LA PALABRA DE DIOS Y EL ESPÍRITU SANTO
No se comprende auténticamente la revelación cristiana
sin tener en cuenta la acción del Paráclito. Esto tiene que ver con el hecho de
que la comunicación que Dios hace de sí mismo implica siempre la relación entre
el Hijo y el Espíritu Santo. La Sagrada Escritura es la que nos indica la
presencia del Espíritu Santo en la historia de la salvación y, en particular,
en la vida de Jesús.
La misión del Hijo y la del Espíritu Santo son
inseparables y constituyen una única economía de la salvación. El mismo
Espíritu que actúa en la encarnación del Verbo, en el seno de la Virgen María,
es el mismo que guía a Jesús a lo largo de toda su misión y que será prometido
a los discípulos. El mismo Espíritu, que habló por los profetas, sostiene e
inspira a la Iglesia en la tarea de anunciar la Palabra de Dios y en la
predicación de los Apóstoles; es el mismo Espíritu, finalmente, quien inspira a
los autores de las Sagradas Escrituras.
Sin la acción eficaz del «Espíritu de la Verdad» (Jn14,16)
no se pueden comprender las palabras del Señor. La palabra sólo puede ser
acogida y comprendida verdaderamente gracias al mismo Espíritu.
Como en la sagrad liturgia, pidamos: «Envía tu Espíritu Santo Paráclito sobre
nuestras almas y haznos comprender las Escrituras inspiradas por él; y a mí
concédeme interpretarlas de manera digna, para que los fieles aquí reunidos
saquen provecho». «Dios salvador… te
imploramos en favor de este pueblo: envía sobre él el Espíritu Santo; el Señor
Jesús lo visite, hable a las mentes de todos y disponga los corazones para la
fe y conduzca nuestras almas hacia ti, Dios de las Misericordias».
Cfr.
Verbum Domini, 15-16