SOBRE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Viernes Santo
San Alfonso María de Ligorio
San Alfonso María de Ligorio
La dulce escuela del Crucifijo es la que
hizo a San Francisco un serafín sobre la tierra. Cuando meditaba en las
penas de Jesucristo lloraba tan continuamente, que casi llegó a perder
la vista. Cierto día se le encontró que daba gritos lastimosos, y
preguntado lo que tenía: ¡Ah! Respondió, ¿qué puedo tener yo? Lloro por
los padecimientos y afrentas de mi Salvador; y mi dolor, añadió, se
aumenta viendo la ingratitud de los hombres que no le aman y viven sin
pensar en él. Siempre que oía balar un cordero, se sentía conmovido
hasta derramar lágrimas, por el pensamiento de la muerte de Jesús,
cordero sin mancilla, inmolado sobre la cruz por los pecados del mundo. Y
abrasado todo de amor, no sabía este Santo recomendar nada a sus
hermanos con tanto encarecimiento como la frecuente memoria de la pasión
del Salvador.
Jesús crucificado: tal es el libro en el que nos leeremos frecuentemente a nosotros mismos. En él aprenderemos por una parte a temer el pecado, y de otra a abrasarnos de amor a un Dios tan amante; leyendo en sus llagas aprenderemos la malicia del pecado, que ha condenado a Dios a sufrir una muerte tan cruel para satisfacer a la Justicia divina, y también el amor que nos ha mostrado el Salvador queriendo sufrir tanto, para hacernos comprender lo que nos amaba.
Pidamos a la divina María que nos alcance de su Hijo la gracia de entrar nosotros mismos en estos hornos de amor donde tantos corazones se abrasan dulcemente; a fin de que renunciando a todos nuestros deseos terrenos, podamos también abrasarnos en estas dichosas llamas que hacen a las almas santas en la tierra y bienaventuradas en el cielo. Así sea.
Jesús crucificado: tal es el libro en el que nos leeremos frecuentemente a nosotros mismos. En él aprenderemos por una parte a temer el pecado, y de otra a abrasarnos de amor a un Dios tan amante; leyendo en sus llagas aprenderemos la malicia del pecado, que ha condenado a Dios a sufrir una muerte tan cruel para satisfacer a la Justicia divina, y también el amor que nos ha mostrado el Salvador queriendo sufrir tanto, para hacernos comprender lo que nos amaba.
Pidamos a la divina María que nos alcance de su Hijo la gracia de entrar nosotros mismos en estos hornos de amor donde tantos corazones se abrasan dulcemente; a fin de que renunciando a todos nuestros deseos terrenos, podamos también abrasarnos en estas dichosas llamas que hacen a las almas santas en la tierra y bienaventuradas en el cielo. Así sea.