MIRA LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA. San Bernardo
Lecciones del II Nocturno de maitines
Sermón de San Bernardo, Abad.
Homilía 2 sobre Missus est.
El nombre de la Virgen era María. Digamos algo también acerca de este nombre, que significa estrella del mar y conviene a la Virgen María. La comparación de María con una estrella es muy adecuada; porque así como la estrella despide su rayo de luz sin corrupción de sí misma, así, sin lesión suya, dio a luz la Virgen a su Hijo. Ni el rayo disminuye la claridad de la estrella, ni el Hijo disminuyó a la Virgen su integridad. María es, pues, la ilustre estrella que se levantó de Jacob, cuya luz se difunde por todo el orbe; cuyo resplandor brilla en el cielo, penetra en los abismos e ilumina también la tierra, y, comunicando su ardor más bien a las almas que a los cuerpos, fomenta en ellas las virtudes y consume los vicios. Es la esclarecida y singular estrella que era menester se levantara sobre este dilatado piélago, para brillar con sus méritos y difundir la luz de sus ejemplos.
Oh tú, cualquiera que seas que te sientes llevado por la corriente de este siglo, y más te parece fluctuar entre tempestades que andar por la tierra firme, no apartes los ojos del resplandor de esta estrella, si no quieres verte arrastrado por la borrasca. Si se levantaren los vientos de las tentaciones, si tropezares en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Si te sintieres agitado de las ondas de la soberbia, de la detracción, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, o la avaricia, o la concupiscencia de la carne impeliere violentamente la navecilla de tu alma, vuelve tus ojos a María. Si turbado ante la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso ante la fealdad de tu conciencia, aterrado ante el pensamiento del tremendo juicio, comienzas a sentirte sumido en el abismo sin fondo de la tristeza o en la sima de la desesperación, piensa en María.
En los peligros, en las congojas, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte nunca su nombre de tu boca, no se aparte jamás de tu corazón, y para que puedas conseguir los sufragios de su intercesión, no olvides los ejemplos de sus virtudes. No te descaminarás si la sigues; no desesperarás si la ruegas; no te perderás, si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer. No te fatigarás, si ella es tu guía; llegarás felizmente a puerto, si ella te ampara. Y así, en ti mismo experimentarás con cuánta razón se dijo: “Y el nombre de la Virgen era María”. Este nombre dulcísimo era ya de antiguo, objeto de especial devoción en algunas partes; hasta que Inocencio XI, mandó darle culto todos los años en la Iglesia universal, en perpetua memoria de un triunfo obtenido en Viena sobre el cruel sultán de los turcos, que ultrajaba a los cristianos, y amenazaba con su tiranía.