sábado, 5 de noviembre de 2016

FIDELIDAD A LAS DIVINAS INSPIRACIONES. VIRTUDES DE NUESTRA MADRE




FIDELIDAD A LAS DIVINAS INSPIRACIONES
VIRTUDES DE NUESTRA MADRE
La santidad es el fin de nuestra vida. Todos estamos destinados a la santidad. Si no somos santos, nuestra vida no ha valido de nada.
La santidad es la misma vida de Dios en nosotros y es una obra todavía más grandiosa que la creación. Es Dios quien la realiza: él es el origen y el autor de la santidad, pero necesita de nuestra docilidad, de nuestra colaboración porque ante nuestra libertad, su omnipotencia se detiene.  San Agustín nos recuerda: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”
Además de la gracia santificante y de las gracias sacramentales que Dios nos concede y mientras vivimos en amistad con él alejados del pecado, permanece en nosotros: Dios nos concede muchas gracias particulares a lo largo de la vida, cada día de nuestra existencia: lo que llamamos divinas inspiraciones.
Qué bien lo expresa el libro de la sabiduría:
Amas a todos los seres
y no aborreces nada de lo que hiciste;
pues, si odiaras algo, no lo habrías creado.
¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?,
o ¿cómo se conservaría, si tú no lo hubieras llamado?
Pero tú eres indulgente con todas las cosas,
porque son tuyas, Señor, amigo de la vida.
Pues tu soplo incorruptible está en todas ellas.
Por eso corriges poco a poco a los que caen,
los reprendes y les recuerdas su pecado,
para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor.” Sab 11, 22—12, 2


Dios cuida de nosotros, como maestro y director de nuestras almas nos corrige poco a poco… ¡Que grandeza la de Dios que se preocupa y dedica a nosotros como el más cariñoso de los padres por sus hijos!
Pensemos cuantas gracias e inspiraciones Dios nos ha concedido a lo largo de nuestra vida, ¡ayer mismo! ¡Cuántas invitaciones a hacer el bien, a dar más, a exigirnos un paso más! ¡Cuántas alertas y llamadas a nuestra conciencia en el momento de las tentaciones para no dejarnos caer, para no dejarnos seducir! ¡Cuántas santas inspiraciones en momentos de soledad, de desaliento, de desesperanza y no las hemos escuchado dejando que la tristeza inundase nuestra alma!
¡Cuántas veces  hemos cerrado nuestros oídos a la voz de Dios que nos llamaba! Es la experiencia que expresa el poeta Lope de Vega en su conocido soneto:
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

Dirijamos nuestra mirada a la Virgen toda santa, en la que Dios pudo realizar maravillas pues como barro en manos del alfarero, ella se dejó modelar y hacer. Ella como tierra fértil pudo producir el ciento por uno de las semillas que Dios en ella quiso depositar. La Virgen María es nuestro modelo de santidad y de responder a las divinas inspiraciones de Dios. En ella encontramos tres aptitudes que nosotros hemos de adquirir si deseamos en verdad ser santos:
-María atenta a la voz de Dios. Ella es la Virgen prudente y vigilante. Con la llama siempre encendida, con la cintura siempre ceñida, siempre en vela en espera de su Señor. Es la Virgen de la escucha.
-María dócil a las santas inspiraciones, pues ella es la Virgen sabia que conoce que lo que Dios le pide y le inspira es lo mejor para ella y su salvación. No le cuesta renunciar a su yo, a su propio juicio y criterio, a su comodidad y gusto; pues sabe que siguiendo el camino señalado por Dios alcanzará la vida, haciendo la voluntad de su Dios tendrá la vida eterna en sí.  
-María diligente para ponerlas en práctica, pues es la Madre del amor hermoso que corre presurosa a la montaña para asistir a su prima en estado. No se detiene en consideraciones, justificaciones, vueltas y revueltas de conveniencias e inconveniencias, en raquíticas medidas de prudencias cobardes. Ella confía en que Aquel que ha puesto en ella esa santa inspiración  la llevara a término pues la obra es de Dios y ella solo quiere entregarse a ella con alma, vida y corazón.  

“Ojalá escuchemos hoy la voz de Dios, no endurezcamos el corazón” y sigamos el ejemplo de nuestra Señora, pues hay otras muchas voces que quieren alejarnos de Dios y de nuestra meta: la santidad.
Ojalá escuchemos hoy la voz de Dios y no escuchemos la voz del maligno que presentándose con argumentos falsos pero seductores como lo hizo ante nuestros primeros padres Adán y Eva le hizo perder la gloria del paraíso y todos los dones con los que Dios los había enriquecido.
Ojalá escuchemos hoy la voz de Dios y no escuchemos las voces del mundo que de forma espectacular e inteligencia maligna quieren convencernos de que “ahora es así”, de que las cosas cambian, que lo del pasado era exagerado… etc
Ojala escuchemos hoy la voz de Dios y no escuchemos la voz de nuestra carne, de nuestro yo, de nuestro hombre viejo… que de los tres enemigos del alma es la más peligrosa para las almas que quieren y desean la santidad.

Virgen María, a ti acudimos,
Como tú queremos escuchar solo la voz de Dios
Que nos quiere llevar a las cumbres de la santidad,
Como tú queremos ser dóciles a sus inspiraciones,
No poniendo resistencias a nuestra entrega;
 Como tú queremos ser presurosos
en poner en práctica lo que Dios nos pide,
para que el cielo y en la tierra se haga su santa voluntad.
A ti acudimos, Madre nuestra y Maestra,
Reina de la santidad, ayúdanos. Amén.