FIDELIDAD A LAS DIVINAS INSPIRACIONES
VIRTUDES DE NUESTRA MADRE
La
santidad es el fin de nuestra vida. Todos estamos destinados a la santidad. Si
no somos santos, nuestra vida no ha valido de nada.
La
santidad es la misma vida de Dios en nosotros y es una obra todavía más
grandiosa que la creación. Es Dios quien la realiza: él es el origen y el autor
de la santidad, pero necesita de nuestra docilidad, de nuestra colaboración
porque ante nuestra libertad, su omnipotencia se detiene. San Agustín nos recuerda: “Dios, que te creó
sin ti, no te salvará sin ti”
Además
de la gracia santificante y de las gracias sacramentales que Dios nos concede y
mientras vivimos en amistad con él alejados del pecado, permanece en nosotros:
Dios nos concede muchas gracias particulares a lo largo de la vida, cada día de
nuestra existencia: lo que llamamos divinas inspiraciones.
Qué
bien lo expresa el libro de la sabiduría:
“Amas a todos los seres
y
no aborreces nada de lo que hiciste;
pues,
si odiaras algo, no lo habrías creado.
¿Cómo
subsistiría algo, si tú no lo quisieras?,
o
¿cómo se conservaría, si tú no lo hubieras llamado?
Pero
tú eres indulgente con todas las cosas,
porque
son tuyas, Señor, amigo de la vida.
Pues
tu soplo incorruptible está en todas ellas.
Por
eso corriges poco a poco a los que caen,
los
reprendes y les recuerdas su pecado,
para
que, apartándose del mal, crean en ti, Señor.” Sab 11, 22—12, 2
Dios
cuida de nosotros, como maestro y director de nuestras almas nos corrige poco a
poco… ¡Que grandeza la de Dios que se preocupa y dedica a nosotros como el más
cariñoso de los padres por sus hijos!
Pensemos
cuantas gracias e inspiraciones Dios nos ha concedido a lo largo de nuestra
vida, ¡ayer mismo! ¡Cuántas invitaciones a hacer el bien, a dar más, a
exigirnos un paso más! ¡Cuántas alertas y llamadas a nuestra conciencia en el
momento de las tentaciones para no dejarnos caer, para no dejarnos seducir!
¡Cuántas santas inspiraciones en momentos de soledad, de desaliento, de
desesperanza y no las hemos escuchado dejando que la tristeza inundase nuestra
alma!
¡Cuántas
veces hemos cerrado nuestros oídos a la
voz de Dios que nos llamaba! Es la experiencia que expresa el poeta Lope de
Vega en su conocido soneto:
¿Qué
tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué
interés se te sigue, Jesús mío,
que
a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas
las noches del invierno oscuras?
¡Oh,
cuánto fueron mis entrañas duras,
pues
no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si
de mi ingratitud el hielo frío
secó
las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas
veces el ángel me decía:
«Alma,
asómate ahora a la ventana,
verás
con cuánto amor llamar porfía»
¡Y
cuántas, hermosura soberana,
«Mañana
le abriremos», respondía,
para
lo mismo responder mañana!
Dirijamos
nuestra mirada a la Virgen toda santa, en la que Dios pudo realizar maravillas
pues como barro en manos del alfarero, ella se dejó modelar y hacer. Ella como
tierra fértil pudo producir el ciento por uno de las semillas que Dios en ella
quiso depositar. La Virgen María es nuestro modelo de santidad y de responder a
las divinas inspiraciones de Dios. En ella encontramos tres aptitudes que
nosotros hemos de adquirir si deseamos en verdad ser santos:
-María
atenta a la voz de Dios. Ella es la Virgen prudente y vigilante. Con la llama
siempre encendida, con la cintura siempre ceñida, siempre en vela en espera de
su Señor. Es la Virgen de la escucha.
-María
dócil a las santas inspiraciones, pues ella es la Virgen sabia que conoce que
lo que Dios le pide y le inspira es lo mejor para ella y su salvación. No le
cuesta renunciar a su yo, a su propio juicio y criterio, a su comodidad y gusto;
pues sabe que siguiendo el camino señalado por Dios alcanzará la vida, haciendo
la voluntad de su Dios tendrá la vida eterna en sí.
-María
diligente para ponerlas en práctica, pues es la Madre del amor hermoso que
corre presurosa a la montaña para asistir a su prima en estado. No se detiene
en consideraciones, justificaciones, vueltas y revueltas de conveniencias e
inconveniencias, en raquíticas medidas de prudencias cobardes. Ella confía en
que Aquel que ha puesto en ella esa santa inspiración la llevara a término pues la obra es de Dios y
ella solo quiere entregarse a ella con alma, vida y corazón.
“Ojalá
escuchemos hoy la voz de Dios, no endurezcamos el corazón” y sigamos el ejemplo
de nuestra Señora, pues hay otras muchas voces que quieren alejarnos de Dios y
de nuestra meta: la santidad.
Ojalá
escuchemos hoy la voz de Dios y no escuchemos la voz del maligno que
presentándose con argumentos falsos pero seductores como lo hizo ante nuestros
primeros padres Adán y Eva le hizo perder la gloria del paraíso y todos los dones
con los que Dios los había enriquecido.
Ojalá
escuchemos hoy la voz de Dios y no escuchemos las voces del mundo que de forma
espectacular e inteligencia maligna quieren convencernos de que “ahora es así”,
de que las cosas cambian, que lo del pasado era exagerado… etc
Ojala
escuchemos hoy la voz de Dios y no escuchemos la voz de nuestra carne, de
nuestro yo, de nuestro hombre viejo… que de los tres enemigos del alma es la
más peligrosa para las almas que quieren y desean la santidad.
Virgen
María, a ti acudimos,
Como
tú queremos escuchar solo la voz de Dios
Que
nos quiere llevar a las cumbres de la santidad,
Como
tú queremos ser dóciles a sus inspiraciones,
No
poniendo resistencias a nuestra entrega;
Como tú queremos ser presurosos
en
poner en práctica lo que Dios nos pide,
para
que el cielo y en la tierra se haga su santa voluntad.
A
ti acudimos, Madre nuestra y Maestra,
Reina
de la santidad, ayúdanos. Amén.