viernes, 24 de marzo de 2023

LÁZARO, IMAGEN DEL PECADOR. Dom Gueranger

 


LÁZARO, IMAGEN DEL PECADOR

Dom Gueranger

Viernes de la IV semana de Cuaresma

 

LÁZARO, IMAGEN DEL PECADOR. — Leamos confiados este admirable relato que nos cuenta la obra de Jesús en las almas; recordemos el bien que ha hecho a la nuestra y prometámosle finalmente tener compasión numerosos en toda la tierra, se preparan a recibir el perdón que les devolverá la vida. Hoy no es una madre la que pide la resurrección; son dos hermanas que imploran esta gracia para su querido hermano; la Iglesia con este ejemplo nos induce a orar por nuestros hermanos. Mas sigamos la narración de nuestro Evangelio.

 

Lázaro estuvo primero enfermo y agonizante; Analmente murió. El pecador comienza dejándose llevar de la pereza a la indiferencia y luego recibe una herida mortal. Jesús no ha querido curar la enfermedad de Lázaro; para hacer a sus enemigos inexcusables, quiere obrar un prodigio portentoso a las mismas puertas de Jerusalén. Quiere probar cómo es dueño de la vida a aquellos que, pocos días después se escandalizaran de su muerte. En el sentido moral Dios permite algunas veces a su Sabiduría, que se abandone a un alma ingrata a pesar de que sabe caerá en el pecado. Más tarde la levantará, y la confusión de su caída, la servirá para mantenerse en la humildad que la habría preservado.

 

Las dos hermanas, Marta y María, aparecen aquí muy distintas de lo que eran por naturaleza; las dos desconsoladas pero llenas de confianza. Jesús anuncia cómo El mismo es la Resurrección y la Vida; quien espere en El no morirá eternamente, pues es lo único que hay que temer. Mas cuando ve llorar a María, cuyo amor conocía muy bien, se conmueve y se turba. La muerte, castigo del pecado del hombre, fuente de tantas lágrimas, conmueve su corazón divino. Llegado al sepulcro que guarda el cuerpo de su amigo Lázaro, llora, santificando de este modo las lágrimas que el amor cristiano nos arranca al borde la tumba de los que amamos. Ha llegado el momento de levantar la piedra, de demostrar en pleno día el triunfo de la muerte. Cuatro días hacía que Lázaro se hallaba en el sepulcro: es imagen del pecador envejecido en su pecado. No importa; Jesús no rechaza este espectáculo. Con voz que estremece a cualquier hombre, y hace temblar al infierno, grita: Lázaro, sal fuera, y el cadáver salta del sepulcro. La muerte ha oído su voz, pero sus miembros están aún enfajados y su rostro cubierto, no puede moverse, sus ojos no ven. Jesús manda quitarle las vendas; y a su mandato manos humanas devuelven a los miembros de Lázaro su antigua libertad y a sus ojos la vista del sol. Esta es también la historia del pecador reconciliado. Una sola palabra de Jesús hubiera sido suficiente para convertirle, para conmover su corazón e inducirle a confesar su pecado; mas Jesús deja en manos de sus sacerdotes el desatarle, iluminarle y devolverle el movimiento.

 

Este prodigio, obrado en los días en que nos hallamos, exacerbó el furor de los judíos. Este último beneficio le convirtió en blanco de su rabia. En adelante ya no se alejará de Jerusalén; Betania, donde acaba de obrar este milagro, no; está muy distante de allí. Nueve días más tarde i la ciudad infiel contemplará el triunfo del Mesías; luego volverá a la casa de sus amigos de Betania; pero pronto entrará de nuevo en la ciudad para consumar en ella el sacrificio, cuyos méritos infinitos son el principio de la resurrección del pecador.

 

RECUERDOS HISTÓRICOS. — Esta esperanza consoladora fué causa de que los primeros cristianos multiplicasen en las pinturas de las catacumbas la figura de Lázaro en el momento de su resurrección; y este tipo de la reconciliación del alma pecadora esculpida igualmente en el mármol de los sarcófagos de los siglos iv y v se reprodujo hasta en las vidrieras de nuestras catedrales. Antiguamente Francia honraba este símbolo de la resurrección espiritual en una piadosa costumbre conservada en la célebre abadía de la Trinidad de Vendóme, hasta que fueron aboliéndose nuestras instituciones católicas. Todos los años en este día se llevaba a la iglesia abacial un criminal conducido por la justicia humana. Llevaba una soga al cuello y en la mano sostenía una antorcha que pesaba treinta. y tres libras, en recuerdo de los años del divino Libertador. Los monjes hacían una procesión a la que asistía el criminal así como el sermón que la seguía. Se le llevaba entonces a las gradas del altar; allí el abad, después de una exhortación, imponía como penitencia la peregrinación a S. Martín de Tours. Se le quitaba entonces la cuerda del cuello y quedaba libre. Este uso litúrgico, tan cristiano y tan patético, se remontaba a los tiempos de Luis de Borbón, conde de Vendóme. En 1426, durante su cautividad en Inglaterra, hizo voto, si Dios le devolvía la libertad, de establecer en la iglesia de la Trinidad, en testimonio de reconocimiento este homenaje anual a Cristo que libertó a Lázaro de la tumba. El cielo se compadeció del príncipe y pronto obtuvo la gracia que con tan gran fe pedía.