Homilía de maitines
IV DOMINGO DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Homilía
de San Agustín, Obispo.
Tratado 24 acerca de San Juan
Los milagros que realizó
Nuestro Señor Jesucristo son en verdad obras divinas, y nos ayudan en gran
manera para conocer a Dios por medio de las cosas visibles. Él es de tal
naturaleza que no puede ser visto con los ojos del cuerpo; por otra parte, los
milagros, con los cuales gobierna todo el mundo y dirige todas las criaturas
por su misma continuidad no excitan nuestra admiración, y así vemos que apenas
nadie fija la atención en las admirables y extraordinarias maravillas de Dios
que resplandecen en cualquier grano de semilla. Por esto, en su admirable
misericordia, se reservó realizar, en tiempo oportuno, algunas obras fuera del
ordinario curso de la naturaleza, a fin de que quedásemos sorprendidos viendo,
no cosas mayores, sino desacostumbradas, ya que las de cada día no producían
efecto en nuestro ánimo.
Ciertamente es mayor milagro el
gobierno de todo el mundo que la alimentación de cinco mil hombres con cinco
panes. Y con todo, de aquello nadie se admira. De esto nos admiramos, no porque
sea cosa mayor, sino porque es rara. Y a la verdad ¿quién ahora alimenta a todo
el mundo, sino aquel que con pocos granos produce los alimentos? Jesucristo
obró, pues, como Dios. Con el mismo poder con que multiplica pocos granos produciendo
las mieses, hizo que en sus manos se multiplicasen los cinco panes. El poder
estaba en las manos de Cristo. Aquellos cinco panes eran como semillas no
puestas en la tierra sino multiplicadas por aquél que hizo la tierra.
Presentó, pues, este
milagro a nuestros sentidos para elevar nuestros pensamientos, y lo mostró a
nuestros ojos para ejercitar nuestra mente. Quiso que admiráramos al Dios
invisible a través de sus obras visibles, a fin de que, robustecidos en la fe y
purificados por ella, deseásemos ver a
aquel Dios cuya invisible realidad nos manifiesta las cosas visibles.
Pero no solamente vemos estas cosas en los milagros de Cristo. Preguntamos a
los mismos milagros qué nos predican a Cristo, pues también ellos tienen su
lenguaje para quien sabe comprenderlos. En efecto, siendo Cristo el Verbo de
Dios, todo lo que hace el Verbo es también una palabra para nosotros.