COMENTARIO AL EVANGELIO
DEL DÍA
MIÉRCOLES DE PASCUA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En los días sucesivos a la
resurrección, encontramos a los «hijos del Zebedeo» pescando junto a Pedro y a
otros más en una noche sin resultados. Tras la intervención del Resucitado,
vino la pesca milagrosa: «el discípulo a quien Jesús amaba» será el primero en
reconocer al «Señor» y a indicárselo a Pedro (Cf. Juan 21, 1-13). Según la tradición, Juan es «el discípulo
predilecto», que en el cuarto Evangelio coloca la cabeza sobre el pecho del
Maestro durante la Última Cena (Cf. Juan 13, 21), se encuentra a los pies de la
Cruz junto a la Madre de Jesús (Cf. Juan 19, 25) y, por último, es testigo
tanto de la tumba vacía como de la misma presencia del Resucitado (Cf. Juan 20,
2; 21, 7). Sabemos que esta identificación hoy es discutida por los expertos,
pues algunos de ellos ven en él al prototipo del discípulo de Jesús. Dejando
que los exegetas aclaren la cuestión, nosotros nos contentamos con sacar una
lección importante para nuestra vida: el Señor desea hacer de cada uno de
nosotros un discípulo que vive una amistad personal con Él. Para realizar esto
no es suficiente seguirle y escucharle exteriormente; es necesario también
vivir con Él y como Él. Esto sólo es posible en el contexto de una relación de
gran familiaridad, penetrada por el calor de una confianza total. Es lo que
sucede entre amigos: por este motivo, Jesús dijo un día: «Nadie tiene mayor
amor que el que da su vida por sus amigos… No os llamo ya siervos, porque el
siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo
lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer». (Juan 15, 13. 15)
Benedicto
XVI