COMENTARIO AL
EVANGELIO
II DOMINGO DE PASCUA, DOMINGO DEL BUEN PASTOR
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Forma Extraordinaria del Rito Romano
«El
Señor es mi pastor, nada me falta». La imagen remite a un clima de confianza,
intimidad y ternura: el pastor conoce una a una a sus ovejas, las llama por su
nombre y ellas lo siguen porque lo reconocen y se fían de él (cf. Jn 10, 2-4).
Él las cuida, las custodia como bienes preciosos, dispuesto a defenderlas, a
garantizarles bienestar, a permitirles vivir en la tranquilidad. Nada puede
faltar si el pastor está con ellas. A esta experiencia hace referencia el salmista,
llamando a Dios su pastor, y dejándose guiar por él hacia praderas seguras: «En
verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara
mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre» (vv.
2-3).
Dios
lo guía hacia «verdes praderas» y «fuentes tranquilas», donde todo es
sobreabundante, todo es donado en abundancia. Si el Señor es el pastor, incluso
en el desierto, lugar de ausencia y de muerte, no disminuye la certeza de una
presencia radical de vida, hasta llegar a decir: «nada me falta». El pastor, en
efecto, se preocupa por el bienestar de su rebaño, acomoda sus propios ritmos y
sus propias exigencias a las de sus ovejas, camina y vive con ellas, guiándolas
por senderos «justos», es decir aptos para ellas, atendiendo a sus necesidades
y no a las propias. Su prioridad es la seguridad de su rebaño, y es lo que
busca al guiarlo.
Queridos
hermanos y hermanas, si caminamos detrás del «Pastor bueno», aunque los caminos
de nuestra vida resulten difíciles, tortuosos o largos, con frecuencia incluso
por zonas espiritualmente desérticas, sin agua y con un sol de racionalismo
ardiente, bajo la guía del pastor bueno, Cristo, debemos estar seguros de ir
por los senderos «justos», y que el Señor nos guía, está siempre cerca de nosotros
y no nos faltará nada. Quien va con el Señor, incluso en los valles oscuros del
sufrimiento, de la incertidumbre y de todos los problemas humanos, se siente
seguro. Tú estás conmigo: esta es nuestra certeza, la certeza que nos sostiene.
La oscuridad de la noche da miedo, con sus sombras cambiantes, la dificultad
para distinguir los peligros, su silencio lleno de ruidos indescifrables. Si el
rebaño se mueve después de la caída del sol, cuando la visibilidad se hace
incierta, es normal que las ovejas se inquieten, existe el riesgo de tropezar,
de alejarse o de perderse, y existe también el temor de que posibles agresores
se escondan en la oscuridad. Para hablar del valle «oscuro», el salmista usa
una expresión hebrea que evoca las tinieblas de la muerte, por lo cual el valle
que hay que atravesar es un lugar de angustia, de amenazas terribles, de
peligro de muerte. Sin embargo, el orante avanza seguro, sin miedo, porque sabe
que el Señor está con él. Aquel «tu vas conmigo» es una proclamación de
confianza inquebrantable, y sintetiza una experiencia de fe radical; la
cercanía de Dios transforma la realidad, el valle oscuro pierde toda
peligrosidad, se vacía de toda amenaza. El rebaño puede ahora caminar
tranquilo, acompañado por el sonido familiar del bastón que golpea sobre el terreno
e indica la presencia tranquilizadora del pastor.
BENEDICTO
XVI, 5 de octubre de 2011