SÁBADO
SANTO 2015. Iglesia del Salvador
VIGILIA
PASCUAL
“Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré.” Estas palabras las pronunció
Jesús en la expulsión de los mercaderes del templo de Jerusalén que el
Evangelista san Juan nos sitúa al principio de su vida pública tras el milagro
de las bodas de Caná. Dice el
evangelista que los judíos dijeron: En
cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú lo levantarás en tres
días? Y anota: Pero El hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando
resucitó de los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto; y
creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había hablado.” (Jn 2)
El Señor ha cumplido su palabra: su
cuerpo fue destruido, destrozado por los azotes y golpes, martirizado en la
cruz hasta la muerte. Su vida fue aniquilada. Pero la muerte no tenía la última
palabra. A los tres días, el Señor resucita victorioso de la muerte, su
humanidad ha sido glorificada, ha sido construido el nuevo templo de Dios, no
edificado sobre cimientos humanos, sino sobre Cristo. El Señor es “la piedra
que desecharon los arquitectos” pero ahora se ha convertido en “la piedra
angular.” (Sal 117). Para todo los que
creen en Cristo, todo tiene sentido, la propia existencia y hasta las tinieblas
e incertidumbre de la muerte se ven iluminadas con la Resurrección del Señor.
Quisiera dar respuesta a una cuestión que
muchas personas tienen sobre el tiempo transcurrido entre la muerte del Señor y
su resurrección. Para nuestra mentalidad occidental y moderna, apenas ha pasado
un día, en tal caso dos, desde la muerte de Jesús y su resurrección. ¿Cómo entonces
decimos que Jesús resucitó al tercer día? Así lo testimonia la Sagrada
Escritura y así también lo profesamos en el Credo. En el oriente y en el pueblo
judío, el día comienza con la puesta de sol, al anochecer. Lo vemos
perfectamente en la secuencia del relato de la creación: terminada la obra de
cada uno de los días, el texto dice: pasó
la tarde y pasó la mañana: el primer día. Así entonces, Jesús murió a la
hora de nona, las tres de la tarde del viernes. Este es el primer día. Al
anochecer del viernes, comienza el segundo día que se prolonga hasta el
atardecer del sábado: y este es el segundo día. Y al anochecer del sábado,
comienza un nuevo día, el tercer día. El día de la resurrección.
¿Por qué razón el Señor resucitó al
tercer día y no al mismo instante de morir o con otra secuencia de tiempo?
El Antiguo Testamento nos da las claves
para entenderlo:
1. Cuando
Dios pidió a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac, nos dice que se puso en
camino y “al tercer día alzó Abraham sus
ojos y vio de lejos el lugar”, que Dios había designado para el sacrificio
de su hijo. Ante la fe y el acto de obediencia de Abraham, Dios envía a su
ángel para detenerlo y en su lugar ofreció un carnero. Dios renovó sus promesas
colmando a Abraham y su descendencia de abundantes bendiciones. Aquello era
figura del sacrificio de Cristo, por el que ahora podemos ser agradables a Dios
y hemos sido colmados con toda clase de bendiciones. (Génesis, 22, 4)
2.
Fue también al tercer día, cuando
José, que había sido vendido por sus hermanos y después de haberse convertido
en administrador de la casa del Faraón, se da a conocer a sus hermanos que
habían bajado a Egipto en busca de alimentos y le dice: “Yo soy un hombre temeroso de Dios. Hagan lo siguiente y salvarán su
vida." (Génesis 42, 18) La historia de José es figura de la vida de
Nuestro Señor Jesucristo, que vendido por sus propios hermanos y entregado a la
muerte, se ha convertido ahora por su resurrección en causa de salvación para
todos los que creen en él.
3. El
periodo de tres días aparece también en el libro del Éxodo: tres días dura la
plaga de las tinieblas sobre Egipto ante la dureza del Faraón, tres días son el
tiempo desde la salida de Egipto hasta llegar a Mará, donde el pueblo de Israel
no tenía agua para beber y Dios hizo salir el agua de la roca (Ex 15, 22), tres
días también es el tiempo que Dios dice
a Moisés que purifique al pueblo porque al tercer día el Señor descenderá a la
vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí." Ex 19, 11). Todo aquello
era figura, ahora Cristo Resucitado tras las tinieblas del pecado y de la
muerte, se nos ha manifestado como la luz del
mundo ante todas las naciones. Él es también la roca y agua viva, que
con su gracia tiene el poder de saciar al hombre sediento de verdad, de amor y
de justicia, de su costado abierto brotan torrentes que saltan hasta la vida eterna.
4. Tres
días son también el tiempo que transcurre entre la orden que Dios da a Josué y
la entrada en la tierra prometida: “Josué dijo a los responsables del pueblo (…)
Dad esta orden al pueblo, abasteceos de víveres, porque dentro de tres días
cruzaréis el río Jordán para tomar posesión del territorio que Dios el Señor os
da como herencia." (Josué 1, 11) Esto era anuncio. Ahora, en la
resurrección de Cristo al tercer día, las puertas del cielo, la verdadera
tierra prometida, ha sido abierta para nosotros. «Carne y sangre, tened
confianza, gracias a Cristo habéis adquirido un lugar en el cielo y en el reino
de Dios» (Tertuliano)
5. Hay
otros textos, pero todo ellos expresan como el tercer día es el tiempo de la
actuación de Dios tras un tiempo de prueba, de destierro, de tiniebla, de muerte
o de enfermedad, pero al final, al tercer día, siempre Dios actúa portentosamente
dándonos la salvación, Dios da el triunfo y la victoria a los suyos, a los que
han permanecido fieles. Podemos decir que Dios siempre tiene la última palabra.
Por eso, Cristo ha querido resucitar al tercer día: para manifestarnos que él
mismo la victoria de Dios, nuestra salvación, nuestra vida y nuestra propia
resurrección. Esto ha de llenarnos de consuelo y fortaleza en medio de la
peregrinación que es esta vida humana marcada tantas veces por el sufrimiento,
el dolor y el cansancio.
«Venid,
volvamos al Señor pues él ha desgarrado, pero nos curará, él ha herido, pero
nos vendará. Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará
resurgir y viviremos en su presencia. Conozcamos, corramos tras el conocimiento
del Señor: su salida es cierta como la aurora; vendrá a nosotros como la lluvia
temprana, como la lluvia tardía que riega la tierra.» Os 6,1-6.
Cristo es la luz del mundo que ha sido
encendida para todos los hombres, en medio de las tinieblas y de la oscuridad del
mundo presente. No busquemos otras luces, no permanezcamos en el error y el
pecado: Corramos tras el conocimiento de Dios, porque al tercer día nos hará
resurgir y viviremos en su presencia.
Amén.