Lecciones del II Nocturno de Maitines
Del Libro de los Morales de San Gregorio, Papa.
Libro 9, cap. 2.
“Verdaderamente -dijo Job- yo sé que así es, que no hay hombre justo si se compara con Dios”. El hombre que aparece justo pierde esta apariencia si se compara con Dios. Porque quien se compara con el Autor de los bienes, se priva del bien que ha recibido. Quien se atribuye los bienes recibidos, lucha contra Dios con sus propios dones. Es justo que el orgulloso sea abatido en aquello por lo cual el humilde es exaltado. Job sabe muy bien que todo el mérito de nuestra virtud no es más que imperfección: “Si el hombre quiere disputar con Dios, no podrá responderle de mil cargos que le hará, a uno solo”.
La palabra mil denota ordinariamente en la Sagrada Escritura universalidad: “Nunca jamás ha puesto en olvido su alianza aquella palabra que dijo para miles de generaciones”. El Evangelista sólo cuenta setenta y siete generaciones desde el principio del mundo a la venida del Redentor. ¿Qué expresaría, pues, la palabra mil, si no expresara la universalidad completa de la generación predestinada por Dios a producir una raza nueva? A esto se refieren también estas palabras de San Juan: “Y reinarán con él mil años”. Porque evidentemente, la universalidad perfecta acaba de consolidar el reino de la santa Iglesia.
La unidad diez veces repetida, es la decena; diez por diez, da la centena; cien por diez, se eleva a mil. De uno llegamos a mil, ¿qué representa la unidad sino el principio de una vida buena? ¿Y qué representa la grandeza del número mil sino el término perfecto de esta vida buena? Mas entrar en discusión con Dios, equivale a negarle y atribuirse uno a sí mismo el mérito de la virtud que tiene. Considere el hombre santo: aunque hubiese recibido ya los dones más excelentes, los perderá absolutamente todos si se gloría de ellos.