¡Haced
esto en conmemoración mía!
Con esta celebración comenzamos
el Santo Triduo Pascual en que cada año conmemoramos nuestra Redención: la
Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo; y que culmina en la noche del
Sábado Santo con su Resurrección: Victoria sobre la muerte y el pecado.
Las últimas semanas, la liturgia
de la Iglesia, se ha vestido de luto y ha querido introducirnos en la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo: la conspiración y determinación por parte de los
judíos de acabar con su vida, la trama de la traición de su discípulos, la
entrada a Jerusalén marcada como camino hacia la cruz, el ocultamiento de Jesús
porque todavía no había llegado su hora;
y –hoy, en esta tarde del jueves santo- como un paréntesis, pero no como una
celebración inconexa y fuera de lugar, se celebra la Santa Misa en tono festivo
y alegre en recuerdo de aquella cena que el Señor quiso tener con sus
discípulos horas antes de su muerte.
¿Qué quiso el Señor celebrar con
sus discípulos?
A lo largo de los tres años de
vida pública, el Señor habría compartido tantas veces la mesa con sus
discípulos… El primer signo, las bodas de Caná, lo realiza en el banquete de
una boda a las que había sido invitado junto con su Madre y sus discípulos… El
Evangelio nos narra que muchas veces Jesús fue invitado a comer y cenar en casa
de amigos (la suegra de Pedro, Lázaro y sus hermanas, Zaqueo) … y también de algunos que siendo partidarios
de los fariseos lo admiraban… El Señor
gustaba de sentarse a la mesa con sus
amigos, tanto que lo acusaron de “comilón
y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores”.
Nuestro Señor Jesucristo, Dios
verdadero pero también verdadero hombre, no se vio libre durante su vida mortal
de satisfacer la necesidad de comer para
sustentarse como cualquier hombre y mujer… Es más, en el desierto, el
Señor después de ayunar durante cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre
y, esto fue ocasión, para que Satanás le tentara. Pero las comidas del Maestro
no era simple fraternidad humana o convivencia, sino que eran momentos de revelación y
manifestación de quién él era: un Dios que sale al encuentro del hombre y
comparte su vida en las facetas más comunes como son el comer y el beber… Un Dios cercano que hace sentar a su mesa
también a aquellos pecadores que han reconocido su pecado y quiere vivir ahora
según los mandamientos…
En su predicación y en enseñanzas,
Jesús habla muchas veces de Reino de Dios como un banquete, como una boda a la
que todos los hombres somos invitados.
Él mismo, no sólo será
beneficiario de las invitaciones, sino que él será el que de la comida: por dos veces multiplica los panes y los peces
saciando a toda aquella multitud de hombres, mujeres y niños que había ido con
él a un lugar descampado a escuchar su enseñanza y doctrina. Esa misma comida se convierte en
revelación de su persona: Yo soy el pan
vivo bajado del cielo, este pan es mi carne, mi carne es verdadera comida, mi
sangre es verdadera bebida, quien coma de este pan y beba de este vino tendrá
la vida eterna…. El Evangelista San
Juan nos dirá como muchos se escandalizaron: ¿Cómo va este a darnos a comer su carne y a ver su sangre? (cfr. Jn 6)
Todo esto, prepara y anuncia lo
que el Maestro realiza en esta tarde en la última Cena.
¡Haced
esto en conmemoración mía!
Llegó
el día de los Ázimos, en el que se había de sacrificar el cordero de Pascua; y
envió a Pedro y a Juan, diciendo: «Id y preparadnos la Pascua para que la comamos.»
Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta
Pascua con vosotros antes de padecer.» (Lc 22, 7 y
ss)
Jesús quiere celebrar la Pascua
con sus apóstoles y discípulos. Es la fiesta primordial del pueblo de Israel,
memorial del acontecimiento salvífico más importante para ellos: la liberación
de la esclavitud de Egipto y la alianza con Dios. Moisés estable los ritos de
la fiesta: "El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia,
uno por casa. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo
guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará
al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la
casa donde lo hayáis comido.” (Ex 12)
Pero la Pascua que Jesús celebra
con sus discípulos es totalmente distinta: adelanta la celebración, en ella no
hay cordero, y los ritos que Jesús realiza son distintos a los acostumbrados.
Jesús no quiere celebrar una fiesta de Pascua como la que habría celebrado
desde Niño con sus padres, sino que Jesús quiere instituir la Nueva Pascua, su
Pascua, el memorial de la nueva y definitiva alianza de la que la pascua judía era figura y
anuncio…
Cogiendo
el pan y pronunciando la bendición, dice: Tomad y comed esto es mi cuerpo. Y
después tomando el cáliz, dice: Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la
nueva alianza que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de
los pecados.
Aquí no hay cordero. Es Jesucristo el verdadero Cordero que como
siervo sufriente será sacrificado para el perdón de los pecados… inmolado al atardecer del Viernes santo sobre
la cruz su sangre rociará y caerá sobre las entrañas del mundo para purificarlo
y salvarlo…. Y en esta cena, Jesús anticipa e instituye el sacramento de su
pasión y de muerte utilizando el elemento del pan y del vino: ¡esto es mi
cuerpo y esta es mi sangre!, ¡mi cuerpo entregado, mi sangre derramada!, ¡por
vosotros, por muchos!, ¡para el perdón de los pecados!
Se equivocan quienes sólo ven en
la Santa Misa una reunión o asamblea, una oración, o un simple recuerdo. La misa es el sacrificio de Cristo, el mismo
que él realizó en la cruz, ahora de forma sacramental e incruenta, pero
verdadero sacrificio.
El Apóstol san Pablo ante los
abusos y mala comprensión del Sacramento de la Eucaristía, escribe a los
corintios y les recuerda la tradición recibida: “Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os
he transmitido”. Y esto es lo que la Iglesia hace hoy y realiza cada día en
el altar… Sacrificio que la Iglesia ha de renovar y actualizar cada día para el perdón de los pecados… Esto es la
Santa Misa, esto es la Eucaristía.
¡Haced
esto en conmemoración mía!
Pero las palabras del Apóstol nos
exhortan a considerar nuestra actitud y disposición cada vez que nos acercamos
a este sacramento. El Señor lo instituyó para que lo recibamos, es más, si no comemos su carne y no bebemos su sangre
no tendremos vida eterna… Pero, “cualquiera
que coma este pan o beba el cáliz del
Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la Sangre del Señor. Por tanto,
examínese a sí mismo el hombre y entonces coma de ese pan y beba de ese cáliz.
Porque quien le come y bebe indignamente, se come y be su propia condenación,
no haciendo el discernimiento del cuerpo del Señor.”
Recuerdo simplemente las
condiciones para comulgar debidamente:
1.
Creer en Jesucristo y en su
presencia en la Eucaristía. En la Sagrada Hostia está el mismo Cristo que nació
de María la Virgen y que murió en la cruz. El mismo que ahora está glorificado
en el cielo intercediendo por nosotros. No es un símbolo, no es una apariencia, su presencia no es una alucinación o acuerdo
comunitario… El está real, verdadera y sustancialmente presente.
2.
Estar en gracia de Dios; es
decir, sin conciencia de pecado mortal, habiendo confesado ante el sacerdote
sus pecados y habiendo recibido la absolución… No podemos acercarnos a la
comunión por rutina o costumbre o sentimentalismo… Mirad, que bebemos nuestra
propia condenación… Es necesario recordar que aquellos que se encuentran en una
situación de pecado público del tipo que sea, no pueden acercarse a la comunión
hasta que arreglen su situación ante Dios y ante la Iglesia. La comunión no es
un derecho que podemos exigir, sino que es un don que Dios nos da si
correspondemos a su amor y exigencias.
3.
Guardar el ayuno eucarístico establecido
en una hora como mínimo, sin probar alimento, y que nos dispone a sentir hambre
del Cuerpo de Jesús.
Hemos de cuidar nuestra
participación en la Eucaristía con la adoración y la oración personal. Hemos de
esforzarnos por prestar atención a las oraciones y lecturas que en ella se
realizan, y hemos sobre todo –¡esto es la verdadera participación en la misa!-
de cuidar nuestra unión interior con el Señor ofreciéndonos junto con él en
sacrificio con toda nuestra vida.
¡Haced
esto en conmemoración mía!
Y termino. Jueves santo:
institución de la Eucaristía, memorial de la pasión y muerte del Señor. Pero
también dos motivos más para agradecer y cantar las misericordias del Señor:
institución de sacerdocio de la nueva alianza al mandar Jesús a sus discípulos
renovar aquello que él mismo hizo y el mandato nuevo: “Amaos como yo os he amado”, hasta
la muerte y muerte de cruz.
Que la Virgen Santísima nos
enseñe a comprender y a vivir todas estas verdades como ella lo hizo para un
día con ella y todos los santos participar del banquete del reino de los
cielos, las bodas del Cordero, sentados a la mesa del Padre.