EJERCICIO DEL SANTO VIACRUCIS
CON TEXTOS DEL BEATO MANUEL DOMINGO Y SOL
Por la señal de la Santa Cruz
de nuestros enemigos,
líbranos Señor, Dios nuestro.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
Nos exhorta el beato Manuel:
«Pongámonos en la presencia de Dios. El silencio de la noche; la luna en mitad de su carrera; Jesús bajo de aquellos árboles. Pidámosle la gracia de saberle acompañar en su soledad y penetrar sus sentimientos interiores. El temor es una de las miserias humanas; Jesús quiso tomarlo y despojando a su alma del vigor de la divinidad, se expuso los tormentos, azotes, desnudez. Ya que no pudimos acompañaros, permitid que lo hagamos ahora».
ACTO DE CONTRICCIÓN
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Al principio de cada estación se puede decir:
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Y al final de cada estación:
V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.
V/. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo
R/. Y los Dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
I ESTACIÓN. Jesús es condenado a muerte
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?» Ellos gritaron de nuevo: «Crucifícalo». Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Marcos 15,12-13.15
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Nunca se vio un espectáculo tan hermoso; desde la planta de los pies hasta la cabeza no era el Salvador más que una sola llaga; presentaba un espectáculo tan horrible que Pilatos, aunque pagano, se horrorizó, y no creyendo que hubiese un corazón tan inhumano que no se conmoviese, hizo que le sacaran fuera, y mostrándole a los judíos, dijo: Ecce Homo. He aquí al hombre en quien no encuentro culpa; he aquí al hombre a quien pedís con tanto furor.
Su sangre, respondían, caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Crucifícale. Y el cobarde Pilatos, haciendo traición a su conciencia, rebajando la dignidad que su ministerio exigía, y cediendo a las instancias de un bárbaro populacho, le entrega a los judíos, le sentencian a muerte.
Aquel que es dueño de la vida, aquel que había resucitado tantos muertos, que había dado la vida a Lázaro y al hijo de la viuda de Naín; aquel que vivifica al Universo con su poder es condenado por los hombres a muerte».
II ESTACIÓN. Jesús carga con la Cruz
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.
Marcos 15,20
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Ya suben por el Calvario una multitud de personas que llevan en medio a un hombre a quien golpean con furor; y que llevando una cruz a cuestas indica que va a ser crucificado; es verdaderamente Jesús que, manso como un cordero, sin abrir su boca, va caminando con pena hacia el lugar de su sacrificio, adonde dirige de cuando en cuando unas miradas que le llenan de amargura; tan fatigados sus miembros que ya apenas puede dar un paso; las llagas, que los verdugos han hecho en todo su cuerpo, están tan unidas a sus vestidos, que no puede moverse sin que le causen el más vivo dolor; y en este estado de desfallecimiento llega a la cumbre del misterio de nuestra reparación. Se arrodilla, mira su cruz, y aunque su vista le renueva el pensamiento de aquellos males que poco antes le hacen sudar gotas de sangre, no obstante, como sabe que ha de servir para la humana redención, la recibe y la abraza con amor como el precioso tesoro que le viene de la mano de su Padre celestial».
III ESTACIÓN. Jesús cae por primera vez
Pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él, sus cicatrices nos curaron.
Isaías 53,5
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Ya sabéis la historia de la caída del hombre, y con él el de la humanidad. Desde entonces solidarios nosotros de su pecado, el dolor, el dolor exclusivamente, debía ser nuestro destino.
Pero Dios que es grande en todo, y por consiguiente lo quiso ser en medio de su justicia, quiso rehabilitar al hombre en los derechos de su último fin, de la consecución del cielo que habla perdido; pero para no defraudar los fueros de su justicia, quiso conducirle por el camino de la expiación; quiso hacerle semejante a la víctima que en aquel mismo momento determinaba enviar para el bien de este mismo hombre; quiso conducir a la humanidad a la tierra de promisión, pero por los desiertos del sepulcro. Este es, pues, nuestro destino; las aflicciones nuestro alimento; las adversidades los continuos tropiezos de la vida; las penas nuestros compañeros inseparables; ¿qué digo? Ellas son nuestro único camino.
¿Quién podrá curarlo de llaga tan terrible? ¿Quién podrá desviar esa tan arraigada creencia o preocupación? Y Dios envía a su propio Hijo, imagen de su ser, gloria y figura de su sustancia; y le presenta ante el mundo pregonando los padecimientos, las humillaciones, y no sólo pregonándolas, sino recogiéndolas en su corazón, en su cuerpo, en su alma, para honrarlas y santificarlas».
IV ESTACIÓN. Jesús se encuentra con su madre
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Éste ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción, y a ti misma una espada te traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Lucas 2,34-35.51b
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Aquí fue cuando encontró a su Madre, que conmovida en sus entrañas había salido a presenciar aquel triste espectáculo; puesto que ella debía contribuir también a nuestra redención; y aquellos dos tiernos corazones, mirándose mutuamente, se traspasaron sus almas con una agudísima espada de dolor.
¿Y cómo podía menos de llorar y de gemir al contemplar aquel hermoso rostro, al que había llenado tantas veces de caricias, abofeteado y escupido; aquellos ojos, cuyas miradas tiernas habían tantas veces disipado su tristeza, nublados y oscurecidos; aquella boca preciosa, cuyas dulces palabras tantas veces la habían consolado, sedienta y sin movimiento? ¿Cómo podía menos de angustiarse, al verle desnudo sin poderlo vestir, injuriado sin poderlo defender, infamado de malhechor sin poder responder por él? Cielos, diría ella, mirad esta crueldad y cubríos de luto por la muerte de vuestro señor; oscureced el aire claro y echad con vuestras tinieblas un manto sobre el cuerpo, para que el mundo no vea las carnes desnudas de vuestro criador. Y finalmente si las criaturas insensibles sintieron a su modo la muerte de su Dios, ¿qué harían las entrañas de esta madre dolorida?»
V ESTACIÓN.
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la Cruz
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lucas 23, 26
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Quisiera preguntar a los que no quieren conocer ni amar a Jesucristo con quién se consuelan en las grandes calamidades, a quién acuden en demanda de ayuda cuando gimen bajo el peso de las amarguras que sumergen la vida y hacen flaquear el valor. ¿Quién, les pregunto, puede mezclar a esos torrentes de aflicción algunas gotas de alegría? ¿Quién sabe rendir el dolor y levantar la cabeza y sonreírse ante el infortunio y mostrar a través de sus lágrimas un rayo de alegría?
¿Quién hace todo eso, os pregunto? ¿Quién sino no sentirá su corazón inundado de consuelo al ver al Dios de cielo y tierra hecho niño por nosotros, nacer en un establo, en un portal desmantelado en el corazón del invierno y todo esto por nuestro amor? ¿Quién viéndole en su vida mortal hecho varón de dolores no se consolará en sus penas? ¿Quién no renunciará a la vez a su torpe egoísmo y a sus tristezas homicidas con el ejemplo del Hombre Dios, que le dice al corazón: Yo soy tu padre, tu hermano: no llores; he venido del cielo para consolarte y enjugar tus lágrimas? Bien lo saben las almas que aman a Jesucristo que es más dulce llorar por él, como decía San Bernardo, que gozar del mundo todo. Bien lo experimentaba el sabio autor de la Imitación de Cristo, que con profunda y exacta verdad escribe: En donde moras tú, oh Jesús, allí está el cielo y en donde tú reinas allí se ceba la muerte y el infierno. Vivir sin ti, oh Jesús, es duro infierno; vivir contigo es dulce paraíso».
VI ESTACIÓN.
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
Salmo 27,8-9
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Para que Jesucristo sea la vida de los corazones, es preciso que cree en el corazón humano las dos cosas más grandes y de que vivimos más necesitados en este valle de lágrimas, el amor y el consuelo.
¿Quién vencerá en el hombre el egoísmo, eterno enemigo de toda prosperidad y bienandanza? ¿En dónde encontrará el hombre esa expansión generosa, aroma de la caridad fraternal, que le pone en relaciones armoniosas y comunión eficaz con sus semejantes? En Jesucristo, sólo en Jesucristo, que elevando el corazón del hombre hacia todo lo que es puro, santo y perfecto, sublime, generoso y verdaderamente desinteresado, puede arrancarle de las viles cadenas de ese egoísmo salvaje, que aprisiona al hombre aislado de sus semejantes en el ignominioso cautiverio del yo. Quien no ha podido amar algo más grande que la tierra y más elevado que el hombre, dice un sabio orador, por grandes que sean los tesoros de su alma y la riqueza de su corazón, no saldrá jamás por completo de esa cárcel obscura y baja en que el egoísmo tiene encerrado a ese rebaño de hombres sin Dios y sin religión, que se mueve sobre la tierra.
En Jesucristo se halla el modelo acabado de todas las grandes virtudes y especialmente el amor para con sus semejantes. Él vino a dar la vida por sus hermanos, por sus enemigos, y desde la cuna al sepulcro su vida fue vida de sacrificio, vida de abnegación, vida de amor en una palabra».
VII ESTACIÓN. Jesús cae por segunda vez
Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza. Pero tú, Señor, no te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre.
Salmo 22, 8.12
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Tanto nos amó el Señor que quiso tomar nuestra naturaleza, y con ella el hambre, la sed, el frío, el calor, el cansancio, el dolor, todas nuestras miserias para santificarlas, para engrandecerlas. Quiso tomar nuestra naturaleza para honrarla sobre todas. Quiso enlodarse, dice Tertuliano, en todas nuestras degradaciones, para convertirlas en bienes y en riquezas espirituales. Tomó todos nuestros males, para darnos todos los bienes.
Ante idea tan hermosa, pero verdadera del amor de ese Dios niño, ante esa elección... la caridad de Dios no sólo nos incita, sino que, como dice el apóstol, nos urge, nos apremia, nos obliga a amarle y a prorrumpir en actos tiernísimos de amor. Cuanto más, pues, debemos invitar hoy con nuestros cánticos a las criaturas para que se conviertan en pregoneras de su bondad, pues este Dios viene, no para darnos sus criaturas y las obras de sus manos, sino para darse a sí mismo; no para producir con un solo acto de su palabra y sin esfuerzo alguno el cielo y el mundo, sino para salvarnos a fuerza de penas, sudores y sacrificios».
VIII ESTACIÓN.
Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos».
Lucas 23, 27-28
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Jesucristo venía a ser el alivio de la humanidad afligida, el consuelo de los corazones desgraciados. Cuantas veces en medio del desierto de la vida, las tribulaciones nos rodean, las aflicciones y contratiempos, aún en medio de nuestras familias, nos atormentan. Las obligaciones y los disgustos inherentes a nuestro estado nos desmayan; Jesucristo, pues, para darnos aliento, para consolarnos, padece, sufre, se deja por modelo de todas nuestras acciones, de modo que no hay estado, no hay condición, no hay individuo que en medio de sus sufrimientos no tenga, que no encuentre algo que imitar, y que consolarse en alguno de los pasos y dolores de la Pasión del Salvador.
En particular estos días acércate a Jesús con tu mente y tu corazón; hazte cuenta que se desmaya en tu regazo, y anímale con tu palabra, y consuélale con tus protestas de amor, y prométele constancia en seguirle; y ofrécele la pobreza de tu ternura, y los frutos de tu devoción, y sacrificios de tu voluntad; deseos de soledad y abandono con él; y ¿quién sabe si esto le animará para que acepte el cáliz que se le propone? Porque sí, sin duda el recuerdo de nuestro amor, de lo que nosotros debíamos amarle, le animó entonces; y no mirando más que nuestro amor, se levanta, detiene las lágrimas de sus pupilas, reanima su espíritu y va a ofrecerse con paso decidido a sus enemigos».
IX ESTACIÓN.
Jesús cae por tercera vez
Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.
2 Corintios 5, 14-15
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«A pesar de que nadie es digno de desatar la correa de su calzado, a nadie desprecia, a todos llama hacia sí, con todos habla, con nadie desdeña su conversación; llama a los hijos de los hombres con el nombre de amigos y de hermanos, puesto que, como dice él mismo, no ha venido a ser servido, sino a servir.
¡Ay! al cotejar estas cualidades de ese Dios, rey de nuestras almas, con los reyes temporales, no puedo menos de recordar aquella expresión con que este mismo Jesús quería hacernos ver la diferencia: los príncipes de las naciones las dominan y ejercen su potestad sobre ellas; y se aprovechan de sus sudores; y permiten derramar su sangre para conservarlos a ellos.
No así el Hijo del hombre; se ha constituido pobre y necesitado por nosotros para llenarnos de sus riquezas, que nos defiende con el peligro de su vida, ¿qué digo? con su propia vida, y sacrifica su alma, como nos dice él mismo, para salvar la nuestra; que tiene que pagar lo que no arrebató ni debía; que practica antes de mandar; el primero en la fatiga, el último en el descanso; que se adelanta a la pelea; y el último en conseguir los despojos; pronto a socorrernos; firme y constante para refugiarnos a él; siempre presente a todos; él es el que sostiene solo los ímpetus del enemigo, el que soporta la carga de todos».
X ESTACIÓN.
Jesús es despojado de sus vestiduras
Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica.
Salmo 22, 19
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Entonces sus enemigos arrebatados de una ira ciega, sin mirar el estado de postración en que se encuentra, cual lobos hambrientos sobre la tierna ovejuela, se echan sobre el Salvador, rompen su corona en su misma cabeza, y con fiereza sin igual, arrebatan sus preciosas vestiduras, las cuales, como ya he dicho, pegadas, empapadas en sus llagas, renuevan a éstas con más viveza; presentando su cuerpo desnudo para mayor confusión, y en un estado tan lastimoso, que no se advierte en él más que una completa llaga, de la cual manan copiosos arroyos de sangre. Si la vista de estos tormentos en una bestia nos movería a compasión, ¿cómo puede menos de conmovernos la consideración de un acto en el que la inocencia de un Dios se ve ultrajada, la hermosura de los ángeles afeada, y la alteza de los cielos abatida y humillada?».
XI ESTACIÓN.
Jesús es clavado en la Cruz
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».
Juan 19, 16a.19
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«¿Qué es lo que más siente clavado en esta cruz? ¿Son acaso estos terribles dolores de su cuerpo, su frío, su desnudez, la amarga bebida que sus enemigos le presentan para apagar su ardiente sed, el desamparo en que le deja su Padre celestial, o serán las dulces y tiernas lágrimas que su madre cariñosa y su discípulo amado le dirigen sin cesar? No, por cierto; lo que más desgarra su alma, en estos críticos momentos, es el insulto y desprecio que los judíos hacen, y habían de hacer muchos cristianos de su pasión y de su amor; es el pensar que aquella sangre que derramaba con tanta liberalidad había de ser infructuosa para muchos; es el considerar, por fin, que habría quien ni una mirada compasiva le había de dar, y no sólo una mirada compasiva, sino que también, quien le había de perseguir con furor, blasfemando de su nombre y de su cruz. Y no obstante de eso, en estos mismos instantes, ruega al Padre por estos mismos enemigos; en estos mismos instantes, a su madre, a este único tesoro que posee en la tierra, nos la deja por madre nuestra, y nos constituye a nosotros verdaderos hijos suyos; en estos instantes exclama que ya está todo acabado, contento de haber cumplido todo lo que de él estaba dicho».
XII ESTACIÓN. Jesús muere en la Cruz
Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró.
Lucas 23,46
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Meditemos sobre esa muerte, mira continuamente esta cruz misteriosa y de tanta significación para nosotros cristianos. Sí, ciertamente, pues ella nos dice que acudamos constantes en todos los acontecimientos de nuestra vida. Ella nos dice que si alguna vez la concupiscencia nos atormentara, nos acojamos bajo las ramas de este frondoso árbol, seguros de librarnos de sus ardores; ella nos dice que si las obligaciones de nuestro estado nos fatigan, recordemos a aquel que, sin motivos, tan pesada la sufría. Ella nos dice que si la dureza de superiores, la ingratitud de amigos y el descuido de nuestros inferiores nos irritase, nos acordemos de la paciencia del que en ella estaba crucificado; ella nos dice que si las comidas mal guisadas nos fastidiaran, y el amor a elegantes vestidos nos llevaren desasosegados, reflexionemos el hambre, la sed y la desnudez de nuestro criador. Ella nos dice que si la pereza en madrugar nos impidiese nuestras devociones, consideremos la cama en que durmió nuestro Dios. Ella, en fin, nos está continuamente clamando que en todos los acontecimientos de esta vida, en todas nuestras aflicciones, acudamos a ella con confianza, seguros de hallar nuestro consuelo».
XIII ESTACIÓN. Jesús es bajado de la Cruz
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre».
Juan 19,26-27a.
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«¡Ha muerto ya! Aquel que era la flor de los valles y el lirio de los campos está desfigurado, sin color ni hermosura.
El príncipe de la paz, aquel que llevaba en sus hombros el nombre de rey de reyes y señor de los que mandan, está desconocido.
Aquel, cuyas manos curaban los enfermos, está clavado en una cruz. Aquel, que hacía resucitar a los muertos, está sin voz.
Aquel, destinado para ser rey inmortal de los siglos, tiene inclinada la cabeza, y una corona de espinas.
Aquel, que viste las aves del cielo y los lirios del campo, está desnudo. La tierra no posee ya al Salvador.
Qué mirarán los ojos, que...
¡Ah!, no es extraño que el sol recoja su luz. No es extraño que las tinieblas cubran el firmamento, para que no se presencie tan triste espectáculo. No es extraño que las piedras se rompan para expresar su dolor.
Rompamos también nuestro corazón, por el dolor y el arrepentimiento. Recojamos el testamento que nos ha legado con sus palabras.
No nos movamos nunca del pie de la cruz. Hagamos compañía a nuestra madre amantísima».
XIV ESTACIÓN. Jesús es sepultado
Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos.
Juan 19,39-40.
De los escritos del Beato Manuel Domingo y Sol:
«Muere Jesús. Pecador, ya ha muerto Jesús; ya desde ahora puedes acercarte a la justicia divina; ya tienes una víctima que ofrecer. Y mirad lo que nos dice poco antes de expirar: todo está consumado. Sí, todo está acabado, ya la justicia de Dios ha sido vengada, ya la deuda del pecado ha sido satisfecha, ya la humanidad se ha salvado. Mira, hoy nos dice el Señor desde la cruz: Si oyereis mi voz, no queráis endurecer vuestro corazón. Mira, yo he padecido por ti; y yo me he sacrificado por tus pecados; ¿y querrás todavía continuar cegado en el vicio? Mira: estas llagas que llevo en mis pies y en mis manos han sido abiertas por tus miradas, acciones, ¿y tendrás valor para volver a crucificar? No, Dios mío, no, bastante os he ofendido; ya que me habéis esperado hasta ahora, no abusaré más de vuestra misericordia; los días que me queden de vida los emplearé en serviros; yo lloraré mis pecados. No me abandonéis, Señor: dadme gracia para aborrecer el pecado; que yo desde ahora, postrado a tus pies, y con todo el afecto de mi alma ya te digo: Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en quien espero y amo».
***
Para ganar la indulgencia concedida al rezo del Viacrucis, por las intenciones del Papa.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
VIACRUCIS CON TEXTOS DEL BE... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...