jueves, 23 de marzo de 2023

EL MILAGRO DE NAIM. Dom Gueranger


 

EL MILAGRO DE NAIM

Dom Gueranger

Jueves de la IV semana de Cuaresma

 

EL MILAGRO DE NAIM. — Hoy y mañana aún, la Iglesia nos ofrece continuamente figuras de la resurrección; son un anuncio de la proximidad de la Pascua y al mismo tiempo un aliento esperanzador para todos los muertos espiritualmente que piden de nuevo la vida. Antes de entrar en las dos semanas consagradas a los dolores de Cristo, la Iglesia asegura a sus hijos el deseado perdón, ofreciéndoles el espectáculo consolador de la misericordia de aquel cuya sangre nos reconcilió. Libres de todos nuestros temores podremos contemplar mejor el sacrificio de nuestra víctima augusta, para asociarnos a sus dolores. Abramos pues los ojos del alma y consideremos el espectáculo que nos ofrece el Evangelio. Una madre desconsolada preside el duelo del hijo único, y su dolor es inconsolable. Jesús se mueve a compasión; manda parar el cortejo; su mano divina toca el féretro y su voz llama a la vida al joven cuya muerte había sido causa de tantas lágrimas. El escritor sagrado insiste en decirnos que Jesús le entregó a su madre. ¿Quién es esta madre desconsolada sino la Iglesia que preside el duelo de un gran número de sus hijos? Jesús viene para consolarla. Pronto, por ministerio de los sacerdotes va a extender su mano sobre todos los muertos, va a pronunciar sobre ellos la palabra de resurrección; y la Iglesia recibirá en sus brazos maternos llenos de vida y alegría a estos hijos cuya pérdida lloraba.

 

LAS TRES RESURRECCIONES. — Consideremos el misterio de las tres resurrecciones obradas por Jesús: la de la hija del príncipe de la sinagoga (La Iglesia nos cuenta este relato en el Evangelio del Domingo XXIII después de Pentecostés); la del joven de hoy y la de Lázaro que presenciaremos mañana. Acaba de expirar la joven; más, aún no la han enterrado; es figura del pecador que todavía no ha contraído el hábito y la insensibilidad del mal; el joven representa al pecador que no ha querido hacer ningún esfuerzo para salir de ese estado: en él la voluntad ha perdido su energía. Le conducen al sepulcro; y sin el encuentro del Salvador hubiera ido a colocarse para siempre entre los demás muertos. Lázaro es un símbolo aún más terrible. Este es ya presa de la corrupción. Una piedra rodada sobre la tumba condena al cadáver a una lenta e irremediable disolución. ¿Podrá recobrar de nuevo la vida? La recobrará si Jesús se digna ejercer en él su poder divino. Por eso la Iglesia ora y ayuna en estos días. Oremos y ayunemos con ella con el fin de que estas tres clases de muertos oigan la voz del Hijo de Dios y resuciten. El misterio de la resurrección de Jesucristo va a producir su efecto maravilloso en estos tres grados. Unámonos a los designios de la divina misericordia; insistamos de día y de noche junto al Redentor. Pocos días después, podremos, ante la presencia de tantos muertos resucitados, clamar con los habitantes de Naim: “Tenemos con nosotros un gran profeta y Dios ha visitado a su pueblo.”