COMENTARIO AL EVANGELIO
JUEVES DE PASCUA
Forma Extraordinaria del
Rito Romano
Por consiguiente, tenemos una doble universalidad: la universalidad
sincrónica —estamos unidos con los creyentes en todas las partes del mundo— y
también una universalidad diacrónica, es decir: todos los tiempos nos
pertenecen; también los creyentes del pasado y los creyentes del futuro forman
con nosotros una única gran comunión. El Espíritu Santo es el garante de la
presencia activa del misterio en la historia, el que asegura su realización a
lo largo de los siglos. Gracias al Paráclito, la experiencia del Resucitado que
hizo la comunidad apostólica en los orígenes de la Iglesia, las generaciones
sucesivas podrán vivirla siempre en cuanto transmitida y actualizada en la fe,
en el culto y en la comunión del pueblo de Dios, peregrino en el tiempo.
Así nosotros, ahora, en el tiempo pascual, vivimos el encuentro con el
Resucitado no sólo como algo del pasado, sino en la comunión presente de la fe,
de la liturgia, de la vida de la Iglesia. La Tradición apostólica de la Iglesia
consiste en esta transmisión de los bienes de la salvación, que hace de la
comunidad cristiana la actualización permanente, con la fuerza del Espíritu, de
la comunión originaria. La Tradición se llama así porque surgió del testimonio
de los Apóstoles y de la comunidad de los discípulos en el tiempo de los
orígenes, fue recogida por inspiración del Espíritu Santo en los escritos del
Nuevo Testamento y en la vida sacramental, en la vida de la fe, y a ella —a
esta Tradición, que es toda la realidad siempre actual del don de Jesús— la
Iglesia hace referencia continuamente como a su fundamento y a su norma a
través de la sucesión ininterrumpida del ministerio apostólico.
Jesús, en su vida histórica, limitó su misión a la casa de Israel, pero dio
a entender que el don no sólo estaba destinado al pueblo de Israel, sino
también a todo el mundo y a todos los tiempos. Luego, el Resucitado encomendó
explícitamente a los Apóstoles (cf. Lc 6,13) la tarea de hacer discípulos a todas
las naciones, garantizando su presencia y su ayuda hasta el final de los
tiempos (cf. Mt 28,19 s).
Por lo demás, el universalismo de la salvación requiere que el memorial de
la Pascua se celebre sin interrupción en la historia hasta la vuelta gloriosa
de Cristo (cf. 1Co 11,26). ¿Quién actualizará la presencia salvífica
del Señor Jesús mediante el ministerio de los Apóstoles —jefes del Israel
escatológico (cf. Mt 19,28)— y a través de toda la vida del pueblo
de la nueva alianza? La respuesta es clara: el Espíritu Santo.