viernes, 1 de enero de 2016

DIRIGIMOS LA MIRADA HACIA TI, CRISTO, PUERTA DE NUESTRA SALVACIÓN. Oración del Papa San Juan Pablo II


 "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado" (Is 9, 5) .
¡Jesús, nacido en la pobreza de Belén,
Cristo, el Hijo eterno que nos ha sido dado por el Padre,
es
, para nosotros y para todos, la Puerta!
la Puerta de nuestra salvación
,
la Puerta de la vida
,
la Puerta de la paz
!
Éste es el mensaje de Navidad.
Dirigimos la mirada hacia ti, Cristo, Puerta de nuestra salvación,
y te damos gracias por el bien realizado en los años, siglos y milenios pasados.
Debemos confesar, sin embargo, que a veces la humanidad ha buscado fuera de ti la Verdad,
que se ha fabricado falsas certezas, ha corrido tras ideologías falaces.
A veces el hombre ha excluido del propio respeto y amor
a hermanos de otras razas o distintos credos,
ha negado los derechos fundamentales a las personas y a las naciones.
Pero Tú sigues ofreciendo a todos el Esplendor de la Verdad que salva.
Te miramos a Ti, Cristo, Puerta de la Vida,
y te damos gracias por los prodigios
con que has enriquecido a cada generación.
A veces este mundo a veces no respeta y no ama la vida.
Pero Tú no te cansas de amarla,
más aún, en el misterio de la Navidad vienes a iluminar las mentes
para que los legisladores y los gobernantes, hombres y mujeres de buena voluntad se comprometan a acoger, como don precioso, la vida del hombre.
Tú vienes a darnos el Evangelio de la Vida.
Fijamos los ojos en Ti, Cristo, Puerta de la paz,
mientras, peregrinos en el tiempo,
visitamos tantos lugares del dolor y de la guerra, donde reposan las víctimas
de violentos conflictos y de crueles exterminios.
Tú, Príncipe de la paz,
nos invitas a abandonar el insensato uso de las armas, el recurso a la violencia y al odio que han marcado con la muerte a personas, pueblos y continentes.


Cristo, Hijo de la Madre siempre Virgen,
luz y esperanza de quienes te buscan, aun sin conocerte y de quienes, conociéndote, te buscan cada vez más; Cristo, ¡Tú eres la Puerta!
A través de ti, con la fuerza del Espíritu Santo, queremos entrar en el tiempo de Dios.
Tú, Cristo, eres el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13,8)

25 de diciembre de 1999