EL
CORAZÓN DE MARÍA PREOCUPADO POR LA SALVACIÓN DE SUS HIJOS
En
los santos evangelios descubrimos el corazón de la Virgen María como el lugar
sacratísimo donde ella guarda los misterios de Dios y los medita. En repetidas
ocasiones, San Lucas afirma que María conservaba todas las cosas meditándolas
en su corazón. Hoy, primer sábado de mes, dirijamos nuevamente nuestra atención
al corazón inmaculado de María. “Quien lo halla, ha hallado un tesoro, ha
hallado la vida”, porque en el Corazón Inmaculado de la Virgen no encontraremos
otra cosa que no sea Dios, totalmente lleno de Dios, totalmente para Dios, todo
él de Dios.
Hallar
el corazón de la Virgen y amarlo adentrándose en él como refugio en la
peregrinación de nuestra vida es la ciencia más elevada de la santidad. No hay
forma más perfecta de llegar a Jesucristo que a través del Corazón de su Madre,
además como nos recuerda san Luis María Grignon de Montfort es la forma más
rápida, fácil y segura.
Hemos
comenzado el mes de noviembre con la solemnidad de todos los santos. Con esta
fiesta se nos invitaba a contemplar la innumerable multitud de santos, hermanos
nuestros que vivieron en amistad con Dios y ahora felices en el cielo alaban
con los ángeles para siempre a Dios. La más grande por encima de todos los
santos y de los mismos ángeles es la Virgen Santísima.
Se
nos invitaba también a acudir a su intercesión confiado en la comunión de
bienes espirituales entre la Iglesia del Cielo y la Iglesia peregrina –
militante. Si todos los santos son intercesores ante Dios, la Virgen María,
reina de todos los santos, es nuestra mayor intercesora y abogada.
Se
nos exhortaba también a nosotros a imitar la vida de santidad de aquellos que
ya gozan de Dios. La Virgen María es el mejor modelo de discípulo, de
cristiana. Ella vivió siempre en amistad con Dios. Además si leemos la vida de
los santos, no encontraremos ninguno que no haya verdaderamente devoto de
nuestra Señora, porque no podemos aspirar a la santidad a la margen de Aquella
que tiene la misión de engendrarnos a la vida de la gracia.
Al
día siguiente, recordábamos con piedad de un modo particular a los fieles
difuntos: a todos aquellos que han muerto; pidiendo por ellos el eterno
descanso y la luz eterna. Es el deseo de la Iglesia de que todos los hombres
gocen de la bienaventuranza eterna, pero consciente de que no todos han vivido
en amistad con Dios debido al pecado y a las debilidades humanas. La Iglesia
tiene la misma voluntad de Dios: “que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad.”; por eso, ante la muerte reza por los difuntos,
ofrece el sacrificio de la misa, recita el rosario y otras oraciones para pedir
a Dios la misericordia y el perdón.
Estas
celebraciones como también la misma estación del año nos mueven a considerar
las verdades últimas de nuestra existencia: muerte, juicio, gloria, infierno y
purgatorio… no para infundirnos terror y desánimo, sino para estimularnos a
buscar la santidad y desear la salvación.
Nuestra
Señora en sus apariciones y mensajes en Fátima muestra su interés y su preocupación como Madre amorosa y diligente
por la salvación de sus hijos:
1.-Pide
a los niños que ofrezcan sacrificios por los pecadores, porque muchos hombres
van al infierno porque no hay nadie que rece y se sacrifique por ellos.
2.-Responde
ante las preguntas de los niños sobre el destino eterno de algunos vecinos que
se habían muerto: unos si están en el cielo, otros estarán en el purgatorio
hasta el final de los tiempos… A Francisco y Jacinta los llevará pronto al
cielo…
3.-
Muestra a los niños el infierno para moverlo a una mayor caridad hacia los
pecadores.
4.-
Les enseña y pide que recen la jaculatoria “Oh Jesús mío, perdónanos” en cada
misterio del rosario.
5.-
Al mismo tiempo que pide la limosna de nuestra reparación al instituir los
primeros sábados, ofrece la promesa de asistirle en la hora de la muerte con
las gracias necesarias para su salvación.
Seamos
dóciles a las enseñanzas de Nuestra Señora. Superemos la repugnancia y el
rechazo que sentimos de meditar sobre nuestra muerte. Aprovechemos el tiempo y
vivamos como deseamos que nos encuentre la muerte: no sea que llegue y nos
sorprenda. Confiemos nuestra salvación a las manos amorosas de María,
refugiémonos en su Corazón Inmaculado y pidámosle que en esta vida nunca nos
apartemos de su mirada para que en la otra vida junto con ella y todos los
santos alabemos y gocemos para siempre de Dios.