martes, 1 de noviembre de 2016

HAY QUE CONSIDERAR CON MUCHA DILIGENCIA ESTE NÚMERO DE LAS SENTENCIAS. San Agustín




Comentario al Evangelio

1 de noviembre
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
Forma Extraordinaria del Rito Romano

Todas estas bienaventuranzas constituyen ocho sentencias. Y como convocando a otros, se dirige, no obstante, a los presentes diciéndoles: Seréis felices cuando hablen mal de vosotros y os persigan. Hablaba en general en las sentencias anteriores, pues no dijo: Felices los pobres en el espíritu, porque vuestro es el reino de los cielos, sino porque de ellos es el reino de los cielos; ni dijo: Felices los mansos, porque vosotros poseeréis la tierra; sino, porque ellos poseerán la tierra; y así las otras sentencias hasta la octava a la que añade: Bienaventurados los que padecen persecución por ser honestos, porque de ellos es el reino de los cielos. Ahora comienza a hablar dirigiéndose ya a los presentes, si bien es verdad que los aforismos que habían sido enunciados anteriormente, se dirigen también a aquellos que, estando presentes, escuchaban; y éstos, que parecen ser dichos de modo especial para los presentes, se refieren también a los ausentes o a los que vendrán en el futuro. Por lo cual hay que considerar con mucha diligencia este número de las sentencias. Comienza la bienaventuranza por la humildad: Felices los pobres de espíritu, es decir, los que no son hinchados, cuando el alma se somete a la divina autoridad, ya que teme ir a la perdición después de esta vida, aunque, quizás, le parezca ser feliz en esta vida. Como consecuencia llega al conocimiento de la Sagrada Escritura, donde con espíritu de piedad aprende la mansedumbre, para que nunca se propase a condenar aquello que los profanos juzgan absurdo y no se haga indócil sosteniendo obstinadas contiendas. De aquí comienza a entender con qué lazos de la vida presente se siente impedida mediante la costumbre sensual y los pecados. Por consiguiente, en el tercer grado, en el cual se halla la ciencia, se llora la pérdida del sumo bien que sacrificó, adhiriéndose a los más ínfimos y despreciables. En el cuarto grado está presente el trabajo, que se da cuando el alma hace esfuerzos vehementes para separarse de las cosas que le cautivan con funesta delectación. Aquí tiene hambre y sed de honestidad y es muy necesaria la fortaleza, ya que no se deja sin dolor lo que se posee con delectación. En el quinto grado se da el consejo de dejar a un lado a quienes persisten en el esfuerzo, ya que, si no son ayudados por un ser superior, no son absolutamente capaces de desembarazarse de las múltiples complicaciones de tantas miserias. Pues es un justo consejo que, quien quiere ser ayudado por un ser superior, ayude a otros más débiles en aquello en que él es más fuerte. Así pues, felices los misericordiosos, porque a ellos se les hará misericordia. En el sexto grado se tiene la pureza del corazón, que, consciente de las buenas obras, anhela contemplar el sumo bien que solo se puede vislumbrar con mente pura y serena. Finalmente, la séptima bienaventuranza es la misma sabiduría, es decir, la contemplación de la verdad que pacifica a todo el hombre al recibir la semejanza de Dios y así concluye: Felices los pacíficos, porque se llamarán hijos de Dios. La octava vuelve al principio, ya que muestra y prueba que se ha consumado y perfeccionado. De hecho, en el primero y en el octavo se nombra el reino de los cielos: Felices los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos, y felices los que padecerán persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. De hecho, leemos en la Escritura: ¿Quién nos separará de la caridad de Cristo: quizás la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?  Son siete, por tanto, las bienaventuranzas que llevan al cumplimiento; pues la octava, como volviendo todavía al principio, clarifica y muestra lo que ha sido cumplido, a fin de que a través de estos grados sean completados también los demás.
 San Agustín