LA SANTIDAD DEL
CORAZÓN DE MARÍA
EL CORAZÓN DE
NUESTRA MADRE (2)
Como
fruto de la unión que existe entre el Corazón de María y el Corazón de Jesús,
una unión física durante los meses de gestación y una unión de sentimiento, de
afecto y de voluntad que nunca se ha roto, brota la santidad del Corazón de
María: no ha habido ni hay ni habrá un corazón en el mundo donde haya tal
santidad.
“Solo
Dios es santo” y al decir esto, decimos que en Dios están de modo infinito todas
las perfecciones, bondades, atributos y virtudes; y nada hay malo ni defectuoso
ni imperfecto en él: infinitamente sabio, omnipotente, justo, perfecto e
inmenso, eterno e inmutable, infinitamente bueno y misericordioso.
Esa
santidad de Dios es el mismo misterio de su ser que se nos manifiesta en sus
obras, desde la creación del mundo. Al crear al hombre “a su imagen y
semejanza”, Dios “lo corona de gloria” –le comunica su propia santidad-. Pero al
pecar, el hombre queda “privado de la Gloria y de la Santidad de Dios.”
La
obra de la redención consiste en devolvernos esa participación en la santidad
divina, en la vida de Dios mediante la unión con Jesucristo. ¿Cómo alcanzar
esta unión? Viviendo la misma vida de Cristo en nosotros que se nos da por los
sacramentos, reproduciendo sus mismos ejemplos, cumpliendo sus enseñanzas…
Unión con Jesucristo en afectos, sentimientos y voluntad.
Ninguna
otra criatura iguala a la Virgen María en este grado de unión con su Hijo y,
por tanto, ninguna otra criatura la iguala a ella en santidad de vida: “Dichoso
–Bienaventudos –Santos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”.
“De Maria nunquam satis”, dijo san
Bernardo – de la Virgen María, nunca diremos suficiente. Ni todos los santos
juntos igualan a la santidad de María. Su santidad es única e irrepetible, pues
preservada del pecado original, ella es “llena de gracia” y en ella no hay
resquicio de mal, ni de imperfección ni de defecto: “Tota pulchra es Maria.”
El
Inmaculado Corazón de María es totalmente santo a imagen y semejanza de Dios,
tres veces santo. Ella tiene toda la santidad de Dios que en una criatura puede
darse. Con razón el Papa Pio XII invitaba a los fieles ante la dignidad
singular, sublime y más aún casi divina de la Madre de Dios: “Gloríense, por lo
tanto, todos los cristianos de estar sometidos al imperio de la Virgen Madre de
Dios, la cual, a la par que goza de regio poder, arde en amor maternal.”
Al
contemplar la santidad de ese Corazón ha de brotar en nosotros:
1.
El agradecimiento a Dios por haber creado así a su Madre a la que nos dio como
Madre nuestra y que en su corazón santísimo nos tiene como a hijos suyos
encontrando siempre amor, ayuda, consuelo, fortaleza, compasión.
2.
El gran respeto, veneración y amor que hemos de tener al Corazón de María; así
como la compasión hacia Ella por aquellos que desprecian, ultrajan y blasfeman
a la Santísima Virgen María, que al ultrajarla a ella hieren también el Corazón
de Hijo, ofenden a Dios mismo, tres veces santo.
3.
Un deseo verdadero de santidad. El verdadero devoto de María quiere ser santo
imitándola a ella en todo. “Corazón de Jesús y Corazón de María, haced mi
corazón semejante al vuestro” ha de ser nuestra aspiración, nuestra oración,
nuestra firme voluntad.
En esta Cuaresma, volvemos
a oír la voz de Dios que nos dice: “Sed santos, porque yo vuestro Dios soy
santo”. Pidamos a la Virgen Santísima la conversión del corazón: para que desde
hoy en adelante nada tengamos que ver con el mal y el pecado, y seamos viva
imagen, reproducción perfecta, de su Corazón Inmaculado.