“¡Oh María, María, templo de la Trinidad! ¡Oh María,
portadora del Fuego! María, que ofreces misericordia, que germinas el fruto,
que redimes el género humano, porque, sufriendo la carne tuya en el Verbo, fue
nuevamente redimido el mundo.
¡Oh María, tierra fértil! Eres la nueva planta de la
que recibimos la fragante flor del Verbo, unigénito Hijo de Dios, pues en ti,
tierra fértil, fue sembrado ese Verbo. Eres la tierra y eres la planta”.
“¡Oh María! vaso de humildad en el que está y arde la
luz del verdadero conocimiento con que te elevaste sobre ti misma, y por eso
agradaste al Padre Eterno y te raptó y llevó a sí, amándote con amor singular”.
“¡Oh María! Porque tuviste luz no fuiste necia, sino
prudente, y por eso, con prudencia, quisiste saber del ángel cómo sería posible
lo que anunciaba”.
“Quedaste admirada y estupefacta por la consideración
de la inefable gracia de Dios, por la consideración de tu indignidad y
debilidad. Preguntando con prudencia, demostraste profunda humildad y como
queda dicho, no tuviste temor, sino admiración por causa de la desmedida bondad
y caridad de Dios, dada la bajeza y pequeñez de tu virtud”.
“Tú, ¡oh María!, has sido hecha hoy un libro en que se
haya descrito nuestro modo de actuar. En ti se halla descrita la sabiduría del
Padre eterno, en ti se manifiesta hoy la fortaleza y la libertad del hombre”.
“Te fue enviado un ángel para anunciártela e indagar
tu voluntad. El Hijo de Dios no bajaría a tu vientre antes de que te
conformases con ella. Aguardaba a la puerta de tu voluntad a que abrieses al
que deseaba venir a ti, y nunca habría entrado si no la hubieses abierto,
diciendo: He aquí la Sierva del Señor. ¡Oh María! A la puerta
llamaba la eterna Divinidad, pero si tú no hubieras abierto la entrada de tu
voluntad, Dios no se habría encarnado en ti”.
“María: a ti acudo y te presento mi petición por la
dulce esposa de Cristo, tu dulcísimo Hijo, y por su vicario en la tierra para
que le dé la luz a fin de que con discreción tome las medidas oportunas para la
reforma de la iglesia. Que el pueblo se una y que su corazón se amolde al del
Vicario, de modo que nunca levante la cabeza contra él”.
“Te ruego igualmente por los que has puesto en mi
camino. Que sus corazones ardan como brasas que no se apagan: Que siempre vivan
anhelando la caridad para contigo y con el prójimo, a fin de que en tiempo de
necesidad tengan las navecillas bien provistas para sí y los demás...
Pero, María hoy te pido con atrevimiento, porque es el día de las gracias, y sé
que nada se te niega. ¡Oh María! La tierra ha germinado para nosotros al
Salvador”.