¡OH mi tierna Madre! ¡Os veo sumergida en un mar de tristezas y de
aflicciones, y nadie se compadece de Vos! Yo os compadezco, ¡Oh María, mi dulce
Madre! Y os suplico me admitáis algún día en vuestra compañía.
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¡Oh Reina de los mártires! Yo os ruego que por vuestros dolores y
vuestros triunfos me deis vuestra maternal bendición: yo me pongo y coloco
también bajo el manto de vuestra poderosa protección a todos mis parientes y
amigos.
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¡Oh María! Yo creo que sois la Madre de Dios y de los
hombres; creo que sois nuestra vida, y os llamaré con San Agustín la única
esperanza de los pobres pecadores. Creo que sois el respiro vivificante de los
cristianos y su amparo, máxime en la hora de la muerte.