PARA EXCITAR EN SÍ EL AMOR DE DIOS Y DE SU BIENAVENTURADA MADRE
“¡Oh María, María la grande, la mayor de las bienaventuradas Marías, la mayor de todas las mujeres! ¡Oh gran Señora! mi corazón quiere amaros, mi boca desea alabaros, mi espíritu desea veneraros, mi alma aspira a rogaros, todo mi ser se encomienda a tu protección”.
“¡Oh Señora, puerta de la vida y de la salvación, camino de la reconciliación, entrada de la recuperación! Te suplico por tu fecundidad en frutos de salvación; haz que me sean concedidos el perdón de mis pecados y la gracia de bien vivir y que hasta el fin tu servidor se mantenga bajo tu protección”.
“Por tu fecundidad, ¡Oh Señora!, el mundo pecador ha sido justificado; condenado ha sido salvado; desterrado, fue repatriado. Tu parto ¡Oh Señora!, ha rescatado al mundo cautivo; enfermo, ha sido curado y muerto, ha sido resucitado”.
“Espera, ¡Oh Señora! a mi alma enferma, que quiere seguirte; no te ocultes ¡Oh Señora!, a esta alma que ve tan poco y que te busca. Ten piedad, ¡Oh Señora!, de un alma que languidece y suspira tras de ti”.
“Dios es el Padre de las cosas creadas, y María la madre de las cosas recreadas. Dios es el Padre que ha construido todo, y María la madre que lo ha reconstruido”.
“¡Oh María!, te suplico, por esta gracia que tienes de que el Señor está contigo y tú con Él, que me concedas tu misericordia, que permanezca conmigo; has que tu amor esté siempre en mí, y tú ten siempre cuidado de mí. Haz que el grito de mis necesidades, mientras perduren, te siga por doquiera; que tus miradas de bondad, mientras yo viva, me acompañen; haz que la alegría que experimento de tu bienaventuranza permanezca siempre en mí y que tu compasión por mi miseria me siga por doquiera siempre que lo necesite”.
“¡Oh Señora!, eres, pues, la madre de la justificación y de los justificados, la engendradora de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salvación y de los salvados. ¡Oh feliz confianza, oh seguro refugio! La madre de aquel en quién únicamente esperamos y al que únicamente tenemos, es nuestra madre; la madre de aquel, que es el único que salva o condena, es nuestra madre”.
“Que nuestra buena Madre ruegue y suplique por nosotros. Que ella misma pida, que ella reclame lo que no es provechoso. Que implore a su Hijo por sus hijos, a su Único por sus adoptados, al Maestro por los servidores”.
“¡Oh buen Hijo!, te pido, pues, por esa ternura con que amas a tu Madre, ya que la amas verdaderamente y quieres que sea amada; haz que yo también la ame verdaderamente. ¡Oh bondadosa Madre!, te suplico por ese amor con que amas a tu Hijo, así como le amas verdaderamente y quieres que sea amado; concédeme que yo también le ame verdaderamente”... “Que mi espíritu te venere como merece, que mi corazón te ame como es justo que mi alma te ame como le conviene, que mi cuerpo te sirva como debe, que mi vida se consuma en eso, a fin de que todo mi ser te cante por toda la eternidad. Bendito sea el Señor eternamente”.