, pero sí decencia en el vestir y en la compostura. Lo que de particular tiene la adoración es que es un culto festivo, y por eso el adorador debe presentarse como de fiesta, lo mismo en el vestir como en las ofrendas.
La preparación próxima consiste:
1.º En ser puntual a la hora de adoración.
2.º En recogerse antes de comparecer ante el rey de reyes, rodeado en su trono de amor de toda la corte celestial, el cual nos aguarda con corazón bondadosísimo.
3.º En practicar los cinco actos siguientes, que son como la introducción del alma en la presencia de Jesús:
a.)El primero es de respeto. Llegado ante el santísimo expuesto, el adorador debe postrarse en tierra, a imitación de los reyes magos, movido por un sentimiento de viva fe en presencia de su señor y de su Dios, adorándole así con todo su ser por este acto profundo de respeto y como de anonadamiento ante su divina majestad.
b.)El segundo acto tiene que ser de gratitud, dando gracias a nuestro Señor por recibirnos como a uno de sus ángeles, como a un hijo de su predilección, por habernos invitado a su corte y por habernos confiado el oficio más hermoso ante su divina Persona. Propio de este momento es alabar su bondad, bendecir este día y esta hora de paraíso, y dar gracias por la merced de la vocación.
c.)Sea el tercero de humildad y de contrición. ¿Qué soy, Dios mío, para verme tan honrado y tan amado? ¿Olvidáis por ventura que soy nada, que soy un pecador? El alma se purifica con este acto de dolor y de amor humillado.
d.) El cuarto acto del adorador será la ofrenda de todo su ser, de su entendimiento, de su corazón, de su voluntad, de su libertad, de su vida al servicio del bondadosísimo Señor y para su mayor gloria, mostrando voluntad de servirle durante esta hora de adoración, de consagrarle toda la atención de la mente, todo el fervor del corazón, poniéndose absolutamente a la disposición de su voluntad y de su gracia para honrarle, amarle y servirle como le plazca.
e.)Finalmente, el quinto acto será de unión con las adoraciones de la santa Iglesia y de cada uno de sus miembros, con las adoraciones de la Santísima Virgen cuando vivía en la tierra y señaladamente a los pies de la adorable Hostia. Bueno es también hacer un acto de unión con el ángel de guarda y con algún santo particular.
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Después de esto hay que entrar en materia.
Tema de la adoración. –Punto importante así de la adoración como de la meditación es saber ponderar bien el tema escogido, sacando de él afectos sobrenaturales y actos prácticos de virtud. Para lo cual es menester que el trabajo de la consideración, que es alma y vida de la contemplación, posea cinco cualidades. Tiene que ser:
1. Natural, esto es, tiene que ser conforme a la naturaleza y carácter del tema.
2. Sencillo, buscando la verdad, la gracia y la santidad de lo que se considera con espíritu sosegado y recogido.
3. Particular, bajando de lo general a lo particular, de la vista de conjunto a detalles. Una verdad considerada solamente de un modo general no produce nada.
4. Personal; en la oración uno tiene que apropiarse y personificarse todo, si quiere de veras atar el espíritu al asunto que quiere considerar y mover los afectos.
5. Práctico; éste es el punto esencial, ya que meditamos para hacernos mejores y el ofrecer a Dios un sacrificio particular de alabanza y de amor es el fin con que se adora.
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En cuanto a la elección de la materia, todo puede ser asunto fecundo de oración. Ello depende de la disposición actual del alma, de su estado, de sus impresiones; pero sobre todo de la gracia del momento, del rayo de luz actual que sobrecoja al alma y la penetre hasta el fondo. Cuando es materia seguida siempre está a mano y de ordinario es más fácil y fructuosa.
Después de comenzada la oración no debe mudarse de materia fácilmente, dejando la preparada, porque esto sería exponerse de continuo a la inconstancia y a la esterilidad, sino que debe mantenerse la escogida y hacer volver a ella con fuerza, a menos que el espíritu de la gracia no la cambie por otra mejor. Pero, aun en este último caso, no hay que cambiar en seguida, para comprobar si realmente se trata de una inspiración. Es ésta una regla muy importante.
Del mismo modo se debe continuar con la misma verdad o con el mismo pensamiento, mientras el alma encuentre en ello sustento, así como la abeja se queda sobre una flor cuando ésta es rica en miel.
El recogimiento interior del alma en un pensamiento es señal de su riqueza, como cierta agitación, desasosiego y ligereza de espíritu sobre lo preparado lo es de tentación.
Tratándose de materia para la adoración eucarística, conviene que se tome de la Eucaristía y que todo se refiera a su servicio y su gloria.
La sagrada Eucaristía es rica en puntos de meditación, porque todas las verdades confluyen en ella o de ella nacen; todas las verdades de nuestro Señor son en ella continuadas o glorificadas, y cada misterio de la vida del Salvador está admirablemente representado. La divina Eucaristía es compendio admirable de la vida mortal y de la vida gloriosa de Jesucristo, puesto a disposición del cristiano para que honre a su Señor en estos sus dos estados y tenga la gracia de entrambas.
Después de meditada cada verdad, o meditándola (que en esto hay que seguir la moción de la gracia o la impresión que va produciendo lo que se está considerando), haz con espíritu de adoración los actos de los cuatro fines del sacrificio.
1. Adora a nuestro Señor en la verdad conocida; alaba su bondad, bendice su amor en sí mismo, para ti y para con los hombres todos.
2. Tribútale vivas y tiernas acciones de gracias por esta visita, este don, este beneficio.
3. Haz un acto de desagravio por tus infidelidades y pecados en orden a lo meditado, y por los de todos los pecadores.
4. Ofrécete a ti mismo para mejor adorarle en lo futuro, ofrécele algún sacrificio como don particular, pide que seas fiel, generoso y constante.
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Afectos. –A la consideración siguen los afectos, que son la llama del foco, el amor de la verdad y de la bondad conocida, que da nacimiento a sentimientos varios.
Para los sentimientos no hay más regla que la impresión de la luz, de la gracia del momento, a la cual debe seguir y con la cual debe alimentarse el alma hasta agotarla, cosa por otra parte sencilla y natural.
1. Así, es natural amar la verdad, la bondad y la virtud de Jesucristo una vez que el alma las ha conocido; es natural contemplarlas con deleite, alabarlas y ensalzarlas más que todo, desearlas, cobrarles afición, unirse con ellas, que es en lo que consiste la contemplación, la adoración del amor.
2. A este primer acto sigue, naturalmente, otro de acción de gracias. El alma agradece al Señor el habérsele manifestado, el haberle dado esta prueba de amor, este don de su gracia, y eso con preferencia a tantos otros; el haberle puesto entre sus amigos más íntimos. Tal es el agradecimiento del amor.
3. Después de lo cual es natural que el alma vuelva sobre sí para decirse: ¿Quién soy yo para que me vea favorecido con tanto amor y tales mercedes? ¿Quién soy yo para que Jesús así me ame y me distinga? ¿no es mi alma perezosa y tibia en su servicio? ¿No le ha sido infiel mi corazón y rebelde mi voluntad? ¿No se ha vendido mi cuerpo a la pereza, a la sensualidad y a la vanidad? Con estas impresiones el adorador se humilla, se postra a los pies de Jesús y como san Pedro le dice: Apártate de mí, Señor, porque soy pecador, soy una nada. Solloza a sus pies como Magdalena, pide clemencia como el publicano, quiere en suma servir mejor a su Amo, se lo promete y lo hará con su santa gracia. Así es el amor arrepentido.
4. El alma no se contenta con derramar lágrimas de arrepentimiento, sino que quiere lavar su flojedad en sangre, quiere reparar su pecado, volver al puesto de honor y dar al Señor la gloria que antes le ha hecho perder. Y aquí el adorador, para mejor consagrarse al servicio de Jesús y trabajar mejor por su reinado, le hace entrega total, absoluta y perpetua de sí. En adelante le servirá por amor, por pura abnegación. Jesucristo será su amo y él su feliz servidor. Jesús será su rey y él soldado de su gloria. Jesús será Salvador y él su liberto agradecido. Jesús será su Dios, el Dios de su corazón de su vida y de su eternidad. Aquí tenemos verdadera abnegación de amor.
Reténganse bien estas cuatro cosas: el amor adora, da gracias, llora sus pecados y se da todo entero a la mayor gloria de Jesús: Ama, gratias age, dole, te dona.
Para dar a cada uno de estos sentimientos el desenvolvimiento y la eficacia que les conviene, es bueno unirse a los actos de adoración, de acción de gracias y de amor de los santos, particularmente de aquellos que fueron más devotos del santísimo Sacramento, y más aún a los de la santísima Virgen, madre y reina de los hijos del cenáculo y de san José, el primero de los adoradores.
Estos cuatro actos (Ama, gratias age, dole, te dona) corresponden al mismo tiempo a los cuatro fines del sacrificio y a las necesidades de las almas.
Son expresión natural del amor y cumplen el fin de la oración.
Pueden, por tanto, formarse en toda materia de oración y de adoración. Y en los momentos de esterilidad y de impotencia necesita muchas veces el alma que un método natural la guíe y la estimule.
Primero sigue este método como maquinalmente, luego el entendimiento se abre a la verdad, el corazón recobra vida y fuerzas la voluntad; y en esto, ya el alma se vuelve activa y afectuosa en la oración. Como ha dado pruebas de buena voluntad y andado por obediencia y a ciegas, Dios le premia manifestándosele por su amor como a Magdalena en el sepulcro.
Para atar más a la mente y prevenir sus extravíos es bueno dividir la materia en cuatro partes, correspondientes a cuatro cuartos de hora. De esta manera la hora pasará con provecho y entre delicias.
Muchas veces quedará uno sorprendido de haber llegado al fin.
Porque variando el alma de este modo sus actos se encontrará siempre en abundancia y como en estado nuevo. Estará con nuestro Señor disfrutando de la gracia de lo que considera, y no consigo misma, con el entendimiento distraído y el corazón triste.
¿CÓMO HACER NUESTRA A ADORA... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...