miércoles, 8 de marzo de 2023

8 de marzo. SAN JUAN DE DIOS, CONFESOR

 

 

8 de marzo

San Juan de Dios, confesor

Nació Juan de Dios de católicos y piadosos padres en Monte Mayor, en el reino de Portugal; al nacer, una claridad que brilló sobre su casa y una campana que tocó por sí sola anunciaron los altos destinos para los cuales el Señor había elegido a aquel niño. Ya de joven, fue arrancado de una vida disipada gracias a la ayuda divina y empezó a dar muestras de santidad. Un día, escuchando la predicación de la palabra de Dios, se sintió tan inclinado a una vida mejor, que ya desde entonces pareció haber alcanzado una perfección consumada, a pesar de hallarse en los comienzos de una vida muy santa. Después de haberse desprendido de todos sus bienes en favor de los pobres presos, dio ante todo el pueblo un espectáculo de admirable penitencia y de menosprecio propio, lo cual le valió el ser maltratado por muchos como demente, llegando a verse recluido en una casa de salud. Pero Juan, abrasado más y más en la caridad divina, consiguió hacer construir en Granada, con las limosnas de las personas piadosas, dos vastos hospitales, y fundó una nueva Orden, dando a la santa Iglesia el instituto de los Hermanos Hospitalarios, que sirven a los enfermos de alma y cuerpo. Esta obra ha llegado a propagarse por el mundo entero.

Procuraba todo lo necesario para el alma y para el cuerpo a los enfermos pobres, que algunas veces llevaba a su casa sobre los hombros. Su caridad no se encerraba en los límites de un hospital: procuraba alimentos a las viudas pobres, a las doncellas que estaban en peligro, y hacía todo cuanto podía para apartar de la impureza a los que en ella habían caído. Habiéndose declarado un gran incendio en el hospital real de Granada, Juan, sin temor, se metió en medio del fuego, yendo de aquí para allá, hasta que, sacados los enfermos sobre sus hombros, y arrojadas las camas por las ventanas, les libró del fuego; tras haber trabajado incansable por espacio de media hora entre las llamas que se habían propagado, con el auxilio divino, salió de las mismas incólume entre la admiración de la gente, mostrando, con este ejemplo, que el fuego que por de fuera le quemaba era más débil que el que ardía en su interior.

Practicó con perfección todo género de austeridades, una rendida obediencia y una extrema pobreza; se distinguió por su fervor en la oración, en la contemplación de las cosas divinas, y en su devoción para con la Santísima Virgen; Fue favorecido con el don de lágrimas. Hallándose gravemente enfermo, recibió santamente todos los sacramentos de la Iglesia; después, aunque privado de fuerzas, se levantó de la cama, cubierto con sus vestidos, y de rodillas, estrechando con las manos contra su corazón el crucifijo, se durmió en la paz del Señor el día 8 de marzo de 1550. Aun después de muerto, sus manos retuvieron el crucifijo permaneciendo en la misma posición cerca de seis horas, hasta que le quitaron de allí. Toda la ciudad contempló este edificante espectáculo, y pudo aspirar un olor suavísimo. Fue incluido por sus muchos milagros antes y después de su muerte, por el papa Alejandro III, en el número de los santos. León XIII, atendiendo a las peticiones del orbe católico por Decreto de la S. C. de Ritos, le declaró Patrón celestial de los hospitales y enfermos de todo el mundo, mandando que su nombre fuese invocado en las Letanías de los agonizantes.

 

Oremos.
Oh Dios, que al bienaventurado Juan, inflamado en tu amor, le preservaste ileso entre las llamas, y por él dotaste a tu Iglesia de una nueva familia; concédenos que gracias a sus méritos, seamos purificados de nuestros vicios en el fuego de tu caridad y provistos de los remedios que conducen a la eternidad. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.

 

TEXTOS

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